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Chile y la virtualidad

Chile y la virtualidad

martes 23 de diciembre de 2008, 16:43h
Esto de que todo sea más apariencia que realidad debe tener un costo. Desde ya, estamos en crisis. Y es mundial. Ahora resulta que el barril de petróleo no valía casi US$ 150, sino que eran las expectativas las que lo llevaban hasta esas alturas. Ahora se cotiza a US$ 36. Y la libra de cobre tampoco tenía un valor de US$ 4, sino que era la mera especulación la que lo hacía subir. Su precio parece haberse estabilizado en alrededor de US$ 1.5.  Todo virtual, pero usted, yo, los ciudadanos del mundo, pagábamos cotidianamente muy caro por el combustible y por los artículos en cuya fabricación se utiliza el cobre. Y estoy nombrando sólo dos materias primas que son relevantes para nosotros. El petróleo, porque carecemos de energía suficiente para cubrir nuestra demanda. Y el cobre, que es la fuente principal de ingresos que tiene el Estado.
   
Se podría hacer un largo análisis acerca de cómo la virtualidad transformada en elemento central de la conducta humana afecta a la sociedad. Y si se enfocara en la política, las aristas serían variadas, sabrosas y hasta divertidas, si no afectaran de manera tan severa a los miembros de la comunidad. Este falso mensaje que muestra la forma como si fuera el contenido, que hace confundir éxito con felicidad, da señales que pueden ser nefastas. Enmaraña valores inalienables para la democracia y deja a ésta sumida en un terreno en que las respuestas son insuficientes, incoherentes o, en el peor de los casos, virtuales, o sea, falsas.
   
Que el problema sea plantario no hace más que agravar las cosas. Es necesario aplicar un tamiz fino para entender de qué nos hablan quienes manejan el poder. Por eso, cuando aparecen en escena personajes como el senador Guido Girardi, hay aprovechar para sacar conclusiones. En noviembre, el senador viajaba como pasajero en su automóvil. Corría a 137 kilómetros por hora. Excedía claramente el máximo que se permite en las carreteras chilenas, que es 120 km/h. Cuando el vehículo fue detenido por la policía, el senador intentó hacer valer su condición de parlamentario. El carabinero insistió el sancionarlo por la infracción. Girardi movió sus influencias. Se quejó ante la Subsecretaria de Carabineros, Javiera Blanco, militante de su misma colectividad, el Partido por la Democracia (PPD). Los dos policías fueron sancionados. Como el hecho provocó escándalo, las autoridades policiales echaron pie atrás y la sanción sólo quedó como reconvención.

Este caso se inscribe claramente en un intento de abuso de poder. Manejo al que no es ajeno Girardi. Cuando sólo era diputado, financió con dinero de la Cámara parte de su campaña interna por la presidencia del PPD.  Cargó al Parlamento el envío de cerca de 20 mil cartas con propaganda.  Denunciado el hecho. Girardi lo negó. Esquivó la responsabilidad diciendo que ignoraba por completo la situación. Como el problema amenazaba la estabilidad de la presidenta de la Cámara, su correligionaria Adriana Muñoz, se vio forzada a asumir su responsabilidad.
 
Luego, se mantuvo algunos meses ajeno al ajetreo mediático, en el que se destaca como si fuera Catón el Viejo. Es el gran censor chileno. Esa es la imagen que ha explotado desde que apareció en la política. Y le ha dado buenos resultados, ya que ha creado una verdadera troupe -otros menos prolijos la llaman lisa y llanamente mafia- de cercanos en los que su familia ocupa los lugares más destacados. Este censor chilensis lanza diatribas contra quienes él considera son amenazas para el país. Y lo hace en áreas sensibles como el medioambiente, la salud, la moralidad pública, etc. Casi siempre son acusaciones altisonantes que no tienen el sustrato necesario  como para terminar en una verdadera fiscalización. Pura virtualidad.

Pero Girardi, por desgracia, no es el único. En la política chilena son muchos a los que la virtualidad ha permitido flotar en sus turbias aguas. Otro caso emblemático es el de quien llegó a ser Secretario General del PPD, Jorge Schaulsohn. Abandonó ese partido hastiado, dijo, de la “cultura de corrupción” que se había instalado en el país y especialmente en su colectividad. Durante varios meses explotó esa veta que los medios de comunicación opositores propalaron profusamente. Hoy se sabe que Schaulsohn ha sido lobbista aprovechando sus contactos en la Concertación. Y participó en algunos negocios que son investigados por haber perjudicado gravemente el patrimonio del Estado chileno.

Otro caso es el del candidato presidencial de la derecha, Sebastián Piñera.  En el año 2007 fue multado en US$ 500.000 por utilizar información privilegiada en beneficio propio. Piñera pagó sin apelar, confiando en que el caso sería rápidamente olvidado. Hoy nuevamente hace gala, al igual que Girardi, de supuestas dotes de referente público, especialmente en materias en que la ética tiene un peso decisivo.
 
Pura virtualidad.

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Wilson Tapia Villalobos
Periodista
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