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La anchoa

La anchoa

miércoles 28 de noviembre de 2007, 14:53h
La Comisión Europea decide este miércoles mantener la prohibición de la pesca de la anchoa en el mar cantábrico. Nos ha costado treinta años de saqueo, pero finalmente lo hemos conseguido. La anchoa del cantábrico es ya solo un recuerdo en la memoria. Esta es la noticia. No los continuos videos electorales de los dos grandes partidos nacionales, las consecuencias que una exclamación regia nos puede deparar en nuestra política exterior, las disputas entre las asociaciones de víctimas del terrorismo o el nombre del futuro presidente del partido nacionalista vasco que ha de salir investido durante la asamblea peneuvista del próximo fin de semana.

Si en nuestro país los medios de comunicación no estuvieran tan condicionados por las disputas políticas – disputas que no tienen más finalidad que la conquista del poder para aniquilar al contrario – no se hablaría de otra cosa que de la extinción de la anchoa en el cantábrico, aunque solo fuera porque es una demostración más de la imprevisión que nos gobierna, de la desmedida codicia que nos caracteriza y porque, desgraciadamente, durante los próximos días festivos no podremos degustar tan preciado manjar aderezado con una balsámica vinagreta de perejil, mostaza, huevo rayado y aceite de oliva virgen. ¿Cuál será la próxima brutalidad que cometamos?: ¿el exterminio del cerdo ibérico?, ¿la eliminación de la paella en los menús turísticos o la tala definitiva de los álamos que sombrean el curso de nuestros raquíticos ríos?.
          
Nos entretenemos fomentando la mala hostia. No hay más que escuchar las diferentes emisoras de radio de nuestro país para comprobar que lo que realmente nos divierte es dividirnos en bandos para enfrentarnos los unos contra los otros por cuestiones sentimentales. Cualquier cosa que el bando contrario haga nos subleva: ya sea trasladar unos legajos de un archivo a otro, derribar unas estatuas, dudar de los dioses establecidos o reivindicar la dignidad de quienes siempre han estado perseguidos.
          
El mundo ha entrado en un siglo donde el calentamiento del planeta ya se manifiesta en los glaciares de los polos. Las grandes zonas vírgenes y boscosas de Alaska ya están siendo explotadas en busca de gas y petróleo. Los mares se han terminado convirtiendo en una cloaca donde se vierten toda clase de residuos contaminantes y en la selva amazónica cada año desaparece una superficie arbolada equivalente a la extensión de Bélgica.

Nosotros, de momento, solo hemos acabado con la anchoa del cantábrico. Pero, bueno, con el tiempo seguro que también seremos capaces de acabar con nosotros mismos ya que al parecer – y ahí esta la historia más reciente para demostrarlo - esto es lo que más nos entretiene. Nos odiamos. Nos gustamos tan poco que en este país siempre lo dividimos todo en bandos irreconciliables: la prensa, la política, el deporte, las regiones, etcétera, etcétera… Si no perteneces a uno de los bandos, permanentemente enfrentados, estás más perdido que un guardia civil en una barriada gitana. No tenemos más marca de nacimiento que el resentimiento. Más tradición que la bronca permanente. Y lo que es peor, no disponemos, al parecer, de más destino que el que don Antonio Machado certificó en aquellos versos de españolito que vienes al mundo, etcétera, etcétera...
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