Hay momentos históricos de aceleración, que rompen la monotonía de la cotidianeidad en la que lo importante es mantener el estatu quo alcanzado. Me parece que estamos ante una de esas conjunciones astrales no muy afortunadas que desmienten la máxima ignaciana que aconsejaba ‘en tiempos de crisis, no hacer mudanza’. Pienso que mudanza es lo aconsejable ahora, y rápido. Ocurre, no obstante, que el paso político es paquidérmico, y el hombre que habita en La Moncloa, con la evidencia de las ojeras que lo desgastan, no propicia los giros espectaculares que seguramente se le piden. Obvia que acaso ya no sea la hora de la prudencia –precisamente él, que nunca fue prudente--, sino la del arrojo.
Que, en el curso de unas pocas horas, los sindicatos anuncien una huelga general que ni ellos quieren, que en la patronal –de momento, en la CEPYME—se libre una batalla, cruenta como nunca, por el escaso poder, que en Europa deban dar el aprobado o el suspenso a los deberes que, a trancas y barrancas, ha tenido que hacer Zapatero, hacen patente que estamos ante una de esas conjunciones astrales a las que antes me refería; y, encima, el honor nacional en juego en un estadio de futbol, por si lo anterior fuera poco, y conste que no frivolizo, me parece, al incluir este factor entre los importantes
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en el día de hoy.
ZP y sus circunstancias tienen que hacer frente a lo que se nos viene. Algo, hay que reconocerlo, ha hecho ya, con el ‘decretazo’ recortando el sueldo a los funcionarios y congelando pensiones, además de propiciando una reforma laboral cuyas líneas ‘casi’ definitivas se anunciarán en las próximas horas. Da igual que Zapatero no quisiese ni oir hablar de todo esto hace apenas un mes, ni posiblemente convenga ahora recordar sus muchos traspiés: ha primado el pragmatismo sobre la tozudez.
Y digo pragmatismo porque nadie desconoce, me parece, la fuerza que tiene hoy una ‘recomendación’ europea, aunque tenga visos tan malignos como, por ejemplo, los que sugieren la dureza de planteamientos del ministro alemán de Finanzas, un auténtico ‘ogro’ para los llamados ‘pigs’, es decir, los países euromediterráneos, entre ellos España.
Ya llegará el momento en el que los actuales gobernantes hayan de comparecer ante las urnas, para recibir las calificaciones que merezcan; ahora, lo importante sería el acuerdo –que nunca llega—para el auténtico cambio: el de estructuras, quizá de normas legales, acaso incluso con retoques de peso en la Constitución. Y, claro, el cambio de mentalidades. Porque de lo que se trata ahora es de salir del atolladero, y de devolver a los ciudadanos aterrorizados la confianza en el antaño confortable Sistema. ¿O será el propio sistema lo que hay que reconsiderar?
Puede que quienes están al frente de las decisiones –esto es, el Gobierno central, los autonómicos y hasta los locales, las oposiciones, los que rigen las instituciones, las grandes empresas, la banca; incluso, si usted quiere, algunos medios de comunicación—se encuentren ya incapacitados para afrontar la Era de los Grandes Cambios, porque se han, nos hemos, instalado en las comodidades y privilegios de la vieja época.
En todo caso, por unas razones o por otras, empieza a cundir la sospecha, o la certeza, de que casi nada puede ya ser lo que era hace apenas dos años: ni las estructuras políticas, ni las económicas, ni las sociales. Y me parece que la vieja Europa, que da la impresión ahora de ser más vieja que nunca, es la primera que debería adaptar sus esquemas de un estado de bienestar a las realidades que, sin que entendamos demasiado bien las razones para el súbito viraje, se nos han echado encima; con lo bien que vivíamos hasta hace casi nada…
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