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Maravall y la calidad de la política

Maravall y la calidad de la política

lunes 16 de septiembre de 2013, 15:51h
Escribe José María Maravall, uno de los intelectuales actuales más sensibles a la política, en el diario El País acerca de cómo salvar -o al menos cómo mejorar cualitativamente- la política española. Y, como le ha sucedido más de una vez, atina considerablemente en el análisis, pero se equivoca en la principal conclusión que se desprende del mismo. Por eso es fácil estar de acuerdo con los argumentos de su artículo, pero no con su título, que, a menos que se deba a un problema de edición, resulta de lo más facilón y manido. Me explico de inmediato.

Maravall comienza afirmando que en tiempos de tribulación abundan las ocurrencias. Muy cierto y yo agregaría que también los descubrimientos del agua tibia. No puedo estar más de acuerdo con su rechazo de las categorías importadas para examinar el comportamiento de nuestros políticos, como los de "elite extractiva" e incluso el de "clase política". Esas categorías dificultan más que facilitan el análisis de la reproducción de nuestras élites políticas. 

También concuerdo con su rechazo a esa tentación de buscar varitas mágicas para resolver los males de funcionamiento de nuestro sistema político. Ya he insistido en ello: no creo en los sistemas electorales mayoritarios ni en los estrictamente proporcionales y sus efectos en los diseños institucionales. No me convence el sistema presidencial estadounidense ni el sistema proporcional italiano, por poner los ejemplos extremos. También coincido con Maravall en su crítica a los instrumentos subsidiarios (elecciones primarias internas, listas completamente abiertas, etc.).

En suma, coincido plenamente con José María cuando afirma: "No pienso que existan remedios institucionales mágicos a las carencias de nuestra vida política, pero no acepto resignación y fatalismo". Ahora bien, es precisamente cuando se pone a buscar soluciones que hace lo contrario de lo que recomienda y acude a instrumentos mágicos y trillados. Por ello sostiene: "Creo que la solución podrá venir de una mayor participación política en una sociedad largo tiempo desmovilizada". ¡Wrooong!...respuesta incorrecta, estimado.

Poner el acento en la desmovilización política es confundir el blanco de este problema. Aunque resulte cierto el hecho de que puedan apreciarse oscilaciones en la participación ciudadana en nuestro país, no lo es en términos comparados con la mayoría de los países europeos. La clave del asunto hay que buscarla en otra parte. Incluso el propio Maravall la apunta, sin darse mucha cuenta, al decir más adelante que la solución dependería "de que los ciudadanos mantengan toda la desconfianza política, pero sin ceguera alguna: descalificaciones genéricas de la política y de los políticos socavan la democracia".

En esa dirección es que se encuentra el verdadero meollo del asunto: en torno a la calidad de la ciudadanía. He sostenido hace tiempo que la calidad de una democracia no solo depende de la calidad de sus instituciones sino de la calidad de su ciudadanía. Y he propuesto una distinción conceptual entre ciudadanía activa y ciudadanía sustantiva. La primera refiere al volumen de activismo. La segunda a la cantidad de ciudadanía que asume sus derechos, tiene suficiente discernimiento político, y los pone en práctica sin necesidad de movilizarse todo el rato.  En América Latina hay ejemplos de países con alta movilización política y muy baja calidad de su ciudadanía (y por tanto de su democracia) o con alta participación ciudadana, secuestrada políticamente. 

El mayor problema de nuestra democracia no es la falta de disposición a la movilización ciudadana sino la falta de calidad de nuestra ciudadanía. Lo cual remite a un problema de cultura política, desde luego. Un amigo costarricense, hoy ministro de educación, insiste en que con la educación democrática pasa lo mismo que con la educación sexual: se nos supone. Por eso me pareció dramático que -precisamente por falta de cultura política- no pudiera llegarse a un acuerdo básico para mantener adecuadamente la asignatura de educación para la ciudadanía. Esa (nuestra cultura política carpetovetónica) es la mayor debilidad de nuestro sistema político, si entendemos por este no sólo la estructura institucional sino también la relación entre gobernantes y gobernados.

Por eso, no es más participación lo que salvaría la política, sino más ciudadanía sustantiva o, dicho de otra forma, mayor calidad ciudadana lo que salvaría la política. Y para eso hay que poner el esfuerzo fundamental en cambiar nuestra cultura política. Una tarea que debería surgir, primero, de un diagnóstico correcto de nuestras debilidades, y después de un compromiso de todas las instancias en fomentar la formación política, la educación ciudadana. Algo en lo que también el caso alemán tiene una experiencia interesante. 
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