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Insoportable

martes 01 de febrero de 2022, 08:04h

Todos lo hemos sabido hace poco y a todos se nos ha encogido un poco más el corazón. Un reconocido fotógrafo francés, René Robert ha muerto congelado en una calle de París después de que nadie le prestara auxilio tras una caída que le tuvo tirado en medio de la acera durante más de 9 horas. No, no lo mató la caída sino la indiferencia ciudadana. Una indiferencia que no solo ha anidado en París sino en cualquier ciudad del mundo. Peor aún, en muchos pueblos y pequeñas ciudades también.

Se diría que, como en las guerras, hemos acabado ya por ver al otro como si fuera un enemigo, como si se tratase de un objeto, hemos cosificado a nuestros semejantes y así lo contemplamos como alguien cuya vida no vale nada. Eso se llama deshumanización y ha alcanzado cotas que resultan ya verdaderamente insoportables. A uno le da gana de renunciar a la condición de hombre. Al menos de hombre teóricamente civilizado, cosmopolita, casi encantado de haberse conocido, como es el modelo de hombre de nuestros días.

¿Qué está pasándonos para que lleguemos a creer que un anciano de ochenta y tantos años, tumbado en el suelo –ese era el caso de René-, puede llegar a atacarte impunemente, robarte, clavarte una navaja y descuartizarte en plena calle? ¡Es absurdo!

Hay otra salida-segura, rápida, eficaz-: llamar al teléfono de emergencias –en nuestro caso el 012-, y avisar de lo que se está viendo y dónde está la persona tirada. Eso lo sabemos todos, pero, ¿por qué no actuamos en consecuencia? En París tuvo que ser una persona “sin techo” quién se decidió a hacerlo, posiblemente porque fue la primera que se vio reflejada en el anciano…

Soledad

Acabo de publicar un ensayo sobre las mil y una formas que hoy adopta la soledad a nuestro lado, Antología de soledades (Amazon, 2022), en el que probablemente puede encontrarse más de una respuesta a esa pregunta. El mismo Eusebio Calonge, dramaturgo de los grandes y prologuista del libro, apunta al final de su presentación la clave de la cuestión, la inmensa soledad que ha conquistado nuestras almas:

“…La encontré en todas partes,
a veces como la más fiel de las amantes,
tantas otras como quien me escolta a la muerte”.

Esa frialdad de la sangre del pez que vive en aguas árticas o antárticas se la hemos atribuido siempre al asesino, al sanguinario, a alguien que por alguna razón ha perdido ya lo que nos conforma como seres con sentimientos, como personas, como individuos capaces de sentir alegría, dolor, esperanza, como seres con capacidad de imaginar, de soñar, de ayudar y de admitir la ayuda del otro. Pero, desgraciadamente, parece que este último especimen humano, el que siempre nos ha sido puesto como ejemplo por nuestros padres, por nuestros abuelos y bisabuelos está ya en trance de extinción. Sería muy triste que, al final de nuestra evolución, volviésemos al principio, a aquellos albores de la humanidad en los que hombre y animal eran una misma cosa.

Y es que estamos soportando ya como cotidiano que la mentira se haya adueñado de nuestra existencia. Ni siquiera podemos encontrarla entre los servidores públicos, que rigen nuestras vidas. En nuestro caso, las democracias, por delegación; en otros, por violenta imposición de los gobernantes que no se paran en mientes para imponer su voluntad, para elevar a esta a rango de ley. Parece que, en todos los casos, no es la ayuda al ciudadano el único norte de sus acciones de gobierno sino el puro placer del ejercicio del poder, la conciencia plena y constante de que en sus manos está nuestro modo de vida, y nuestra misma existencia. Así las cosas, al individuo corriente y moliente no le queda otra que replegarse en sí mismo como último recurso para obtener algún tipo de protección.

Ya no puede extrañarnos que, a raíz de la larga pandemia que nos asedia, el miedo, la ansiedad, la depresión, el aislamiento social y las ideas suicidas campen por doquier.

Aún estamos a tiempo, no dejemos que los rasgos de humanidad nos dejen por completo. Rescatémoslos, adueñémonos otra vez de lo humano, de la solidaridad, de sentirnos solo bien si el de al lado también lo está. Y no pensemos que el hombre es un lobo para el hombre, sino la única vía de salida para todos nosotros de hacer soportable una vida digna de ser vivida.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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