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Personajes

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domingo 01 de julio de 2007, 01:49h

Pasaron las elecciones porteñas y también las “sorprendentes” elecciones en Tierra del Fuego. Obviamente, dado que no quiero hacer ejercicio ilegal del análisis político, no tengo demasiado para aportar en ese sentido.

Pero si quisiera destacar, como simple ciudadano, algunas reflexiones que me dejaron los resultados electorales del domingo. (Sin perjuicio de que después le agregue algo de economía a estas opiniones pseudo políticas).

Churchil resaltaba el problema de pelear la nueva guerra con las tácticas de la guerra anterior. Al respecto, me parece, humildemente, que ha habido demasiado análisis anacrónico sobre los resultados electorales locales y sureños. Ni a Macri lo votó la “derecha” que, de pronto, es mayoría en todos los barrios porteños. Ni a Ríos la votó la “izquierda” que, también, de pronto, es multitud en la escasamente poblada Tierra del Fuego. Ni el triunfo de Macri refleja el “derrumbe” electoral del Presidente en Octubre, ni el de Ríos, la explosión nacional del ARI. Ambas son, efectivamente, elecciones locales, con fuerte influencia nacional, por supuesto. Pero ambas ponen en juego otro tipo de características en la demanda de la población, que poco se relacionan con izquierdas o derechas y mucho se vinculan con atributos tales como gestión, honestidad, “nueva forma de hacer política”, etc, que son atribuidos a candidatos ganadores y que los perdedores no pudieron acaparar para sí. Algunos, como en el caso de Tierra del Fuego porque estuvieron ejerciendo la función pública y ya había sido testeada su calidad para gobernar; y otros, como en el caso de la Capital Federal, o porque también están gobernando y siendo testeados diariamente, o porque, ya en la segunda vuelta, y metidos en el microclima político de “no dejarle a la derecha a la ciudad de Buenos Aires”, olvidaron resaltar, o lo hicieron tardíamente, esos atributos que la sociedad porteña están demandando de sus gobernantes, en especial capacidad de gestionar una ciudad extremadamente compleja y extremadamente dependiente del resto del país. (sobre eso vuelvo en un rato).

Y esto me lleva a una especie de canción de protesta de los 70, cuyos primeros versos podrían decir algo así como “estoy harto del marketing político, de las estrategias de campaña, de las especulaciones tácticas”. Y lo digo con todo respeto a quienes, profesionalmente, y con mucha eficacia, por cierto, realizan esta tarea. Y digo que estoy harto, porque creo que, en especial en la campaña porteña, se ha abusado de esta herramienta que pasó de ser “complementaria” para una campaña electoral, a convertirse en central. Y que lleva a una gran confusión en el análisis de los resultados. Porque ahora, en lugar de verificar si se atendió a la demanda de los votantes con el producto adecuado, lo que se está discutiendo, en especial por parte de los perdedores es “la calidad del mensaje”. Es decir, “mi producto es bueno, mis convicciones no cambian. La gente no nos votó porque nuestro mensaje electoral fue malo. O no tuvimos el suficiente tiempo. O no piensan. O se equivocaron porque no nos entendieron. O se enternecieron por una silla de ruedas”.Y del otro lado “nos votaron porque no fuimos agresivos”, “porque solo presentamos propuestas”, “porque probamos que representamos mejor a la nueva política”. Todo se ha reducido, insisto, es especial desde los perdedores, pero no exclusivamente desde allí, en el análisis de campañas publicitarias y no de los productos que esas campañas vendían. Y eso es subestimar al electorado, pero también es subestimar a los candidatos, generando la idea, equivocada, a mi modesto juicio, de que “una buena campaña en los medios puede vender cualquier cosa”.

Pero bueno, tomen lo antedicho como una especie de desahogo “para que conste en actas” y pensando en octubre.

Pasando a las efectividades conducentes, Mauricio, que es Macri, tiene por delante el desafío de probar que se puede gestionar eficientemente la Ciudad de Buenos Aires para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos. Desafío que no es menor, porque, lamentablemente insisto, se han incorporado a la discusión  problemas que exceden la capacidad de maniobra de un Intendente local. Me explico. La ciudad de Buenos Aires le presta “servicios” de todo tipo a ciudadanos que no pagan sus impuestos en la ciudad, si lo pagan en alguna parte. Pero que consumen recursos crecientes de la ciudad. Desde quienes viven en el Gran Buenos Aires e ingresan directamente a la ciudad para trabajar, utilizando calles, avenidas, autopistas, medios de transporte, etc, hasta quienes utilizan la infraestructura de los hospitales públicos o las escuelas. EN la medida que se mejore la calidad de los servicios de la ciudad, y que esa calidad se “despegue” aún más de la que ofrecen los intendentes en el Conurbano Bonaerense, la demanda sobre la ciudad será creciente y difícil de abastecer. Y ello obligará, aún cuando sea considerado de “derecha” por la estupidez populista y no progre de los medios de comunicación y la opinión pública argentina, a discutir en serio, que cosas financiar por el sistema de precios, peajes, etc; cuales financiar con impuestos, cuales con deuda y de que tipo y a quienes subsidiar, En toda economía “abierta”, sin fronteras y con  serias dificultades de “discriminar” en el buen sentido de la palabra, es decir discriminar a favor de quienes realmente lo necesitan y no repartir “universalmente” esta tarea es muy difícil. Mucho más difícil lo es, insisto, en la ciudad de Buenos Aires, rodeada de bolsones de pobreza, clientelismo, malas administraciones e intendencias sometidas, salvo honrosas excepcione, a la administración tradicional de la política.

El desafío, entonces, no es menor porque, los ciudadanos de Buenos Aires, en su gran mayoría, y en todos los barrios, han votado por otro tipo de gestión en la Ciudad, pero, como todo fue marketing, no está claro se están dispuestos a “pagar” por esa gestión, lo que esa gestión realmente cuesta. Pero ya habrá tiempo, en estos meses, de debatir, ahora sin especulaciones electorales, propuestas detalladas, sobre la solución de los problemas de la ciudad, después de casi una década de un tipo de gestión particular (que tampoco quiero identificar con “la izquierda” y mucho menos con un mal entendido “progresismo”).

Permítanme, ahora, pasar al reflejo nacional del resultado de las elecciones del domingo pasado. Como siempre, el ruido más grande se está generando en el principal partido de oposición de la Argentina de hoy: el partido justicialista. O, para no exagerar, dentro de la “alianza gobernante”, en donde el PJ, es un integrante importante aunque subestimado.

De pronto, voces que no se escuchaban, o que se escuchaban muy poco, han salido a reclamar “un lugar al sol”. No sé porque, asociando libremente, recordé una extraordinaria pieza teatral de Luigi Pirandello “Seis personajes en busca de autor”. El peronismo, que quiere recuperar espacios dentro de la Alianza gobernante, es un conjunto de personajes en busca de un candidato para “negociar” con el presidente. Un presidente que el PJ percibe menos invencible que en el pasado, acorralado, no solo por cierto cansancio de la sociedad con el estilo y el discurso, sino y básicamente, por una inflación creciente, por las restricciones de energía, la falta de lácteos, o de carne, los problemas de transporte, o de seguridad (que no son patrimonio exclusivo de los “burgueses asustados” como pretenden algunos, sino preocupación seria, de los sectores de menores recursos) y otras cuestiones de la vida diaria, que tienen poco que ver con derechas e izquierdas. Pero estos personajes, como los de Pirandello carecen, por ahora, de autor y, por lo tanto, no pueden maximizar su negociación con el presidente.

¿Y qué se negocia? Permítanme volver a la economía.

Como en el caso de la Ciudad de Buenos Aires, la Argentina lleva décadas sin discutir un nuevo federalismo que responda a las necesidades modernas de desarrollo armónico regional, administración y gestión. Los tímidos intentos y propuestas de “regionalización” o de cambios en la coparticipación no han cristalizado. Esta problemática se ha exacerbado en la década del 90, con el traspaso a las provincias de servicios muy intensivos en recursos humanos y en nuevas inversiones, como la educación y la salud. Esto ha llevado a las provincias, gobernadas, en general, por las viejas estructuras políticas del peronismo, aún disfrazadas de “modernas”, a crisis fiscales recurrentes.

La más obvia fue la de finales de los 90. La recesión llevó a una caída de los ingresos, con gastos inflexibles a la baja. La convertibilidad y la privatización de los bancos provinciales, impedía la utilización del impuesto inflacionario para cerrar el déficit. La alternativa de las provincias fue el endeudamiento con la banca privada y pública y, sobre el final, la emisión de moneda propia, para cobrar un “impuesto inflacionario provincial”.

Cuando se agotó la posibilidad de cobrar este impuesto por el rechazo de la población (hiper en cuasi monedas) los caudillos provinciales, encabezados-nunca mejor  utilizado el término-por Duhalde y Alfonsín-recuerden que algunos gobernadores radicales había-“bajaron” a la Capital a pedirle ayuda a De la Rúa, que estaba ante sus propios problemas, que les contestó con “déficit cero”. El resultado ya lo conocen.

Pero el shock devaluatorio-inflacionario, y la licuación y federalización de la deuda, “solucionaron” de un plumazo los problemas fiscales provinciales. Los ingresos crecen con la inflación, y los gastos se licuan. Pero los ingresos, lentamente, se “normalizan” y los gastos, en especial los salarios, empiezan a recuperarse por las presiones sindicales.

Resultado, cinco años después, los beneficios del shock inflacionario están desapareciendo, y las provincias, con Buenos Aires en primera fila, empiezan a mostrar otra vez déficit. Y es aquí, donde el justicialismo y parte del radicalismo vuelve a “tallar”. La demanda hacia Kirchner es por más recursos.

Pero el presidente, intendente primero y gobernador de una provincia rica y pequeña después, enfrentó siempre con “mano dura” las rebeliones sindicales internas, (hasta que este año, por impericia de sus sucesores, según él) su propia provincia explotó. Por ello, nunca participó de la “Liga de Gobernadores” que exigían la devaluación como salida. Y armó un esquema fiscal para cuidar “su propia caja” y, en todo caso, negociar frente a un conjunto de gobernadores e intendentes que, en el fondo, desprecia y que “compra” con fondos. No coparticipa las retenciones a la exportación. No coparticipa gran parte del impuesto al cheque. Y si bien se hace cargo de gran parte de las jubilaciones, encontró la forma de apoderarse de fondos de los futuros jubilados. (con la contra reforma provisional), para financiarse en el corto plazo. Tampoco coparticipa el impuesto inflacionario-que se usa para comprar dólares sin deuda remunerada y que pega más en servicios en los grandes centros urbanos-. Encima, la obra pública provincial se maneja desde el Gobierno Central, lo que implica poco rédito político para los gobernadores e intendentes (y no solo poco rédito político).

En síntesis, entonces, hoy el peronismo, ante la supuesta debilidad del presidente y su proyecto continuista, ve una oportunidad para negociar un mejor lugar dentro de la Alianza gobernante, como mínimo y disputar el poder y la caja, como máximo. Lo grave de esta situación es que si las finanzas provinciales siguen empeorando y no se replantea el federalismo fiscal, la “solución” es siempre un nuevo shock inflacionario (quizás esta vez disfrazado de “sinceramiento” de precios).

El problema para concretar este plan, es que estos personajes siguen sin un autor capaz de “captar” a una parte de la opinión pública, y obligar al presidente a negociar.

Vuelvo, entonces, al comienzo de estas líneas. 

Las demandas de la población, en todos lados, sugiero, modestamente, tienen poco que ver, con la fantasía de los políticos y los analistas. Se vinculan más con los problemas de todos los días, y con el horizonte para el futuro.

Hasta ahora, el presidente sigue predominando en la consideración electoral, no porque es de izquierda o de derecha, sino porque una primera minoría lo sigue considerando más apto para gestionar que los demás.

Surgen ahora problemas que atacan, precisamente, esa capacidad de gestión, y que afectan la vida diaria. ¿Es ello suficiente para cambiar el mapa electoral de octubre?

Yo, de eso no entiendo mucho, pero me parece que, al menos todavía, no.

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