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Crítica teatral.- La cena de los generales: sainete cruel

miércoles 09 de septiembre de 2009, 09:41h
Tras un año de gira por España recala en el teatro Español, hasta el 11 de octubre, “La cena de los generales”. La comedia de Alonso de Santos, dirigida por Miguel Narros, es una apuesta fuerte del teatro municipal para comenzar la nueva temporada.

Alonso de Santos es un dramaturgo que se ha movido muchas veces entre la comedia, el sainete o el esperpento. “La estanquera de Vallecas”, “Bajarse al moro”, “Yanquis y Yonquis” o “Fuera de quicio” se valieron del humor corrosivo para retratar situaciones que, analizadas, son realmente dramáticas. Su nueva obra también transita entre géneros. Es un sainete de una extrema crueldad porque sus personajes –todos- viven una guerra y una represión dolorosa. Pero el autor usa de la sonrisa, y hasta de la risa, para contar esta cena ofrecida a Franco en el suntuoso Palace nada más terminar la contienda. Los cocineros son los presos vencidos. Los camareros los triunfantes “nacionales”. Pero todos han perdido parte de sus vidas en el tremendo enfrentamiento.

Frente a frente

El maitre Gerardo –Sancho Gracia- y el teniente Medina –Juanjo Cucalón- son los antagonistas. El primero socarrón y paternalista. El segundo caricaturesco y cómico, en la línea del Friolera valleinclanesco. Al primero le falta emoción, al segundo le sobra histrionismo. Pero los actores se quedan con el público. Ambos encabezan los dos bandos, vencedores y vencidos, obligados a convivir por las circunstancias. Una compañía de dieciocho actores -¡milagro!- sirve la comedia en un espléndido decorado de D’odorico.

Retablo de odio


El autor estructura su obra en doce escenas, lo que perjudica la consecución de un clima dramático que vaya creciendo a medida que avanza el tiempo. Además se impone la obligación de dar una escena a cada personaje y la acción se alarga en algunos momentos con tópicos ya muy manidos. Tal vez Alonso de Santos, buen conocedor de “La cocina” de Wesker, la ha tenido en cuenta en algunos momentos. Se consigue la emoción, sobre todo, en la media hora final, cuando el público comienza a tomar conciencia de que esa comedia tiene un amargo, e inevitable, final.

La dirección

Miguel Narros ordena la acción en distintos planos. Sancho y Cucalón siempre en primer plano, los demás ocupando el resto del espacio. Creo que el director decidió dignificar la figura de los presos derrotados presentándolos con unas ropas a todas luces inadecuadas para su situación. Pero con estos vestidos los vencidos se muestran como personas, dignos de respecto, orgullosos de sus posturas. Narros consigue momentos brillantes, como la “sesión” de zarzuela, y otros emotivos, como la precipitada boda. Todos los personajes, cocineros y camareros, evolucionan como si tuvieran comida entre sus manos, mimando los guisos, acentuando la violencia de los choques ideológicos. Al final, autor y dirección, quieren ofrecer un atisbo de esperanza.

Hace veintisiete años se estrenó, en este mismo escenario, una de las mejores obras españolas del siglo pasado: “Las bicicletas son para el verano”. Aquel relato de la terrible posguerra sigue siendo modélico. Alonso de Santos, con una situación similar, opta por acentuar la humanidad de los personajes por encima de la dureza de sus situaciones. En cualquiera de los dos casos, el espectador acaba acongojado por una historia –la nuestra- que sigue doliendo por más tiempo que pase.
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