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Los hackers del chavismo

Los hackers del chavismo

lunes 12 de septiembre de 2011, 17:42h
Cuando se presentaron en sociedad, los hackers se convirtieron en héroes de nuestro tiempo. Encarnaciones de un talento y de una pericia asociados con la juventud, causaban admiración por las proezas que podían ejecutar desde sus computadoras. Sin moverse de la casa y sin una formación académica que los destacara como expertos en las complicaciones de un saber especializado, debido a su familiaridad con las tecnologías de la comunicación eran capaces, por ejemplo, de difundir el conocimiento que pretendían monopolizar unos pocos en el seno de unos claustros a cuyo interior apenas accedían los elegidos por la calidad de sus diplomas. Lo que parecía inaccesible por su confinamiento en un círculo de científicos encumbrados, era desvelado por unos audaces y generosos muchachos que esparcían el secreto a quien tuviese interés, a quien lo pudiera aprovechar según su necesidad. Sólo era cuestión de penetrar las redes sometidas a estricta clausura, para convertir en dominio público lo que era controlado exclusivamente por un elenco selecto. El hecho de burlarse de Cambridge o de un famoso laboratorio no dejaba de ser una cualidad digna de alabanza, simplemente para celebrar una hazaña que antes sólo realizaban los iniciados. Crecieron en celebridad, pero igualmente en aplausos, cuando penetraron las redes de seguridad de las centrales de inteligencia de las grandes potencias. Sobraron las aclamaciones cuando llegaron a burlarse de la CIA o del espionaje ruso, al divulgar informaciones cifradas o a través de la exhibición de métodos de presión y chantaje que se imaginaban desde la óptica de la gente sencilla, pero que ahora se confirmaban debido a una confesión de sus perpetradores provocada o forzada por el hackeo. Era el triunfo de una flamante generación parapetada en sus computadoras, ante un enjambre de agentes secretos, soplones y confidentes a quienes protegían la impunidad, las divisas, el miedo y la resignación. ¿Cómo no felicitarse por el advenimiento de unos muchachos capaces de burlarse del Pentágono? ¿Cómo no brindar por esos hackers que hacían lo que nosotros, sujetos del montón, apenas ejecutábamos en sueños? No eran cosas de ciencia ficción, sino fenómenos cotidianos que refrescaban la rutina y hacían pensar, en nuestros días y dentro de nuestras limitaciones, desafíos jamás experimentados. Pero hasta aquí se puede dar testimonio del capítulo dorado del suceso, debido a que en breve se hizo frágil el límite que lo separaba del delito. Sobran las evidencias sobre penetración de cuentas bancarias, manipulación de tarjetas de crédito y falsificación de identidades con el objeto de obtener dinero fácil, debido a las cuales se vuelve turbio el manantial que antes parecía cristalino y en el que todos queríamos beber. La alternativa de entrar en el mundo de lo que escriben los otros, de las cuentas sacadas por los otros, de las preocupaciones y los planes y las esperanzas de los otros, desembocó en el pantano de la delincuencia. Obra de la falta de escrúpulos y de la protección del anonimato, no fue arduo el cambio de los roles. En la medida en que no se trata ahora de meterse con la vida y con los deseos y con las finanzas de los poderosos, sino especialmente con los individuos sencillos, con los ahorristas de los barrios obreros y con las monedas requeridas para vivir sin pretensiones pero sin aprietos, la hazaña se vuelve villanía. Si ya es terrible y censurable que los hackers se metan en la vida del jet-set para aprovecharse de sus apetencias, mayores motivos generan para el desprecio cuando quieren chupar la sangre de los más humildes. Dentro de ese tránsito de la iluminación a la oscurana, de la genialidad a la ventaja descarada, de las vicisitudes dignas de encomio a los episodios capaces de provocar vergüenza, aparece la faena de los hackers chavistas en los predios del Twitter que viene sucediendo desde hace poco. Hasta ahora se han apropiado de los espacios de cuatro tuiteros célebres, quienes cuentan con multitud de seguidores, para cambiar sus palabras y sus ideas por lo que ellos dicen desde una perspectiva profundamente sectaria y altanera que los invita, no sólo a opinar sin contención, sino también a amenazar a los otros tuiteros que tienen la osadía de criticar al Gobierno y de hablar del insólito circo en el que se ha convertido la enfermedad del presidente Chávez. Quieren que la jaula abierta dependa de la voluntad de unos manipuladores prepotentes, pretenden determinar el rumbo de las opiniones que cualquier mortal tiene derecho a expresar desde su computadora o desde su teléfono. No sé si tenga sentido en la Venezuela de nuestros días llamar la atención sobre las leyes que esos sujetos violan, ni sobre el desprecio de derechos humanos fundamentales ni sobre las penas que pesan contra quienes suplantan la identidad ajena ni sobre el asqueroso papel que ejercen cuando amenazan a cualquier hijo de vecino que escribe frases de censura y esperanza. En el país de los pinchazos telefónicos y de los programas insultantes de VTV no hay referencia legal que valga, ni complicidad oficial que no se sospeche. La incursión de esos hackers lamentables no es sino un nuevo episodio de la misma estrategia de presiones y porquerías frente a las cuales el Gobierno no hará nada. Pero no hay que guardar silencio. Sólo así capturan cierta audiencia, apenas así disfrutan tales piratas de su cuarto de hora en el espacio de los pajarracos libres. [email protected]    
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