Ochenta años después, seguimos donde nos dejó Ortega: preguntándonos qué es España. Lo exacto sería decir que son los políticos de uno y otro bando quienes viven de tenernos empantanados en nuestro histórico mar de los Sargazos. Unos crean el problema y otros se ofrecen como bomberos. Mientras, el resto de los ciudadanos -que les pagamos el sueldo con nuestros impuestos- asistimos perplejos al guión cainita que nos están diseñando. Unos más que otros, todo hay que decirlo, porque resulta que en treinta años que llevamos de democracia, todos los partidos han renunciado a algo, todos menos los nacionalistas, que se amparan en la Constitución para después (Ibarretxe, Carod Rovira) saltársela a la torera. Que a éstas alturas de la película una Nación como España -con memoria escrita de su identidad desde los tiempos de Roma- ande a vueltas con estas historias, invita a la depresión o al cabreo.
Como repuesta al desafió referendario del "lehendakari" Ibarretxe -que ha fijado su particular "Independence Day" el 25 de octubre del año que viene-, el PP sale a decir que "somos España" (¿De verdad piensa el señor Acebes que sólo son españoles los votantes del señor Rajoy?). Qué desmesurado resulta todo. Claro que, para desmesura y desconcierto, lo del señor Rodríguez Zapatero. Hay que ser rarito para que quien preside el Gobierno de España -Reino al que la Constitución, en su Artículo 2, define como una "Nación", escrito así, con mayúscula-, salga a decir que "nación" es un concepto "discutido y discutible".
Con políticos como los que nos han tocado esta temporada, no me extraña que las librerías en las que venden libros de poesía y la consultas de algunos médicos estén llenas de ciudadanos aquejados de melancolía. De añoranza, no de otro país, sino de otra clase política. ¡Joder qué tropa!, que diría Romanones.