Constitución: Un nuevo dios "intocable"
martes 27 de noviembre de 2012, 12:51h
Hace años existía un solo Dios verdadero
y si te metías con él ibas a la multa o a la cárcel. Eran los tiempos de los
grafitis oficiales de "Prohibida la blasfemia". Luego, en los primeros años de
la Transición, el Dios, no es que se volviera trino, que ya lo era, sino que
nacieron tres: La Constitución, la Corona y la Relación Pueblo FAS. Sí, como
suena, había que convencer a los militares de que el pueblo los amaba y al
pueblo que amase a los militares.
Pero ha ido pasando el tiempo y algunos
de estos dioses se han ido diluyendo. Sólo nos queda la Constitución. Curiosamente
sus principales adalides de ahora la criticaron con virulencia entonces. Ahí
está el propio José María Aznar quien desde la prensa riojana advertía de los
peligros de la Norma Magna para la Unidad de España o de muchos militares de
entonces que se referían a ella como "La Prostitución" y ahora están dispuestos
a cualquier disparate por defenderla.
Bueno, pues resulta que la Constitución
no es un Dios ni un dios, sino una herramienta para la convivencia de los
españoles que ha sido muy útil durante un tiempo que ya pasó para algunos de
sus apartados. El Estado de las Autonomías, con el célebre "café para todos",
es un claro ejemplo. Se hizo, como reconoció el propio José Bono, para salir
del paso en una sociedad convulsa y con los militares alborotados. Y, sin
retrasar a nadie, como dicen en Almería, nos despertamos con gobiernos
autónomos en Castilla - Mancha, Madrid, Murcia, Rioja... y un largo etcétera que
no dejaron de causar sorpresa al común. Pero es indiscutible que han cumplido
un papel que hay que reconocer.
Sin embargo, la tentación centralizadora
de la derecha que pasa de tentación a objetivo claro en un horizonte más o
menos cercano, ha tenido resonancia, y mucha, con la crisis y con el órdago
independentista de Artur Mas, consecuencia este último - al margen de sentimientos
identitarios - del ansia jacobina de un
sector del PP. A la idea fuerza de centralización, CIU ha respondido con la idea fuerza de
independentismo. Y el PSOE, pillado a traspié, se acuerda ahora de que es
federal.
Y aquí llegamos a uno de los meollos de
la cuestión: el derecho a decidir, esgrimido por los catalanes versus una interpretación
estricta y falaz de la Constitución, según no pocos estudiosos. El primer
lugar, nuestra Carta Magna recoge los
mecanismos para su propia reforma. Son complicados, como es natural. Pero se
pueden usar, que para eso están. Implica entrar en un proceso largo de intensas
negociaciones políticas, votar la reforma con dos tercios de los votos a favor,
disolución de las Cámaras, nuevas elecciones y referéndum. Repito, complicado,
pero no imposible.
Pero como explicaba de forma muy clara en
un magnífico artículo publicado en el diario El País el catedrático de Ciencia
Política de la UAB, Joan Botella, hay otros caminos sin necesidad de reformar
la Constitución. Recordaba que hay competencias exclusivas del Estado y
exclusivas de las Comunidades. Entre las primeras esta la convocatoria de
consultas populares vía referéndum.
A esto se agarran, con una lectura estricta,
quienes están en contra del derecho a decidir propugnado por la inmensa mayoría
del arco parlamentario catalán recientemente salido de las urnas. Pero se
olvida que en el artículo 150, la Constitución prevé la transferencia de alguna
competencia estatal a una o varias comunidades, mediante Ley Orgánica, con las
formas de control que se reserve el Estado. Por lo tanto existe la posibilidad
del referéndum, tras arduas negociaciones, eso sí, siempre que haya voluntad
política de llegar a acuerdos y no solamente se elija el camino de la
confrontación.
Ahora bien ¿Cuál sería la pregunta
pactada? ¿Independencia? ¿Federalismo?. Eso ya es otra historia, pero lo que
queda claro es que la Constitución no es un Dios ni siquiera un dios y que ella
misma prevé los mecanismos para, con reforma o sin ella, facilitar nuestra
convivencia. Los políticos con visión de Estado, tienen ahora más que nunca, la
palabra.