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El caballo sin jinete

viernes 11 de noviembre de 2022, 14:00h
El caballo sin jinete
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(Foto: Patrimonio Nacional)

No hace mucho, en el cortejo fúnebre de la Reina Isabel II llamó la atención al mundo que su carruaje, que le dirigió desde el Palacio de Buckingham a la Abadía de Westminter, fuera conducido por un caballo sin jinete. Todo el cortejo real, que rodeaba el féretro, se desvanecía delante ante el andar cadencioso de un caballo. Lo único que se podía poner delante de la Reina en su último adiós.

Ese caballo sin jinete no es más que una alegoría de lo mucho que Isabel II respetaba al noble animal. Un animal que cabalga sin jinete. Y al único que le puede montar un humano. Lo permite. No le resta belleza.

También lo pintó Velázquez de igual manera, aunque por aquel entonces se reclamaban raudos los servicios de los pintores de la Corte y en los bocetos era mejor tener ya algo preparado. Esa es la explicación para contemplar hoy el famoso cuadro de “El caballo sin jinete”, que hace poco se restauró en el Palacio Real de Madrid y que sirve para ilustrar estas líneas y dar pie a una reflexión.

Un caballo sin jinete también ha mostrado la soledad en el excepcional libro de Carlos Puerto, cuya lectura recomiendo para saber que, frente al rencor y la violencia, hay que usar siempre la palabra.

Incluso en los Estados Unidos el caballo sin jinete es parte de los Honores Militares otorgados en el ejército a altos mandos. Abraham Lincoln fue el primer presidente de los Estados Unidos en ser honrado con la inclusión de un caballo sin jinete en su cortejo fúnebre. Son símbolos de respeto.

El caballo es un animal noble. ¿No le haría falta jinete? ¿Qué dirección llevaría? Esas son las dos preguntas que hay que contestar si queremos al animal. A la primera, sin dudarlo diría que no. En la segunda, daría el sí más categórico.

Es noble y bello sin montura, pero es vehemente, intempestivo, violento sin alguien que le dirija. Esa es la razón por la que cuando animal y hombre suman esfuerzos se produce la verdadera razón de su ser.

En el pura sangre es la velocidad, el galopar más y más rápido. La selección de la raza. Ir a mejor de forma que los hijos superen a sus progenitores. Sólo así se entiende lo esencial de las carreras de caballos. Un deporte con jinete. No nos vale sólo el caballo, aunque sea lo más importante.

¿Y os preguntaréis porque esta reflexión? Hacia dónde va este artículo y lo más importante; ¿qué tiene que ver con nuestro Turf?

Desde la Reapertura en 2005 y más en concreto desde que finalizaron las Obras del nuevo Hipódromo de la Zarzuela –a falta de la zona de restauración del antiguo Restaurante de Preferencia- el recinto de la Cuesta de las Perdices es como el caballo sin jinete de todas estas representaciones. Es bello, increíblemente simbólico, pero nada más. Acapara miradas, pero se echa en falta al jinete que sepa manejarlo. Es más creo que en 17 años nadie ha tenido el más mínimo interés ni siquiera de domarlo para ensillarlo.

Veía ensimismado la imágenes del otro día en Masterchef Celebrity y pensaba que como podía ser posible no sacarle un mayor rendimiento a ese lugar. A ese deporte. A esa Industria. Y veía con pena como, luego en las redes sociales, se identificaba al Hipódromo con un público elitista, rozando lo ridículo del ‘niño pera’ que pide la VISA a papá para gastárselo en los caballitos. Me ponía enfermo porque no hay nada más lejos de la realidad. Invito a quién quiera comprobarlo. El Turf es otra cosa. Y el Hipódromo de La Zarzuela, también.

Durante estos años, sobre todo los últimos, se ha destinado el foco del marketing publicitario en el hipódromo a un plan familiar. Food Trucks, atracciones infantiles, aire libre. Se ha superado con nota años difíciles. La gestión de la actividad en época de pandemia podriamos catalogarla de brillante, pero hacia dónde nos dirigíamos. ¿Teníamos jinete? La respuesta es rotunda. NO.

Las subvenciones caían en el Hipódromo de la Zarzuela al mismo tiempo que rotaba el público que tenía (y tiene) una actividad lúdica muy cerquita de Madrid, pero la Industria no es el Food Truck ni los paseos de ponny. El Turf es la cría, los profesionales, los aficionados, el conocer los caballos que corren cada domingo en todos los Hipódromos de España. Es vivirlo, desde que sale un programa, y estudiar la carrera para hacerte tuyo el ganador.

Llevamos muchos Presidentes de Hipódromo de la Zarzuela, de diferente signo político al ser una empresa perteneciente a la SEPI, hemos pasado por dos reguladores y nos hemos cargado una SFCCE que databa de 1841, como si no costase, para seguir igual que hace cuarenta años. Y lo hemos hecho todo a la vez que mejorábamos el aspecto del caballo en la pintura (las Tribunas de Torroja) pero le dejamos en el lienzo sin jinete. Se ha usado la vía del cortoplacismo para sobrevivir. Sin organización. Sin destino. Salvando el día a día. Presumiendo de logros inmediatos, en los que solía haber detrás una decisión política -de los unos y de los otros- sin darnos cuenta de que esos halagos perjudicaban. Los halagadores se han mantenido en el mismo lugar que los críticos. Hemos compartido afición, aunque nos cuestionamos cosas diferentes. Hemos construido dos maneras de ver el Hipódromo y la afición.

No todo es sobrevivir con subvenciones. Lo pensamos, unos. Creemos que hay que poner el foco en la Industria. Hay que dotar de sentido las decisiones, que puedan tomarse para buscar un futuro. Olvidarse del presente. No querer salvar el trasero de cada uno. Es cierto que, si potenciamos el Hipódromo como lugar de Restauración y recreo, tendremos mayores ingresos a corto plazo. Pasaremos la mano por el lomo a los que mandan y posiblemente lograremos perpetuar la fórmula. El responsable de turno saldrá tan halagado que no se atreverá a cortar el grifo. “Total en este país todo es subvencionable”, pensará. Pero en ese sinsentido seguiré alejando al jinete del caballo. Y algún día será demasiado tarde, porque por muy bonito que sea el caballo no sabremos frenarlo. Ni su nobleza podrá evitar el caos. Será un caballo sin jinete y actuará como tal.

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