lunes 09 de abril de 2012, 19:37h
"Mi carta, que es feliz, pues va a buscaros", que decía Campoamor, apenas tiene sentido en una sociedad donde el correo electrónico y los teléfonos han arrumbado el correo postal a una especie de sumario comercial, donde toda oferta e información bancaria tiene sitio, pero en la que la comunicación íntima apenas ocupa un somero lugar.
Eso no quiere decir que el correo ordinario carezca de importancia, o que pueda ser objeto de eliminación, censura o desprecio, porque nadie sabe lo que hay en el interior de un sobre, ni las dificultades o perjuicios que causa su pérdida.
Un mal cartero, un cartero infiel, arrojó a una escombrera de la provincia de Madrid más de siete mil cartas en las navidades de hace cinco años, y ha sido condenado a un año de prisión, que no cumplirá, y a una multa de 630 euros, que me parece castigo leve, pero que se enmarca dentro del desprecio a la comunicaciones, del asalto a la intimidad de los correos electrónicos, de la falta de respeto con que son hoy tratadas las comunicaciones personales, y que, con excusa de la persecución del delito, llegan a cotas tan inconstitucionales como inadmisibles.
El asalto a la intimidad, con permiso del juez o sin él; el avasallamiento de las comunicaciones personales, a través de recursos tecnológicos inimaginables, se encuentra tan extendido que el cartero condenado parece que lo único que hizo fue lo que suele hacer con frecuencia alguna que otra autoridad.
El cartero infiel es la consecuencia de una sociedad que ha perdido el respeto a los derechos del individuo, que se avasallan sin que nadie se escandalice, y -lo que es muchísimo peor- que se usan como arma de coerción, en una antesala espeluznante del totalitarismo.
El cartero infiel es una anécdota, pero la categoría reside en esa pachorra escandalosa e inadmisible con la que el Colegio de Abogados, por ejemplo, contempló la escucha privada de conversaciones entre acusados y sus defensores. Puesto que de esa desidia, de esa negligencia deslumbrante, vienen estas conductas que escandalizan mucho más, pero que puede que sean menos graves que el clima de condescendencia ante el evidente síntoma de una sociedad enferma y poco exigente.
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Últimos comentarios de los lectores (1)
5352 | Rosa Paredes - 10/04/2012 @ 08:33:48 (GMT+1)
Leyendo su artículo, déjeme que le diga algo. Hablamos de respeto y de derechos humanos. Y yo me pregunto a estas alturas de la vida que nos ha tocado vivir: ¿y eso que es? Respecto al respeto y los derechos humanos, dentro del mundo de la justicia, ¿a quién se le aplican? Pienso que en muchos casos y ante dictámenes erroneos de jueces, mas bien al delincuente que a la víctima.
La falta de privacidad e intimidad de unos, es la consecuencia de la curiosidad malsana de otros. Estoy hablando de las escuchas telefónicas. Cuando las mismas no están justificadas, me parecen una auténtica canallada. Por desgracia, se algo sobre ese tema. Es mucho lo que podría contar al respecto. Llevo años sufriendo todo tipo de atropellos a través de la linea telefónica. He escrito a la Fundación de la Telefónica a la atención de Don César Alierta poniéndole en antecedentes del hecho, y no han tenido, estos caballeretes, la delicadeza de acusar recibo a mi escrito. Por parte de la policía, otro tanto de lo mismo. Es una larga historia, además de otras, que dura muchos años y que no es este el lugar más adecuado para contarla. Vamos a dejarla en secreto de sumario.
Pasemos a la otra acera. Lo que ha hecho el miserable cartero tirando esas cartas en las que a través de un folio se expresaba el pensamiento, es una auténtica canallada. Igualmente cuando el que se llama escritor y no tiene talento suficiente para escribir su palabra, se convierte en ladrón de otras que no le pertenecen. ¡ cochinos plagiadores! Lo malo es cuando vas a ese santuario y te pierdes entre los estantes de los libros. Eliges el volumen que quieres que figure en tu biblioteca y te vas contenta al domicilio particular con ese invitado especial. Lees con avidez y pasas página. Claro que más tarde, te enteras que esas páginas que has leido, han sido plagiadas. Es entonces cuando sufres la profunda decepción hacia ese ladrón del sentimiento y la palabra de otros.
No quiero terminar sin decir algo. Está claro que con las nuevas tecnologías ya no se escriben tantas cartas. Ahora se tiene prisa por llegar y las mismas se han suplido por el correo electrónico, y como Vd. bien dice, Sr. del Val, por el teléfono. Sin embargo, añoro introducir esa pequeña llavecita en el buzón y extraer ese sobre en el que unos folios esperan a ser leídos. Palpar el papel y pensar en esas letras que se convierten en palabras y dan paso a largas frases, que un día, a una hora y en un lugar cualquiera, alguien las escribió para que tú las leas...
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