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La Concertación y la lección del 5 de octubre

La Concertación y la lección del 5 de octubre

domingo 07 de octubre de 2007, 00:42h
El 5 de octubre es el día en que la Concertación celebra su primer y más importante triunfo. Ahora que el ambiente aparece como enrarecido, por la baja en las encuestas, las dificultades del momento y el constante hostigamiento opositor, es bueno saber si la dirigencia oficialista es capaz de reconocerse en lo que tiene de más valioso el conglomerado de Gobierno.

No puede ser de otro modo, porque la Concertación necesita remontar y mejorar su desempeño y siempre las recuperaciones son precedidas por una decisión interna de cultivar de preferencia lo mejor que se hace. Antes de ganar, hay que merecer ganar.

Todos debieran entender que dedicarse a vaticinar desastres no conduce a nada, y equivale a adoptar el punto de vista del adversario.

Todavía la Concertación no había terminado de nacer cuando los representantes de la dictadura la diagnosticaron como caso perdido. De hecho la estrategia política de Augusto Pinochet se basaba en la imposibilidad de que la disidencia del momento se uniera bajo una sola bandera. Bastaba alimentar sus diferencias, incentivar la división, hacer uso de los medios que entrega el poder discrecional en todas sus facetas, y todo quedaba en las manos de un dictador acostumbrado a controlar todo.

Lo que se hizo fue un cálculo preciso: no habría unidad y acuerdo -se dijo y planificó- y sobre esta base Pinochet hizo su apuesta del plebiscito. El hecho fue que la única falla en la arquitectura autoritaria, respaldada por tantas figuras civiles que hoy suelen dictar cátedra de democracia, fue la que se empleó para recuperar la libertad.

La Concertación no nace ni del cálculo, ni de la ambición, ni menos del azar. Nació de la decisión generosa de superar grandes diferencias y antagonismos personales, en pos de conseguir un bien superior. De allí la épica que supo encarnar en la alborada de la democracia.

Desde el comienzo, la Concertación recibió de la derecha una constante andanada que destacaba tres puntos: que las diferencias de opinión harían que nunca fuera un verdadero conglomerado, sino que estaría condenada a las luchas intestinas; que, dada la heterogeneidad de sus componentes, nunca podrían darle gobernabilidad al país y que se carecía de un proyecto que pudiera dar estabilidad económica y asegurara el desarrollo del país. Es decir, que se le pronosticó vida corta, muchas querellas y poca capacidad de conducción: un auténtico desastre.

Lo que se dijo, se repitió y se sigue diciendo es que quienes dirigieron la campaña del No eran más hijos del pasado que padres de un futuro mejor. Eran unos inadaptados a ese mundo maravilloso, a ese porvenir dorado que los amantes del autoritarismo ofrecían y del que se consideraban únicos propietarios.

A alguien se le olvidó disolver la Concertación

El conglomerado que derrotó a Pinochet y a la derecha se negó a verse con los ojos de sus detractores. A nadie se le ocurrió tamaña insensatez. Lo que hizo fue proponerle al país otro punto de vista, algo diferente y propio, y que hoy podemos identificar en sus elementos centrales.

Porque la Concertación, en lo medular, ha sido tres cosas: que las tareas del momento pueden ser enfrentadas por una mayoría que hace de la diversidad su riqueza característica; que las tareas cambian a medida que se alcanzan las metas propuestas, pero que siempre se avanza hacia una sociedad más integrada, más igualitaria y más desarrollada; y que se tiene la opción preferencial por el bienestar de las personas y el respeto de su dignidad, antes que el privilegio asignado a la acumulación de bienes, el adelanto técnico o el amor por las estadísticas de exportación.

Cometen un grave error los que consideran que lo propio de la Concertación es, por definición, algunos de los logros obtenidos en su largo proceso. Como si lo verdaderamente importante fuera los éxitos concretos ya obtenidos, y no la capacidad de fijarse siempre nuevos objetivos, a partir de lo que ya se logra.

Los que creen que cuando la coalición de centro izquierda cumple las metas del momento pierde su razón de ser, muestran que han quedado sin norte y que no entienden de qué se trata su apuesta política fundamental.

De ser cierto, la Concertación debió haber sido disuelta hace mucho, puesto que si lo que unía era la derrota de la dictadura, eso se logró bien temprano. Tal vez se pudo estabilizar la democracia, pero no había para qué mantener al conglomerado tal cual lo conocemos hoy, tras este logro reconocido por todos. Pero este modo de pensar no se sostiene mucho tiempo.

Por definición las tareas se agotan, pero no ocurre lo mismo con las orientaciones, los criterios, los propósitos y las perspectivas. Cuando se representa una línea política siempre podrá extraer de sus lineamientos nuevas tareas. Así operan las más importantes coaliciones conocidas en las democracias consolidadas.

Los errores y los erráticos

La tontería más grande en la que se puede pensar es en que la Concertación se vea a sí misma, a partir de los ojos que le presta la derecha. Nada bueno puede venir de “externalizar” la mirada. Hay formas más rápidas de suicidarse que ésta.

Se puede afirmar que la derecha nunca ha entendido a la Concertación, por la sencilla razón que nunca se puede entender lo que nunca se ha sido capaz de construir. La oposición sueña con tener algo parecido a lo que tiene al frente, pero nunca ha conseguido que la suma de intereses provea la generosidad necesaria para construir algo trascendente a las ambiciones del momento.

Por algún motivo, en cada alianza se están presentando personajes que insisten en declarar al conglomerado completo en crisis, sin ideas y mal preparados para competir.

Sin embargo, las opiniones no sólo hay que contarlas, sino que ponderarlas. Si hay alguien que puede hacer detectar errores con propiedad, es aquel tipo de personas que se han destacado en el trabajo de prestigiar la política, supeditar sus intereses a los del bien común y han dado demostraciones de prudencia y visión de futuro.

Lo que ocurre es que este tipo de liderazgo no se queda en la detección de faltas. La capacidad de un liderazgo no se mide tanto por la cantidad de problemas que puede adicionar a la agenda del día, como por la calidad de las propuestas y soluciones practicables, en las que se puedan involucrar.

Para un liderazgo constructivo, los obstáculos y los errores no se relevan porque sí, sino en función de los aspectos que se quieren mejorar.

De allí que el tema no es si se critica o no, más bien lo que importa es saber si la crítica es el punto de llegada tras el cual no se encuentra nada más, o si es un punto de partida desde el cual establecer los aportes que se quieren entregar.

En la Concertación hay quienes les están hablando al país por la boca de sus líderes de mirada más parcial. Eso hay que corregirlo, porque no conducen, no orientan ni construyen. Al contrario.

La Concertación es una construcción política; es el producto de lo que cada cual aporta para obtener propuestas comunes y tareas que realizar. Es el resultado del trabajo tesonero que se acumula. No se “agota” como si fuera una pila o una batería. Es más o menos prioritaria; con más o menos contenido, según el aporte cotidiano que se le asigne.

La idea, francamente irritante, del agotamiento debido al ejercicio del poder no resiste análisis. ¿Acaso la oposición es más fuerte, más sólida y más consistente porque no ha ganado nunca una elección presidencial?

Lo importante, pues, no es si se gana o se pierde, sino qué es lo que se hace con el triunfo y la derrota. Al final, lo que importa es la calidad de las personas que hacen política, no la suerte electoral. Pero en política es el pueblo quien decide quien pierde o gana, no los que se cansan y dejar de competir y de querer ganar. Que serán pocos, pero hablan mucho.

Lo que hay que recomendar es no hacer de las carencias personales problemas políticos. Quizá lo que corresponda es dejar espacio para que tomen la palabra los que tienen más propuestas que lamentos.

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Víctor Maldonado R.
Analista político
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