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Volver a empezar

Por Gabriel Elorriaga F.
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elorriagafernandezhotmailcom/18/18/26
lunes 07 de marzo de 2016, 08:07h
En la noche del jueves 3 de marzo (paréntesis entre dos votaciones de investidura de presidente del gobierno) en esta ocasión fallidas, Televisión Española emitió, en su interesante antología del cine español, la película de José Luis Garci titulada “Volver a empezar”, en alusión a una entrañable melodía de Cole Porter. La involuntaria coincidencia que, sin lugar a dudas, no tenía intención alusiva, no podía ser más oportuna. Volver a empezar es lo que habían votado los diputados el día anterior y lo que iban a ratificar -se supone que tras sesuda reflexión- el día posterior, 4 de marzo: volver a empezar. Era lo previsible cuando, tras el paso atrás de Rajoy, Sánchez se decidió a dar un paso adelante sin otra base que la de que la hipótesis de un gobierno “de izquierdas y de progreso” sería suficiente para reunir bajo su sombra toda la variedad de grupos de la Cámara con tal de que no estuviese en la combinación el Partido Popular y sus más de siete millones de votantes y, en especial, el presidente en funciones Mariano Rajoy.

Como tal hipotético gobierno “de izquierdas y de progreso” no era una coalición estructurada sino un voto gratuito de confianza a Pedro Sánchez, que este no había negociado ni formalizado seriamente, la hipótesis fracasó, como fracasan todas las utopías sin otro fundamento que los deseos personales de un aspirante de escaso recorrido. Consecuentemente, la gran parafernalia de la política parlamentaria solo sirvió, por primera vez en esta era constitucional, para poner en marcha el cronómetro que limita a dos meses el tiempo para “volver a empezar”.

¿Ha sido una forma de perder el tiempo? No. Ha sido un espectáculo conveniente para que los electores midan las consecuencias de votar con sentimientos partidistas, como quien llena una quiniela para ganar una apuesta, y sin consciencia de que lo que se elige no es a los partidos de su corazón o a los líderes más simpáticos sino a una fórmula de gobierno estable y eficaz dentro de lo posible y calculable. Es decir, se trata de elegir teniendo en cuenta la realidad sociológica mayoritaria en España y no las carantoñas teatrales de los grupos que juegan a ocupar escaños sin responsabilidades de gobierno.

En esta ocasión, el bipartidismo que ofrecía una alternancia hacia derecha o izquierda con un péndulo moderado por la fuerza de gravedad de la economía, se presentaba con un péndulo descompuesto por un tercer elemento desequilibrador llamado “Podemos”. Un amasijo de perjudicados por una severa crisis socioeconómica, de resentidos de una marginalidad rencorosa y de “vengadores justicieros” dispuestos a ajustar las cuentas a las cocinas de la corrupción y a los privilegiados de “la casta”. Una gran minoría a la que pretende capitanear, aunque sea a costa de desbarajustar la máquina del Estado, un diputado primerizo disfrazado de pobre de guardarropía. Este diputado, llamado Pablo Iglesias, considera que la minoría, cosida con frágiles puntadas, que lo secunda es “la gente”. Según él, los demás españoles, mucho más numerosos, no son “gente” sino oligarquía.

Sánchez quizá soñó que “la gente” de Podemos le ayudaría sin contraprestaciones peligrosas, pero esto era un sueño imposible. Los españoles, más listos de lo que parece, a pesar de dispersar sus votos, se encargaron de que las cuentas de la izquierda no saliesen. No hizo falta que la médula del PSOE, la unión europea, el equilibrio internacional, los misteriosos poderes fácticos ocultos y todos los santos de la corte celestial se pusieran de acuerdo para evitar el disparate de que uno de los países más estratégicos de occidente cayese en las manos pecadoras de una reconstrucción tardía de aquel Frente Popular que acabó con las libertades republicanas en los años treinta del siglo pasado. Los españoles, por sí mismos, como en la Transición, se encargaron de decir “Urbi et orbe” que aquí se vota reforma pero no ruptura. Consecuentemente, una rotunda mayoría constitucionalista quedó como ganadora y los destructivos, revisionistas, rupturistas y separatistas como perdedores. Así se manifestó el “no y no” verdadero y no ese absurdo “no” al PP con el que Sánchez impidió la coalición que podía haber sido base de un gobierno razonable.

Ahora ya no queda más que volver a empezar. Algunos agoreros dicen que de la repetición solo saldrán resultados similares. No parece fácil, después de lo visto, que todo se reproduzca en los mismos términos ni con las mismas personas. Pero, aunque así fuese, y los electores no hubiesen aprendido nada, lo mismo ya no sería lo mismo. Hasta los mismos actores intentarán interpretar la función de otra manera. La grieta que ha amenazado la arquitectura del sistema está localizada y no está abierta entre izquierda y derecha sino entre constitucionalismo y bancarrota. Ha quedado bien señalada en gestos y palabras. Volver a empezar no será volver a visionar esa película cansina de la inquina entre Sánchez y Rajoy sino la dictada por la necesidad de que España tenga un gobierno estable y homologable al de las otras naciones de la Unión Europea. Los compases sentimentales de la música de “Volver a empezar” no son los compases agresivos de la Internacional sino una música conciliadora que sugiere pensar bien lo que se vota. La “gente” que votó mayoritariamente a tres partidos constitucionalistas no deseaba un gobierno de izquierdas radical sino unos acuerdos reformistas.

Gabriel Elorriaga F.

Ex diputado y ex senador

Gabriel Elorriaga F. fue diputado y senador español por el Partido Popular. Fue director del gabinete de Manuel Fraga cuando éste era ministro de Información y Turismo. También participó en la fundación del partido Reforma Democrática. También ha escrito varios libros, tales como 'Así habló Don Quijote', 'Sed de Dios', 'Diktapenuria', 'La vocación política', 'Fraga y el eje de la transición' o 'Canalejas o el liberalismo social'.

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