Decía alguien (lo he escuchado en varias
fuentes) que hay tres tipos de enemigos: el enemigo, el enemigo a muerte y el
compañero de partido. Seguro que esta sentencia, tan aguda y cabal, la dijo
Churchill, que es a quien se le suele adjudicar este tipo de aforismos. Así que
no me voy a meter en internet para averiguar quién fue el autor de la frase. Me
da lo mismo. Lo importante es que clava el intrincado mundo de las pendencias
partidarias. La historia guarda como muestra de esta sentencia el área difuminada
de la UCD llena de traiciones y batallas oscuras.
Y siguiendo en esta línea de angustia
partidaria, éste pequeño relato sí que parece de Churchill. Estaba el
grandullón británico sentado en su escaño, plácido, ceremonioso, seguro que
auscultado con sus ojos pícaros el aire denso del parlamento. Entonces, un
mozalbete confiado, que se sentaba cerca, le hizo un comentario sobre lo bien
que estaban todos juntitos, con el enemigo enfrente. "No chaval qué va", le
contestó inglés sardónico, "los que están enfrente son los adversarios, el
enemigo se sienta a nuestro lado". Está claro que los puñales que se clavan más
hondo en la espalda son los que uno tiene cerca. Shakespeare devana este asunto en su
profundísima obra Julio César.
Que le pregunten a muchos ex-políticos si su
defunción no se debió más a los amigos que
a los contrarios. Cuenta la leyenda que don Alfonso Guerra fue en esto uno de
los mayores expertos. Pues hay que tener mucha saña y sadismo intelectual para
decir que el que se mueva no sale en la foto. Quítale a un político su foto y lo
dejas como a un drogadicto sin metadona. Y otro que también lo hacía bien,
según cuentan las víctimas, era don José Bono, pues su poder omnívoro regional
devoró cualquier luciérnaga que pudiera competir con su destello. Pero con
mucha gracia eh, que Bono tiene su salsa picante.
Pero nadie ha habido, o hay, con tantas
ganas de hacer daño a los suyos como el recluso Bárcenas. Debe de tener un ansia
de hundirlos casi enfermiza, patológica, pues sentarse cuatro horas con Pedro J
Ramírez para rajar de los compañeros, y darle una batería de documentación que
poco a poco irá sacando, solo se hace desde el ansia de daño más cruel que uno
pueda imaginar. Primero porque el director de El Mundo no se ahorra una
estocada ni con su padre. Segundo porque la munición es de gran calibre, de la
que usa el rey para cargarse a los elefantes. Y tercero porque en este caso no
se trata de cargarse a un compañero,
sino al propio partido, que aunque quiera ahogar la noticia, se percibe claro
que es la noticia quien le está ahogando a él. El PP no podrá evitar que en la
conciencia colectiva se desmorone cualquier la mínima credibilidad que quedaba.
Salvo que lo aclare todo.
El caso es que la democracia tiene la cara y los
ojos hinchados por tanta paliza. Esto tiene que cambiar mucho para que la gente
vuelva a confiar en los políticos, aunque la generalización sea injusta.
Vivimos en una montaña rusa. No salimos de un abismo y ya estamos en otro. O se
hacen cambios profundos, para que sea imposible tanta impunidad, o se corre el peligro de que la
sociedad caiga en una depresión política interminable. Y luego cualquiera sabe.
Lo serio sería convertir esta crisis en una oportunidad, como dicen los
manuales. La de realizar, al fin, la regeneración democrática que la sociedad
ya está hasta de pedir, y los grandes partidos no se cansan de
aplazar.