Anoche, recién llegado el verano, y cuando el sol se despedía en uno de los días en que hace horas extra, España se paralizó para ver a la selección nacional en su encuentro frente a Honduras. La victoria no sólo era posible sino que era imprescindible para que la famosa “roja” mantuviese su esperanza de seguir, paso a paso, y pase a pase, y gol a gol, en el Mundial de Sudáfrica.
Si Dios, según el relato del “Génesis”, descansó en el séptimo día de la Creación, los españolitos de a pie también tenemos derecho a algún paréntesis en este continuo bombardeo de noticias inquietantes, alarmantes, angustiosas, que nos hablan de una situación económica muy difícil y de unas cifras de paro tal como jamás se habían conocido.
Si la burbuja inmobiliaria, artificial y engañosa, pinchó, que al menos se mantenga esa otra burbuja de sueños que es un balón llevado por David Villa al fondo de la red de la portería contraria.
La historia del fútbol forma parte de la historia de la realidad contemporánea. Un día de junio de 1978, hace 32 años, más de mil millones de personas contemplaron a través de la televisión la final de la Copa del Mundo, entre Holanda y Argentina. Una cuarta parte de la población del mundo de entonces dejó lo que estaba haciendo (la azada, el microscopio, la fragua, las redes, el destornillador o la aguja de coser) y se colocó ante el televisor para asistir ”al mayor espectáculo del mundo”. Desde entonces, y pese a los profetas de que “el fútbol era el opio del pueblo”, todo fue a más, y veintidós personas dando puntapiés a una pelota en un cuadrilátero de hierba tienen más poder de convocatoria que una misa del Papa o que un discurso de Obama.
Pero, en fin, volvamos a España, a sus ilusiones, a su mal comienzo frente a la mediocre Suiza, a su juego de ayer frente a Honduras, al reto que le queda ante Chile en el grupo H del Mundial. Ayer mismo se hacían públicos unos datos del “Eurobarómetro” según los cuales los europeos estamos más interesados por la ciencia que por el deporte. Y, especialmente, por las ciencias de utilidad inmediata, las relacionadas con la salud y con el medio ambiente. Quizá sea verdad. Pero es innegable que el fútbol, el llamado “deporte-rey”, concentra la pasión del personal, y que un premio Nobel de Medicina o de Física o de Química tiene menos “forofos” que Messi o que Iker Casillas…Las cosas son como son, y nadie tiene derecho a negar la evidencia. Quizá suceda que el fútbol es una metáfora de la vida, y que siempre los perdedores tienen una segunda oportunidad.
Queda mucho Mundial por delante, y ojalá que la selección española nos dé esas alegrías que nos merecemos. Once futbolistas no son nada al lado de cinco millones de parados. Pero no hagamos demagogia, y cada pájaro en su nido, y cada ilusión en su andamio de un corazón plural de sueños que nos unen. Se trata de un patriotismo menos superficial de lo que predican los sesudos sabios de la tribu.