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El más que justificado hartazgo de los mayores

lunes 24 de enero de 2022, 08:14h

A los ancianos no solo los abandonan los hijos, los nietos, los yernos o las nueras. Eso solo es el principio. Al tiempo van las administraciones (central, autonómica y local, da igual), la Seguridad Social, los bancos, las compañías eléctricas, las de seguros y un largo etcétera de empresas e instituciones para las que los viejos no existen o tienen vetado el derecho de admisión. Se diría que su mayor pecado es simplemente atreverse a seguir existiendo.

Casi diez millones de ancianos españoles -hombres y mujeres, por supuesto-, están en riesgo de exclusión -en muchos casos ya irreversible-, como ciudadanos. La informática, que tantos caminos ha abierto, simplificado, acercado y acortado, en su caso es una barrera infranqueable e infinitamente más alta y con más concertinas que las de Melilla o Ceuta para los migrantes subsaharianos.

El lema contra los bancos -directo y contundente como una pintada en sus fachadas-, que ha popularizado en las redes la lúcida iniciativa del médico jubilado y casi octogenario Carlos San Juan, a través de una petición de firmas en change.org ha desbordado todas las expectativas de su autor intelectual. Don Carlos recordaba a los bancos “Soy mayor, pero no soy idiota”, algo que también le conviene tener siempre presente no solo a las entidades financieras sino a todas las administraciones públicas, los partidos políticos y a un sinfín de instituciones, organismos y empresas que, unas veces, olvidan a los mayores y otras, literalmente, los maltratan.

Si las organizaciones de personas mayores son capaces un día de estos de motivar a sus socios y simpatizantes para que todos ellos se movilicen como los habitantes de Fuenteovejuna –“¡todos a una!”-, ya veo yo temblando a los que, a diario, les originan los dolores de cabeza, la sensación de impotencia y de ninguneo a las que los tienen sometidos.

La escasa –muchas veces nula-, atención presencial a la que nos ha llevado la excusa del covid, ha levantado un muro de incomprensión, de olvido, de falta de respeto, de reconocimiento y de deshumanización hacia los mayores que debiera avergonzar a toda la sociedad española.

‘Basta ya!

La modesta pero ejemplar iniciativa del Dr. San Juan ha puesto a los bancos en el punto de mira. Lo merecen, es cierto, porque es indignante ver toda una larga fila, mayoritariamente integrada por ancianos, ante las puertas de los bancos con el único fin de ser ayudados para sacar unos cuantos euros del cajero, o para que se les asista en cualquier gestión financiera.

Los empleados de banca (cada día más diezmados por los ERE y por las jubilaciones anticipadas con poco más de 50 años que, al final, tenemos que pagar todos los españoles), se limitan a cumplir las instrucciones de sus directivos y tratan de ahuyentar de las oficinas -eso sí, con la mayor amabilidad posible-, a buena parte de los clientes sin reparar en su edad, ni en otras dificultades motoras o sensoriales paralelas o añadidas. Y se pone más en los bancos el punto de mira porque son las empresas que han encumbrado la doctrina del valor añadido, la maximización del beneficio: unos cuantos céntimos de un cliente no significan nada para él, pero esos mismos céntimos multiplicados por varios millones de usuarios de banca significan cientos de miles de euros para la entidad.

Pero no son solo los bancos quienes empujan en esa misma dirección contra todos los ancianos. No hace falta más que intentar obtener una vida laboral en las oficinas virtuales de la Seguridad Social; hacer cualquier gestión sobre la declaración del IRPF en una Agencia Tributaria; interesarse por las consecuencias fiscales de una donación en las Consejerías correspondientes de las Comunidades Autónomas, o despejar una duda -por muy razonable que sea-, sobre el Impuesto de Bienes Inmuebles (IBI) en las oficinas municipales. “Consúltelo a través de nuestra web. Allí tiene usted toda la información”, es la respuesta más habitual, no solo para los ancianos, sino para cualquier persona que intente esa misma aventura. Lo de encontrar la respuesta es ya otra canción.

Todo es consecuencia del mismo y falso criterio que se ha extendido y aceptado como el aceite sobre el agua: la “optimización de los recursos humanos”, que es la cantinela a la que recurren todos los gestores de bancos, administraciones, empresas y demás organizaciones para quitarse de en medio y cuanto antes, al mayor número de trabajadores (ellos los llaman “gastos estructurales” o “gastos fijos”). Llevada hasta el extremo esa doctrina va a acabar, no solo con funcionarios, empleados y trabajadores de toda la administración y empresas, sino también con sus directivos, sus consejos de administración y hasta sus consejeros delegados y presidentes, en el caso de las empresas, y con los directores generales, consejeros, secretarios de estado, ministros y hasta los presidentes de las CC.AA. Y del gobierno de la nación, en lo referido al estado.

No se trata solo de ganar más, sino también de gestionar mejor, es decir, poder seguir prestando un servicio de excelencia a los clientes, administrados y ciudadanos. Y esa excelencia, en muchos casos, conlleva también la atención personal. En caso contrario, cuando entidades, ministerios, bancos y empresas hacen sus balances periódicos anuales no están analizando bien sus resultados. Efectivamente, pueden haber ganado más, pero a consecuencia de un servicio manifiestamente mejorable cuando no radicalmente deplorable para un buen porcentaje de sus clientes o administrados.

¡Basta ya, señores!, ¡miren un poco más por aquellos que con el trabajo de toda una vida han puesto los cimientos y forjado su éxito personal! De otro modo, más temprano que tarde, se levantarán de sus sillas de ruedas, de sus habitaciones en casa o en la residencia, para decirles a todos: “Lárguense de una vez!”. Y, posiblemente y acto seguido, no volverán a votarles, ni a abrir jamás una cuenta bancaria en la corta vida que les queda por delante. Lo tendrán bien merecido.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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