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El peligro de pensar

El peligro de pensar

miércoles 02 de febrero de 2011, 21:07h
Cuando uno otrora decía “repensar las cosas”, se refería a volver a pensar las cosas y no a reforzar el pensamiento establecido. A falta de pensar de nuevo, porque el pensamiento da muchos disgustos, hoy tenemos un pensamiento arqueológico que no va más allá de unas pocas ocurrencias, en el magma de la repetición que llevó la razón a la ruina. Paul Ricoeur, pobre hombre, lo planteó como “reconocimiento”, antes de morirse de vergüenza por la inutilidad de su intento. El filósofo no propuso reforzar el conocimiento establecido, sino volver a conocer, algo así como re-conocer o conocer de nuevo, sugerencia, como es natural, condenada al fracaso, porque el saber produce dolor y nadie está dispuesto. El peligro de pensar es que podemos comprender, y esto asusta mucho.

Por su parte, Foucault, no el del péndulo sino nuestro contemporáneo Michel, dejó escrito que, “el espíritu humano se inclina naturalmente a suponer en las cosas un orden y una semejanza mayores de los que en ellas se encuentran”. En otras palabras, cuando uno está enamorado y mira al cielo estrellado, supone que hay armonía en el cosmos y los astros gravitan en círculos perfectos, cuando en realidad lo que ve son las secuelas del big bang, es decir, un despelote de materia donde el equilibrio aparente es un momento del caos. Llevado a la tierra el ejemplo, la paz es un momento de la guerra, la estabilidad financiera es la digestión de la oligarquía, el Forum Filatélico es el timo de la estampita, el estado del bienestar una broma, la Unión Europea una ocurrencia que tiende a su propia destrucción, las cajas de ahorros no más que garitos donde la política, que es la gestión de la incertidumbre, enjuga sus deudas con sueldos y préstamos escandalosos.

El espíritu humano, como advirtió el filósofo, se inclina naturalmente a suponer en las cosas un orden, y así, al espíritu humano le parece que la vida discurre “dentro de un orden” establecido, como si los disparates políticos, económicos, científicos, tecnológicos, educativos, religiosos, fueran valores sociales de la época y no errores descomunales, que llevan a la sociedad a la miseria económica y moral. Así, con estas urdimbres, a los dirigentes se les hiela la sangre cuando ven que los pueblos se revolucionan de repente, como en Túnez, Egipto, París, Londres o mañana a la vuelta de la esquina, pasando, sin causa aparente a repudiar el orden establecido como si el espíritu humano tuviese una revelación, una toma repentina de conciencia, un re-conocimiento, una comprensión, un darse cuenta de que la mentira (orden) establecida los hacía creyentes, mientras que la verdad puede hacerlos libres.

A los dirigentes, desde el pedáneo hasta Obama, los asusta que el pueblo pierda repentinamente el miedo al peligro de pensar y comprenda que, “el orden establecido”, es el nombre que se da al desorden de las cosas.

Eduardo Keudell. Periodista y escritor.
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