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El paro es lo principal, sí; pero hay algo más

El paro es lo principal, sí; pero hay algo más

domingo 13 de diciembre de 2009, 12:44h
Que los presidentes autonómicos se reúnan con el presidente del Gobierno y con el vicepresidente encargado de los asuntos de las autonomías debería ser casi una noticia de rutina, puesto que Zapatero prometió convocar estas conferencias –que, justo es decirlo, él puso en marcha—una vez al año. Pero no ha sido así y las tres veces que, desde 2004, ha habido encuentros de los virreyes territoriales –creo que podría llamárselos así--, la verdad es que de ellos salió casi nada o muy poco de concreto. Y el deterioro de la España autonómica, de la propia idea del Estado, ha proseguido su marcha, me parece que implacable. Que para mí es un motivo de preocupación aún mayor que esa crisis económica que se ha llevado por delante ya los empleos de cuatro millones de personas.

Si usted analiza las encuestas, resulta que el paro y la situación económica constituyen las principales preocupaciones de los españoles, y está muy bien que la veintena de personas con auténtico poder territorial las aborden conjuntamente, aunque no sé si pedirles apoyo a la Ley de Economía Sostenible es todo lo que podría pedírseles . Muy por detrás en las angustias de los españoles andan otras cuestiones candentes, como la seguridad, la Justicia u otros derivados del Estado de bienestar, tal que la educación o la sanidad. Yo diría que los españoles están poco concernidos –aunque el tema sí aparezca en los sondeos del Centro de Investigaciones Sociológicas—por cuestiones que tienen que ver directamente con la marcha de la democracia: una inadecuada ley electoral, una Constitución que se nos va quedando vieja, nuevas formas de participación ciudadana en la vida política…

El caso es que, en las charlas de café, en las cenas de amigos, se suscitan algunas de estas cuestiones, con la referencia a lo que va mal: las autonomías gastan mucho, el abuso del reglamentismo de una a otra Comunidad genera una burocracia insostenible para el español de a pie –ya se ha hablado de la locura de tener, en un país, diecisiete leyes de caza; y es apenas uno de los muchos ejemplos posibles--. Eso, por no citar excesos lingüísticos, cuando se producen, u otras cosas más graves, como algunas de las que ocurrían en el País Vasco o muchas de las que ocurren en Cataluña. Y que algunos quieren extender a otros puntos del territorio nacional, como Baleares. 

Que nadie, desde el Govern tripartito catalán, haya al menos denunciado la burla de las ‘consultas independentistas’, que este fin de semana afectaron a más de medio millón de catalanes de más de ciento sesenta municipios, resulta cuando menos extraño: ¿apoya el president Montilla, socialista él al fin y al cabo, estas votaciones ilegales? Me gustaría saber que alguien se lo ha preguntado cuando nos informen de lo tratado, a puerta cerrada, en la conferencia de presidentes autonómicos de este lunes. Pero me temo que, en una conferencia en la que ni siquiera se hablará de los pobres resultados de ese ‘plan E’ que ha llenado España de zanjas, carteles, aceras, rotondas y farolas, mucho menos se va a tratar de cuestiones de hondo calado político, que afectan al Estado. 

Ocurre que en España hay muy poco sentido del Estado. Las grandes naciones son las que respetan su unidad, su himno, su bandera, sus costumbres. Los estados federales que de verdad funcionan son aquellos que reconocen, antes que nada, la supremacía de los intereses del Estado sobre los de los territorios. Las monarquías más avanzadas son aquellas en las que los intelectuales no presumen, así por principio, de republicanos. No estoy seguro de que todo eso pudiera decirse que son señas de identidad de los españoles. Ni de algunas comunidades autónomas. Hay una Historia, en la que se nos impusieron por narices unidades, símbolos, personas e himnos, que acaso no hayamos superado del todo, por mucho que consideremos el franquismo como un anacronismo que ya nadie recuerda. 

Son bastantes más de las que parecen las cosas que socavan políticamente a este país llamado España. Y conste que no digo yo que la inmensa mayoría de nuestros presidentes autonómicos carezcan de sentido del Estado; sí digo que la descentralización española, la España autonómica, se ha hecho un poco a trancas y barrancas. Pero de esto, claro está, tampoco van a hablar los presidentes, a los que sin duda gustaría poco que les llamen virreyes, aunque en ocasiones alguno de ellos merezca el atributo.
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