www.diariocritico.com

El fementido Padilla

sábado 03 de junio de 2023, 11:06h

Cartel del documental El caso PadillaAyer se estrenó en cines de toda España la película El caso Padilla del director del cine cubano radicado en Madrid Pavel Giroud. Se trata de un documental que llega a las pantallas precedido de un notable runrún mediático y gran expectación en cenáculos culturales, a pesar de que narra hechos y circunstancias que para la inmensa mayoría de los potenciales espectadores podrían resultar muy lejanos y de escaso interés. No así para la veterana militancia anticastrista local, que no ha perdido un ápice de su fervor y resentimiento iniciales, y para determinados círculos intelectuales a los que ahora se les ofrece un testimonio de primerísima mano de lo que fueron los procesos de autoinculpación en la Cuba de Castro a comienzos de la década de los setenta. Muy probablemente, por su indudable concomitancia con los juicios estalinistas llevados a cabo en el contexto de las campañas conocidas como Gran Purga o Gran Terror, que tuvieron lugar en los años treinta del pasado siglo en la extinta Unión Soviética.

Sin duda, la gran novedad de la cinta es la exposición por primera vez al público de buena parte de la filmación original del larguísimo y esperpéntico discurso que el poeta cubano Heberto Padilla pronunció en La Habana la noche del 27 de abril de 1971 ante sus compañeros de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac). Un testimonio delirante que es preciso poner muy brevemente en contexto.

Preproyección de El caso Padilla en la Academia de CineLos problemas de Padilla en su país empezaron en 1968 cuando le fue concedido el Premio Julián del Casal de la Uneac por su obra poética Fuera de juego, tras la votación unánime de un jurado independiente. Una decisión con la que inmediatamente manifestó su desacuerdo el comité director de la asociación. Tras largos y apasionados debates, el poemario se publicó con una nota introductoria en la que dicha junta consideraba los versos "ideológicamente contrarios a la Revolución cubana". Tres años después, el 20 de marzo de 1971 y tras la lectura pública de un nuevo poemario, Provocaciones, Heberto fue detenido, acusado de "actividades subversivas" y trasladado a dependencias de la Seguridad del Estado en Villa Marista, donde estuvo recluido treinta y ocho días. Puesto en libertad, pidió la comparecencia ante sus compañeros de la Uneac, en cuya sede pronunció la "Autocrítica" cuya filmación constituye la base del documental que acaba de llegar a los cines españoles.

La plúmbea y estremecedora confesión pública de todos y cada uno de sus "pecados contrarrevolucionarios", se convierte en un espectáculo ridículo, grotesco e indecente hasta extremos difíciles de concebir, pero cuando el espectador cree haber alcanzado el culmen del shock, Heberto, sudoroso y delirante, empieza a señalar a varios de los asistentes, todos ellos grandes amigos, como recipiendarios de los mismos defectos y miserables actitudes que él ha padecido hasta el momento en el que los funcionarios de la Seguridad del Estado, y su propia reflexión, conste, le han hecho ver la luz de la verdad y la vida. Los va citando e involucrando a fondo en abominables y nefandos "delitos de narcisismo disolvente". Y lo hace mencionándolos con Heberto Padilla y su esposa Belkis Cuza Malénombre y apellido, incluyendo, faltaría más en el alucinante desatino, a su propia esposa, la también poeta, a la par que periodista y pintora, Belkis Cuza Malé. Imposible imaginar (porque "C'a uno es c'a uno", como nos enseñó el diestro Rafael Guerra Bejarano, "El Guerra") las subidas y bajadas en montaña rusa del flujo sanguíneo del espectador, cuando, uno tras otro, los escritores señalados por el dedo acusador de Padilla, van saliendo a la palestra testimoniando contritos sus horribles crímenes y maquinaciones para destruir los extraordinarios logros de la Revolución cubana y torcer torticeramente, valga la repugnancia, el luminoso destino de la historia.

A quien esto escribe, le cuesta y muy mucho entender que este esperpéntico desatino y denigrante espectáculo de bajeza moral colectiva pueda intentar explicarse, como hacen algunos bastantes, por las presiones, torturas y amenazas que el régimen castrista hubiera podido ejecutar sobre ellos. El argumento es grosero y ofensivo en la evocación de un compatriota, Miguel Hernández, tirado en una celda del Reformatorio de Adultos de Alicante y recibiendo la visita de Luis Almarcha, el clérigo que fuera tutor de las lecturas de la adolescencia del poeta. Sabemos por Lucía Izquierdo, nuera de Miguel y testigo directo de aquel infortunio, que Almarcha, convertido en baluarte del nuevo régimen fascio-cuartelero, le hizo una propuesta muy clara: "Miguel, te sacamos de España automáticamente a ti, a tu mujer y a tu hijo, pero tienes que firmar que estabas equivocado; que apoyas al régimen". Y sabemos que Miguel rechazó la propuesta tan firme y amablemente como lo había hecho dos años atrás con otra similar que le había traslado su buen amigo y Ministro sin Cartera del primer Gobierno de Franco, el novelista y ensayista falangista Rafael Sánchez Mazas. Ni en una y otra prisión, con otras aterradoras quince de por medio, Miguel consintió en convertirse en aquello que más odiaba Don Quijote: un miserable fementido que reniega de sus propias convicciones. Sí consintió, justo es decirlo, en la segunda de las peticiones de Almarcha, orientada a la regulación por la Iglesia de su matrimonio civil de 1937, declarado nulo por la moral nacional-católica de los vencedores. Así, el 4 de marzo de 1942, tendido en un camastro, sin poder ya hablar, prácticamente ciego y sordo, con unos trapos conteniendo muy a duras penas las supuraciones de sus heridas, Miguel se prestó a la pantomima de contraer matrimonio canónico con su esposa y madre de su hijo, Josefina Manresa, quien, aunque no pudo abrazarle, logró mezclar sus lágrimas con las de su amado.

Una dictadura que funciona sobre un sistema autoritario y vomitivamente liberticida, jamás podrá convertir a un ser humano en una piltrafa indigna ante sí mismo, ante su entorno afectivo y ante la historia. Miguel Hernández Nikolái Bujarin conducido a juiciose negó a aceptar trato alguno, mientras que Nikolái Bujarin, el gran ideólogo de la política económica soviética caído en desgracia ante el "guía supremo" Iósif Stalin, optó por vacilarle a lo grande a sus jueces en su última declaración de marzo de 1938: "Me parece verosímil pensar que cada uno de los que estamos ahora sentados en este banquillo de los acusados tenía un extraño desdoblamiento de conciencia, una fe incompleta en su tarea contrarrevolucionaria. No digo que no existiera esta conciencia, sino que estaba incompleta. De ahí esa especie de semiparálisis de la voluntad, esa lentitud de reflejos (.) Esto no proviene de la ausencia de ideas consecuentes, sino de la grandeza objetiva de la edificación socialista. La contradicción entre la aceleración de nuestra degeneración y esa lentitud de reflejos traduce la situación del contrarrevolucionario, o, con más precisión, del contrarrevolucionario que se desenvuelve en el marco de la edificación socialista en progreso". Y a tomar por vía rectal, porque le podrían dar matarile, pero él se iba a burlar de ellos por los siglos de los siglos.

Siempre hay alternativas antes de convertirse en un fementido quijotesco. Creo.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (1)    No(0)

+
0 comentarios