¿Un cónclave en Roma? lo que ha hecho el Espíritu Santo es la
selección de un digno sucesor de Juan Pablo II, aquel actor polaco con un
sentido escénico digno de un Cecil B. DeMille cuando dirigía "El mayor
espectáculo del mundo" o "Los diez mandamientos".
En estos momentos se celebra la misa del inicio oficial del
pontificado. Francisco detiene el papamóvil para descender y besar a una
persona discapacitada. Buena elección. Vivimos en la época de la imagen, del
pantallazo, y Benedicto XVI, obviamente, no era amigo de guiños populistas para
encandilar a las masas como había hecho su predecesor polaco. En otros tiempos
la Iglesia se hubiera podido permitir un Papa hierático y distante, pero
después del fenómeno Wojtyla, humanizado con el amor perdido de aquella novia
desaparecida en un campo de concentración nazi, el Papa Ratzinger, con su fría
intelectualidad prusiana, más que sumar restaba en los países latinos, donde se
plantea con toda su crudeza la hegemonía del catolicismo frente a los poderes
laicos y el avance de las confesiones protestantes.
De manera muy oportuna también en la biografía del pontífice jesuita
hay un tango; una novia malograda, un amor perdido para hacer realidad eso de
que los ricos también lloran. O los poderosos, pues no olvidemos el absolutismo
de los poderes de los cuales goza un Papa.
Confieso mi admiración por la escuela interpretativa argentina.
Siempre me ha impresionado la capacidad de actores como Alterio, Ricardo Darín,
Leonardo Sbaraglia, Luis Politi, Miguel Ángel Solá, Pepe Soriano, Walter
Vidarte, Federico Luppi, Cecilia Roth, Norma Aleandro, Ulises Dumont, Pablo
Echarri o Leticia Brédice. Son camaleónicos delante de las cámaras, y consiguen
trasmitir, con el más mínimo gesto, toda la dulzura, la ingenuidad o los rasgos
de carácter más sutiles, seduciendo a los espectadores con su enorme talento.
Muchos directores españoles han rendido homenaje al oficio de los
actores argentinos, que achacan a una impresionante formación teatral al estilo
de los anglosajones, otros monstruos de la escena.
Súmese a eso la maestría de la Iglesia en el montaje de los
deslumbrantes ritos vaticanos, con sus formaciones de guardias suizos, la
niebla de los incensarios, los coros angelicales adornados por el contraste del
grave retumbo de los órganos barrocos, el suspense de la fumata, el decorado de
la fachada de San Pedro, los espectadores alternado el recogimiento con el
delirio del éxtasis...
La puesta en escena del Papa Francisco desde el día de su elección es
digna de aplausos y ovaciones por parte del público puesto en pie. Sus guiños,
las sonrisas comedidas, la cuidadosa elección del vestuario más adecuado a unos
tiempos de crisis, el nombre de su personaje y ese saber romper la cuarta pared
mezclándose con el público lo sitúan entre los grandes. De caerse el pago en
persona de su pensión; podría haberlo hecho cualquier secretario sin detraer
tiempo de una agenda que debería estar ocupada con cosas más trascendentes,
pero Bergoglio improvisa el gesto oportuno sin despeinarse.
Francesca Ambrogetti, entrevistadora del entonces cardenal Bergoglio y
autora de un libro sobre el nuevo Papa decía ya mucho antes del cónclave "que
no le gusta el show, como a Juan Pablo II". Vaya. "Excusatio non petita pecata
manifesta". Quizás a Francisco no le vaya el género de teléfonos blancos, pero
el neorrealismo italiano-porteño lo borda. Ahora ya es el actor argentino más
importante del mundo. Si el Espíritu Santo se equivocó con Ratzinger, caído del
cartel por la enloquecedora luz de gas a la que fue sometido por los
tramoyistas vaticanos esta vez parece haber acertado en el casting.