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Esta vez, el Rey habló a fondo del futuro, nada menos

martes 25 de octubre de 2016, 17:36h
Ruego al lector que no piense que esta columna tiene información privilegiada, más allá de las consecuencias que su autor saca de asistir a las ruedas de prensa de los políticos ofrecidas este martes tras haber sido recibidos por el Rey y horas antes de que comience la sesión de investidura, o más allá de un par de conversaciones privadas tampoco definitivamente esclarecedoras. Pero, una vez hecha esta advertencia, creo que debo transmitir a los lectores mi sensación, más o menos personal, más o menos fundada, de que esta vez, pese a su brevedad, las conversaciones de algunos de estos líderes con el jefe del Estado tuvieron mucha más profundidad que otras rondas anteriores en este casi año interminable de esterilidad política: me parece que Felipe VI ha empezado a poner sobre la mesa y ante sus interlocutores -que, lógicamente, se explayaron poco acerca de lo tratado en sus audiencias en La Zarzuela-- la magnitud de los problemas institucionales que padece España y que consta que son la base de las mayores preocupaciones del Monarca.

De cuanto escuché y me susurraron este martes, yo diría que hay dos temas que centran esta preocupación de quien, a mi juicio, está siendo el mejor Rey que ha tenido la nación por ahora: la futura reforma constitucional, tan desdeñada hasta el momento, entre otros, por Mariano Rajoy, que es el hombre que seguirá gobernando el país, ya no en funciones. Y, como posible parte de esta reforma, los 'arreglos' en la normativa que permitan afianzar los vínculos territoriales, sobre todo de Cataluña, como parte de esa nación de naciones -atención a esta terminología- que es España, llámele usted el Estado español, si se empeña.

Una vez asegurada la permanencia inestable de Rajoy en su sillón de La Moncloa, una vez caída una de las piezas del ajedrez, acaso la más discordante, que era Pedro Sánchez -he dicho bien: caída. No creo en su resurrección, francamente--, el PSOE se queda junto a Ciudadanos a la hora de hacer una oposición 'no tremendista' al Partido Popular. Instando reformas de calado, entre las que bien pudiera figurar la de la Constitución, que ya hemos visto que buena falta le hace un lavado de cara, cuando menos, que afecte a no menos de una veintena de artículos y a todo un Título, el VIII, referido al régimen autonómico. Pero esa reforma ha de incluir una definición más clara del papel del Rey, de los plazos para llegar a la investidura y a la formación de un Gobierno tras las elecciones y un fortalecimiento de la Monarquía, desde el proceso sucesorio al trono.

En este sentido, el papel del 'nuevo' PSOE, solo formalmente republicano, será tan fundamental como el que pueda desempeñar un Rajoy que tiene que sacudirse de una vez esa falsa imagen de modorra que le acompaña. Y Ciudadanos, actuando de enlace entre ambos. Tanto Pablo Iglesias como una mayoría de Podemos insisten en que la decisión del comité federal el pasado domingo, en el sentido de que el grupo socialista se abstenga en la última votación de investidura, permitiendo que la candidatura de Rajoy salga adelante, es una suerte de 'gran coalición' entre PP-PSOE y Ciudadanos.

Me parece una percepción cuando menos parcial, si no sectaria: creo que la coalición, de hecho, se va a dar en la oposición, entre socialistas y Ciudadanos, una oposición "templada" (el término es de un dirigente socialista), mientras que, si no corrige el tiro, Podemos corre el riesgo de quedarse en una situación 'a lo Willy Toledo', apoyando cosas como rodear el Congreso de los Diputados el día de la investidura, y predicando algo tan escasamente europeo como hacer la política en la calle más que en el Parlamento: hace tiempo que ya ni Tsipras se decanta por ese tipo de formulaciones.

Ante este panorama, todos deberían abandonar la tentación de aferrarse a las viejas políticas: los 'populares', no dejándose enredar en peleas personalistas entre posibles miembros/as del futuro Consejo de Ministros y volando mucho más alto, a la altura de las necesidades de España; los socialistas, alejándose cuanto antes de las querellas intestinas, en las que confiemos que no quiera incidir Pedro Sánchez, uno de los grandes culpables, a mi entender, de todo cuanto ha sucedido; Ciudadanos, ahondando en su actual, creo que acertada, política del 'si' frente al 'no'; los nacionalistas moderados, siguiendo el ejemplo de Urkullu, que entiende que no está el horno para bollos, y apartándose del de Puigdemont, que está hecho un lío. Y Podemos, finalmente, inclinándose más al a babor de Errejón que al estribor de Iglesias, es decir, siendo la conciencia crítica de la sociedad harta de lo que ha vivido, pero no atemorizando a una parte de esa sociedad, la que a algunos líderes de Podemos no les gusta.

Solo si se cumplen todas estas premisas se abrirá ante nosotros esa nueva etapa de regeneración que todos, todos, aunque cada uno a su modo, consideran tan necesaria, y que debería comenzar precisamente con esta investidura, vacunados de las locuras y demasías, de los egos y de la falta de inteligencia, de los que eso que ha dado en llamarse 'clase política --unos más que otros, desde luego- ha mostrado estar muy enferma durante los últimos once meses. Y desde bastante antes, por cierto.
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