Dicen que la distancia es el olvido...

"Dicen que la distancia es el olvido" cantaba Juan Fernando Velasco. La distancia se ha convertido en el termómetro del fervor o del cabreo popular. El 12 de octubre colocaron jaulas a notable distancia del desfile del 12 de octubre en Madrid para que los broncas vieron ahogados sus ímpetus. En Barcelona hicieron lo mismo en la Diada para evitar que los revientamítines se salieran con la suya. Lo que ocurre en uno y otro caso es que hay gente de buena fe que a ver desfiles militares u ofrendas florales a Rafael Casanova a los que se substrae parte del espectáculo o de la liturgia.

En uno y otro caso, las autoridades se movilizan para evitar que el pueblo llano se acerque a sus políticos. Mala cosa. Cuando al político se le secuestra en una burbuja de alta seguridad se le aleja aún más del electorado al  que se debe. ¿Qué temen para encerrarse en sí mismos? Es cierto que hay alborotadores de todo signo, desde la derecha extrema al independentismo, pero ¿y la gente de buena fe que quiere "tocar" político cual imagen virginal y del que espera que prometa y resuelva algo?

La genta necesita creer en algo. Incluso en los politicos, colectivo cuya credibilidad cae en picado, en parte por méritos propios, pero también por una cierta revuelta que ahora llamamos desapego popular a la autoridad imperante.

Estas manifestaciones de desagrado -los aplausos no se contabilizan en las crónicas- dicen que se movilizan a través del Facebook y del Twitter, lo cual debiera ser un elemento de reflexión para los partidos convencionales. Lo que vale para protestar contra los ayatollahs de Iran o el bolivarismo de Chávez también sirve para aquí. ¿O no? Decir lo contrario es desvirtuar la espontaneidad de las redes sociales.

Aislar al pueblo llano para ahogarle su voz, o al menos que no se asome a la televisión, es pan para hoy y hambre para mañana.