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Nada más hermoso que la libertad

Nada más hermoso que la libertad

domingo 08 de junio de 2008, 02:44h
Como es un oficio, sería tonto definirlo. Cada uno lo ejerce como quiere y puede. Como le gusta y piensa que debe. Como le dejan, o a pesar de. Pero con una mano en el corazón, queridos periodistas y no periodistas, ¿acaso no nos damos cuenta cuando un periodista es bueno o es malo? ¿No distinguimos entre el fuego y la burocracia, el orgullo y la indiferencia, la curiosidad y la arrogancia? ¿Entre la modestia y el vedettismo? ¿Entre el rigor del dato y el me parece porque se me canta?

Un 7 de junio, el de 1810, Mariano Moreno fundó “La Gazeta de Buenos Ayres”. Por eso hoy es el Día del Periodista. Moreno, quién puede dudarlo, hizo un diario para sustentar el proyecto político de la emancipación. Y tenía el fuego, el orgullo, la curiosidad, la modestia y el rigor del dato.

Hay muchas formas de ser periodista. Se puede serlo con todas esas características y al mismo tiempo formar parte de un proyecto colectivo. Se puede ser periodista y buscar una mayor distancia. ¿Que la distancia, en el fondo, no existe? Es posible. El punto queda para la polémica. No hay por qué cerrar ningún debate como si fuera un dogma bíblico. Vale la discusión.

Otro tema más para la polémica: en periodismo, ¿no son más interesantes los trabajos que terminan ayudando a que mejore una dimensión colectiva de la sociedad? No hace falta una declaración previa. Ni siquiera que el periodista deba proponérselo. Es que así sale el asunto, por vivencias que el periodista tiene dentro suyo. Por valores o historias de vida. Por imágenes. Por un examen de la propia conducta. Por impulso. Por placer. Por diversión. Por deber. Por vaya a saber qué. Porque sí.

Hay una visión solemne: el periodista como fiscal de la república.

Y hay un aspecto terrenal: un oficio construido por horas de trabajo, aprendizaje gracias a jefes malos y buenos, un gran contacto con la realidad, la pasión por el dato exacto, la obsesión de preguntar siempre “¿por qué?” y alguna noche rica en anécdotas después de una cobertura extenuante. Lecturas, viajes, personas, personajes. La secreta envidia delante un texto bien escrito o una frase redonda.

En la mochila de un periodista pueden convivir, al mismo tiempo, muchas cosas, chicas y grandes, pero en el fondo personales. La imagen de Rodolfo Walsh escribiendo y dejando en buzones la “Carta abierta a la Junta Militar” y ese comienzo maravilloso de Operación Masacre, tan entrañable para el oficio, cuando Walsh mira jugar al ajedrez en un café y escucha una frase: “Hay un fusilado que vive”. La figura del príncipe Carlos ahí cerca, llorando bajo la lluvia en Hong Kong, 1997, mientras ve bajar la bandera británica antes de subirse al yate y dejar atrás un imperio de siglos. Rogelio García Lupo ironizando sobre la Caballería del Ejército como los “generales de ganadería”. Jacobo Timerman en medio de la redacción de “La Razón”, indicándole a un cronista de 28 años: “Escribí lo que quieras sobre el viaje de Alfonsín a la India. Yo te guardo seis páginas todos los días”. Y había que llenarlas. El ruido de un departamento de Villa Crespo a las tres de la mañana: un padre tira al piso la lata de galletitas para seguir rompiendo, con la panza llena, las teclas de la Hermes Baby anaranjada. El Negro Sánchez (Jorge Ezequiel) escribiendo con su índice derecho y su exquisito castellano una larga nota sobre el Nobel a Pérez Esquivel. La Lexicon 80 de la sala de periodistas de Tribunales, cada día del juicio a las juntas del ’85. Vicky Ginzberg o Andrés Osojnik creciendo con persistencia y sabiduría, de pasantes a editores. Sergio Moreno, que se murió después de regalarnos tanta entrega y lucidez. El cuaderno Arte del Perro Verbitsky en el juicio a las juntas, con todo anotado y subrayado en colores. Las charlas con amigos más veteranos, ésos que conocen los temas en serio y siempre explican con mucha paciencia, así uno no mete la pata. El Pocho Gambetta, fotógrafo sensible, en un ascensor de Bagdad lleno de embajadores, explicando un ruido propio y sonoro: “Disculpame, papi, fue la Schweppes”. Graham Greene y los relatos de Bernal Díaz del Castillo sobre la conquista de México. Aldo Rico disfrazado de Rambo y los correntinos cerrándole de afuera un cuartel con una cadena de bicicleta. El Gordo Lázara, su columna entregada a la noche y su muerte de mañana. Lula que gana en el 2002 y, mientras habla de un balcón en la Avenida Paulista, un señor que comenta: “Es la primera en 500 años que nos va a gobernar un brasileño”.

Uno siempre elige y la elección, otra vez, es personal. Puede elegir, por ejemplo, el ejercicio de la política, por creer en un proyecto que busca un Estado para mejorar la vida de los postergados y una sociedad con mayores niveles de justicia. Puede elegir una Télam con trabajadores viejos y nuevos saliendo al mundo digital, peleando primicias, administrando cada vez mejor el dinero de todos, donde el pen drive encaja bien con una reunión entre corresponsales de todo el país en la que un jujeño relata --con iguales dosis de seriedad y vino tinto-- que no deben tomarse decisiones en días de luna llena.

Muy pronto habrá una nueva ley de servicios de comunicación audiovisual. No regulará la libertad de prensa que la Constitución garantiza: es mejor que nunca sea regulada. Sencillamente, la nueva ley abrirá más espacios en el camino de una democracia cada vez más profunda. Todos seremos más libres, o tendremos un marco mejor para serlo.

Tal vez en el oficio de periodista no haya nada más hermoso que la libertad.

Feliz día para todos.

Martín Granovsky
Presidente de la agencia nacional de noticias Télam. Esta columna no supone ninguna línea editorial y por lo tanto los trabajadores de la agencia tienen el derecho de no compartir su contenido.
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