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Espíritu olímpico

miércoles 13 de agosto de 2008, 10:20h
Para muchas personas, los Juegos no dejan de ser un espectáculo que mueve mucho dinero, y que funciona a impulsos comerciales –véase si no las imposiciones de las grandes cadenas de televisión norteamericana a la hora de fijar los horarios de algunas de las pruebas con más “tirón” entre el público. A pesar de ello, y del cinismo que los años van acumulando en la mirada de uno, es inevitable no sorprenderse ante esa demostración de esfuerzo y superación que son unos Juegos: toda esa juventud que despliega sus mejores habilidades, fruto del duro trabajo de años y de muchos sacrificios personales, para intentar ser mejor.

 Ese es el verdadero espíritu olímpico, que consigue despertar entre los espectadores asombro, un poquito de envidia y muchas ganas de emularlos –aunque éstas se agoten con la primera abdominal-. La perfección de los cuerpos musculados a fuerza de sangre, sudor y lágrimas; esas mismas lágrimas, de alegría en el podio y de frustración cuando la contrariedad se cruza en su camino y por una caída, una lesión o un descuido ven tirado por la borda el trabajo de meses… Una rivalidad entre países que, por una vez, no es cruenta y se resuelve en el más noble cuerpo a cuerpo: el que enfrenta a los más preparados en un combate de juego limpio, con jueces imparciales y donde los que intentan hacer trampas son rapidamente desenmascarados.

Por eso, aunque los oscuros designios de un oscuro organismo sean los que decidan quién, cuándo y dónde organiza unos Juegos, es tal la grandeza del espectáculo humano que es fácil olvidarse de los intereses comerciales que mueven la consecución de algunos récords. El deporte se convierte en una actividad que dignifica al ser humano. Y organizar el mayor espectáculo deportivo del mundo, en una meta que ennoblece a cualquier ciudad.

Y en eso está Madrid, con sus autoridades viajando a 10.000 kilómetros para explicar en vivo y en directo qué quieren para 2016 y por qué. Y con el gran Juan Antonio Samaranch, una pieza clave para la consecución del sueño olímpico madrileño, dando en Pekín su particular empujón a esta ambición, y concentrando allí sus esfuerzos en la familia olímpica y –tipo listo- en los empresarios españoles, que deberán apoyar al máximo esta iniciativa para que salga adelante.
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