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'Fe de etarras': una película irregular pero necesaria
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'Fe de etarras': una película irregular pero necesaria

lunes 16 de octubre de 2017, 11:00h
Es imposible hablar de 'Fe de etarras' la nueva comedia de Borja Cobeaga y Diego San José para Netflix, sin hacerlo de la polémica que la ha rodeado, tanto por el tema tratado como por la campaña publicitaria, y sin desligarla de la situación actual en la que vive España, con banderas floreciendo en los balcones como setas en primavera y unos discursos patriótico identitarios altamente ridiculizables. Una situación altamente 'berlanguiana' y esperpéntica que está creando fanáticos por doquier.

Está bien que Cobeaga y San José recurran a algo tan nuestro como el esperpento para poner ese espejo deformante delante de los asesinos de ETA. Y es que quien haya criticado a 'Fe de etarras' por falta de sensibilidad o algo parecido es que no la ha visto o no ha entendido nada. La película ni frivoliza a las víctimas, ni se olvida de ridiculizar a los verdugos y exponer lo trágico que es caer en esos absolutismos de los que piensan tener la razón absoluta y luchan contra todo aquel que no piense como él. En este caso con armas y es que, a pesar de ser una comedia, muchas veces la sonrisa se congela cuando hay una pistola encima de la mesa.

Desde la primera escena, en un piso franco en Bayona en 1998, sus autores juegan con la comedia y el drama, tras una descacharrante discusión sobre comida vasca las cosas se tensan cuando vemos el arma que se colocaba impunemente detrás de las nucas de sus víctimas. Aquí nadie está intentando banalizar nada solo poner sobre la mesa sus múltiples contradicciones. Sin olvidar claro que lo más fácil es caer en la demonización del otro, sin olvidarnos que los peores crímenes de la historia no los han hecho monstruos mitológicos sino seres humanos.

La película se centra en un comando de ETA en las afueras de Madrid, está formado por un riojano veterano de la banda, una pareja de jóvenes cachorros de la 'kale borroka' y un anarquista albaceteño enamorado de la causa vasca, hasta el punto de hacerse llamar Pernando en vez de Fernando. Uno por uno, los actores encargados de darles vida están estupendos, Javier Cámara, Gorka Otxoa, Miren Ibarguren y Julián López. El primero vuelve a demostrar que es uno de los mejores actores españoles de la actualidad dando todo un recital pero uno de los problemas de la cinta es que sus creadores no saben conjugarlos bien y sus historias parecen de películas diferentes. Los miedos de Cámara no están en el mismo tono que las dificultades amorosas de la pareja y, mucho menos, de las chifladuras del esperpéntico y caricaturesco personaje de López. Cuando consiguen reunirlos a todos y dar con el tono adecuado la película lo agradece, como en la divertida partida de Trivial (el mejor momento de la película), cada una de las comidas o en los partidos de la selección en el Mundial de Sudáfrica. Pero otras veces parecen pertenecer a universos distintos, pasando del tono de pura comedia de cada aparición de López a los momentos más dramáticos entre Otxoa e Ibarguren. Es como si a un 'sketch' de 'Vaya semanita' le siguiera una escena de 'Secretos de un matrimonio'.

Tampoco termina de ser muy redondo el final con la vuelta del etarra más escalofriante de la película, un espléndido Ramón Barea, y la resolución final en plena final del Mundial. Es consecuente con lo que nos han estado contando pero queda precipitado.

Es evidente que Cobeaga y San José no son Berlanga y Azcona y que la película tiene sus fallos pero hay que aplaudir su valentía. Con sus fallos, Fe de etarras es una película necesaria en estos tiempos en que la gente vuelve a envolverse en banderas y creerse que todo lo malo es culpa del 'enemigo', del que no piensa cómo él, o, más triste todavía, del que no ha nacido en su 'tierra'...

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