Bahretdin Jakimov, joven ex soldado soviético procedente de Samarcanda, Uzbekistán, fue dado por desaparecido en 1980, cuando apenas
sobrepasaba los 20 años. Jakimov
ha sido encontrado recientemente en la
provincia occidental afgana de Herat, pero convertido en Sheij Abdulá,
un barbudo ciudadano afgano más.
El hallazgo fue hecho por el Comité para los
Combatientes de la antigua URSS, cuyo presidente, Ruslan Aushev, lo comunicó del mismo modo que si hubiera anunciado el rescate de un náufrago, el hallazgo de una
roca procedente de Marte o el
anuncio de un incremento salarial en
España en estos
tiempos que corren.
Bien visto, Jakimov o Abdulá, el
personaje ruso afgano, tiene ya tanto de su primera identidad como de la
segunda y, en el fondo, no deja de ser
eso, un náufrago sin memoria, ni país, ya que luchaba por uno que ya no existe, la URSS, y en el nuevo, el
de acogida, será -en el mejor de los
casos- considerado como un extranjero raro y nacionalizado.
Identidad y memoria
Si somos el producto de la memoria, ¿qué sucede
cuando esta se pierde o se deteriora? ¿Acaso perdemos por ello nuestra propia
identidad? Más aún, ¿somos quienes creemos ser, o quienes creen los demás que
somos o, incluso, una mezcla confusa, indefinida, aproximada, extraña de ambas visiones...?
Demasiadas
preguntas para ser resueltas en apenas unas líneas. Demasiado dolor
acumulado por la confusión y los
años para ser rescatado aquí y ahora.
Algo parecido al cambio de personalidad
surgida en el ex soldado soviético viene a pasar factura a muchos de nuestros padres y abuelos que cuando llegan a ciertas edades (en general, más allá de los 80, aunque es
difícil señalar una cifra concreta) se adentran en un terreno tan temido como desconocido a quienes
unos dan el nombre de alzhéimer y otros de demencia senil. Estos enfermos, sin embargo, comparten un concepto distorsionado sobre sí
mismos y sobre la realidad que viven
que, a medida que se va acentuando la patología, confunden
con mayor facilidad con sus propias ensoñaciones o recuerdos
infantiles.
La proximidad de
familiares directos (padres, hijos, hermanos., vecinos,
amigos...) que hacen de notarios de una
realidad bien distinta a la percibida
por el enfermo, no ayudan, sin embargo, a este último a situarse
en unas coordenadas temporales ni geográficas reales y ese hecho, al menos en ciertas etapas de la enfermedad, causan aún un mayor dolor tanto al propio enfermo como a quienes le rodean.
Sampedro
Parece
que todos los estudios sobre el
tema apuntan hacia el mismo lado: no aburrirse es el mejor antídoto contra el alzhéimer. Disfrutar
de un ambiente estimulante y tener intereses y actividades apropiadas a cada persona, circunstancia y edad, puede tener efectos beneficiosos, superiores
incluso a la práctica del ejercicio físico.
Todo esto está muy bien para retrasar la aparición de esta enfermedad en la que hoy se
manifiesta la llegada a la vejez pero,
tarde o temprano, todos o casi todos estamos inevitablemente abocados a situaciones de pérdida de memoria cuando sobrepasamos los 80, 90 o, incluso los 100 años. Por eso
me ha parecido un verdadero lujo volver a escuchar y a releer algunas
entrevistas realizadas a José Luis Sampedro -excepción a la regla
general-, otro de los escasos intelectuales honestos que
nos quedaban en España, que ha estado pronunciándose casi hasta el final de su vida, a los 96 años, con verdadera lucidez.
Durante el verano
de 2003, José Luis Sampedro dictó unas lecciones magistrales, a la vez
enormemente sencillas y humildes, sobre la relación entre el autor y su obra, y
sobre su propia relación con la literatura. El deslumbrante resultado fue un
libro que considero imprescindible, Escribir es vivir, publicado en 2005, y que haría de obligada lectura a quienes aspiren a ser decentes y dignos y, de paso, quieran disfrutar de unas horas inolvidables con textos
sencillos, directos, enormemente pedagógicos y llenos de la inteligencia de uno de esos
hombres a quienes, si fuéramos dioses,
habríamos indultado del inevitable
paso de morir para que se quedara siempre entre nosotros
para seguir dejando huella de lo que
somos y acaso no debiéramos haber llegado a ser.