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El general San Martín, ¿un mestizo?

El general San Martín, ¿un mestizo?

miércoles 15 de agosto de 2007, 04:15h
Un debate semejante al desarrollado en Chile después de la serie de televisión “Héroes” tiene lugar en Argentina, desde que el historiador Hugo Chumbita y el escritor José Ignacio García Hamilton entregaron pruebas concluyentes de que el general José de San Martín “libertador de Argentina, Chile y Perú”, no era el hijo de quienes figuraban como sus padres legítimos. Había nacido sí en Yapeyú en 1778, pero del capitán de fragata y general español Diego de Alvear, y una india guaraní, llamada Rosa Guarú.

El niño mestizo —según los revisionistas— fue entregado para su crianza al matrimonio formado por el soldado de frontera Juan de San Martín y Gregoria Matorras, ambos originarios de Castilla la Vieja, y ya mayores para los cánones de la época; tenían más de 40 años. Juan de San Martín estaba destinado al límite noreste de la actual Argentina, en el territorio de Misiones, cerca de la frontera con Paraguay, Uruguay y Brasil.

El matrimonio San Martín—Matorras se trasladó a Buenos Aires y luego a Madrid, en 1783, cuando el futuro libertador era un niño que se aproximaba a los cinco años. Finalmente se establecieron en Málaga. La familia legal del general San Martín nunca regresaría a América, y él lo haría recién a los 34 años, a mediados de 1812.

En Málaga, inscrito como José Francisco de San Martín y Matorras, que fue siempre su nombre legal (no como O’Higgins, que debió usar el apellido Riquelme hasta la muerte de su padre), el líder independentista argentino inició sus estudios primarios. A los 11 años se incorpora al Ejército español como cadete, donde hizo una carrera militar precoz, ascendido a teniente coronel y condecorado con medalla de oro a los 30 años, por su heroica actuación en la batalla de Bailén, en que fueron vencidas las tropas de Napoleón el 19 de julio de 1808. Se debe a San Martín la inscripción grabada en bronce en el Templo Votivo de Maipú, que dice: «A los vencedores de los vencedores de Bailén», en que el Libertador rinde homenaje tanto a los combatientes criollos como a sus ex compañeros de armas, derrotados por sus tropas en tierras chilenas.

Muchos aspectos del origen de José de San Martín siguen siendo un enigma para los historiadores. Su fe de bautismo nunca fue encontrada; la fecha de nacimiento es discrepante incluso en los escritos del prócer, que da tres datos distintos. Sus estudios en España también están rodeados de ambigüedad.

Pero lo que desestabilizó toda la estantería fue el hallazgo de lo que ahora se ha llamado “El libro de Joaquina”. Un volumen de memorias con cartas originales, dibujos y apuntes, escrito en el siglo XIX por María Joaquina de Alvear y Sáenz de Quintanilla (1823-1889), hija del caudillo independentista argentino Carlos de Alvear, cofundador de la Logia Lautarina en Buenos Aires junto con San Martín, y en definitiva medio-hermano del mestizo general... Esto, de confirmarse su afirmación de que fue el abuelo de ella, Diego de Alvear, el capitán de fragata, el verdadero padre de don José de San Martín.

En la prensa de Buenos Aires se han publicado varios ataques a “El libro de Joaquina”, aludiendo a presuntos síntomas de locura en la autora, y defendiendo “la impecable ascendencia europea” del general San Martín, en la cual también creía ciegamente el historiador chileno Francisco Antonio Encina.

Pero San Martín fue calificado de “mestizo y plebeyo” en cuanto regresó a la Argentina en 1812, y tuvo tantos conflictos con la aristocracia local como O’Higgins en Chile. No tenía fortuna ni alcurnia. Era moreno, de pelo lacio y renegrido, con una gran nariz, larga por el lado europeo, pero también ancha, típica de las etnias de la cuenca interior del Río de la Plata y sus afluentes. Ya corrían rumores sobre su condición de mestizo. Le decían a sus espaldas “El Cholo” o “El Tape”, y la madre de la que sería su esposa, Remedios de Escalada, se opuso a que casaran a su hija —por influencias de la Logia Lautarina y de los Alvear— con ese oscuro recién llegado. Ante sus íntimos, la suegra de San Martín lo llamaba “El soldadote” o “El plebeyo”.

Nada era suficiente para las oligarquías latinoamericanas de la Independencia: hasta a Simón Bolívar se le echaba en cara su color moreno, y en la encopetada sociedad bogotana llegaron a llamarlo “El longaniza”, en tiempos de la Gran Colombia; en tanto en Santiago, O’Higgins era simplemente “El guacho Riquelme” para las familias tradicionales. 

No deja de ser jocoso al respecto, que la llamada “aristocracia castellano vasca” de Chile se opusiera durante todo el siglo XIX a que se levantara una estatua de O’Higgins en Santiago, por la “ilegitimidad” de su origen (y su política anti-oligárquica, en realidad), mientras erigía con entusiasmo un monumento ecuestre a San Martín, en la Alameda, en 1863, cincuenta años antes del consagrado a “Riquelme”. La auténtica historia iguala hoy a ambos próceres.

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Camilo Taufic
Periodista

(Una síntesis de este artículo fue publicada en La Nación el 14 de agosto de 2007)
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