En días recientes, el jefe de Estado venezolano, Hugo Chávez, ha desatado su verbo nuevamente contra la Iglesia Católica, especialmente contra el cardenal y arzobispo de Caracas, Jorge Urosa Savino, quien ha manifestado que el planteamiento de la reelección presidencial es inconstitucional.
El alto prelado ha expresado su opinión sobre un tema que preocupa a la colectividad, señalado que “nunca en Venezuela ha tenido éxito la reelección indefinida”, que pretende instaurar el mandatario mediante una enmienda que será sometida a referendo popular en febrero próximo.
El cardenal Urosa ha sostenido, de manera firme, que el asunto de la reelección presidencial ya fue consultado a la población en diciembre de 2007, cuando fue negada la reforma de la Constitución presentada por Chávez. Por ello, someter la discusión en este mismo periodo resultaría ilegal, tal como lo especifica la Carta Magna.
Ciertamente, Urosa ha coincidido con juristas, políticos y analistas, quienes han observado que los deseos presidenciales de eternizarse en el poder chocan con la legalidad y con el espíritu de los venezolanos, quienes siempre han visto la alternabilidad como un elemento que permite mayor amplitud democrática y participación de diversos sectores.
Pero el ataque gubernamental contra la Iglesia y uno de sus máximos representantes va más allá. La Iglesia es una de las instituciones con mayor credibilidad en el país y el hecho del pronunciamiento del Cardenal invita, por lo menos, a reflexionar a los sectores que aún respaldan a Chávez sobre la conveniencia o no de dar un cheque firmado para que el Presidente sea reelecto las veces que quiera.
Las discrepancias entre Chávez y la Iglesia Católica no son nuevas y las tensiones se han mantenido ya por varios años. Los insultos presidenciales a figuras como los cardenales Rosalio Castillo Lara e Ignacio Velasco (ambos fallecidos) fueron de calibre mayor, debido a que los representantes eclesiásticos calificaron al jefe de Estado como un demagogo y populista, que ha pregonado una falsa justicia social, alimentando el odio entre los venezolanos con consignas importadas de la revolución cubana.
Esa postura firme de la Iglesia ante el régimen ha molestado particularmente a Chávez, porque sabe que no puede doblegarla ni acallarla con dinero ni prebendas. Ante esa situación, no escatima en groserías y señalamientos infundados que no han logrado - ni lograrán - mellar el ánimo y el coraje de la institución creada por Cristo hace más de dos mil años.
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