Chinos, mafias y dos propuestas culturales
lunes 02 de diciembre de 2013, 08:06h
Hace solo unos
días, los mossos d'Esquadra, la Guardia
Urbana e inspectores de trabajo irrumpían
simultáneamente en varias
docenas de locales de belleza
abiertos en Barcelona por
ciudadanos chinos para comprobar el tipo y estado de
licencias de sus negocios, la situación laboral de los trabajadores allí empleados, y conocer si en ellos, además de masajes y cortes de pelo, se
ofrecen servicios sexuales. El operativo
descubrió que, efectivamente, en muchos
casos es así.
Según fuentes policiales, la mafia
china -discreta donde las haya- ha
abierto una multitud de entramados empresariales
en Europa, que ha ido
transformando en una especie
de agencias de colocación de compatriotas para explotarlos laboralmente. Los ciudadanos chinos que llegan al viejo continente por esta vía, contraen
con la organización una deuda de
varios miles de euros por el
coste del viaje, que luego se ven obligados a saldar con trabajos
que rozan la esclavitud. Los expertos de la Policía subrayan que
muchas de esas personas ni siquiera son conscientes de que están siendo
explotadas porque mantienen condiciones laborales similares a las de su país.
Esta es una
realidad que acabamos
conociendo únicamente cuando casos como el de Barcelona saltan a las páginas de los periódicos y
a los informativos de radio y televisión. Lo que no es tan
frecuente es que el
fenómeno haya sido estudiado
con seriedad y
profundidad en nuestro entorno. Acaso, con dos
notables excepciones que, recientemente,
he podido descubrir y que me atrevo
a sugerir también a Vd. Una, en el campo editorial, y otra en el cinematográfico.
El libro se
titula ¿Adónde van los chinos cuando mueren? del escritor Ángel Villarino (Ed. Debate, Barcelona,
2012) y la película, La
pequeña Venecia, una producción
franco italiana con poco más de un año
de vida.
El
fenómeno, a examen
El primero, el
libro, es un exhaustivo
estudio sociológico, de lectura fácil y
amena, que trata de romper el desconocimiento casi generalizado que tenemos los españoles en torno a uno de los grupos de
inmigrantes más numerosos y prósperos de nuestro país. Entre ellos, una inmensa
mayoría son ciudadanos con extraordinaria capacidad de trabajo y con una voluntad de hierro, que
han conseguido levantar sus
negocios con el esfuerzo propio y de los consecutivos
familiares que han podido ir trayendo poco a poco hasta
aquí, al margen de mafias del país de origen o del de destino, como ha
sucedido en casos como el de Barcelona o el más conocido como operación Emperador, que se destapó en
Madrid.
El segundo, La pequeña Venecia, una película también
reciente (2011), firmada por Andrea
Segre,
que me pareció uno de los descubrimientos más interesantes
de la gran pantalla de estos últimos meses. La historia es bien
simple, y está narrada
con sensibilidad, con atención al
pequeño detalle, a la puesta en
escena, a la minuciosa elección de los
actores , que parecen sacados realmente
de un pequeño pueblecito
italiano de la laguna veneciana, siempre envuelto en una bruma constante
y un gris brillante pero
inexorable, que constituye el telón
de fondo del film.
Shun Li
es
la protagonista, una mujer china,
emigrante en Italia. Trabaja en una fábrica textil en las afueras de Roma, hasta que la envían a Chioggia, una pequeña ciudad
situada en una isla en la laguna veneciana, para trabajar como camarera en un
bar. Madre de un hijo de unos
8 años, que dejó en China con sus padres, el encuentro con Bepi, un
viejo pescador eslavo,
cambiará radicalmente la vida de ambos.
En ese bucólico y apacible paisaje, nadie puede sospechar que Shun Li, la joven mujer
inmigrante, es objeto de un control
exhaustivo, implacable, por parte de las
ocultas y discretas mafias
chinas que, sin el menor
atisbo de respeto, humanidad,
empatía o ánimo altruista, explota a
sus compatriotas con normas
claras, contundentes, inexorables y, en muchos casos, definitivas: Si no haces
todo lo que te digamos para
saldar tu deuda, las pagarás. Entre esas
normas, la de no hacer amistades
con los autóctonos es, probablemente, la
que figura en primer lugar. No
puede haber resquicio para
poner en peligro el negocio
del esclavismo (¡qué diablos!, se trata justamente de eso,
de trata de seres humanos).
Por su parte, Bepi, a quien todos llaman "el poeta", es un hombre en tierra de nadie que, cuando conviene a los
autóctonos, es visto como italiano, y
cuando no, como extranjero. Su encuentro
con Shun Li provoca un cambio
interior de dos almas solitarias
que traspasan el
límite de la amistad, a pesar de sus
aparentes insalvables barreras
culturales.
Se trata de
una película
magistralmente rodada,
interpretada, fotografiada, montada y dirigida que me parece
imprescindible para llegar a
entender que las diferencias entre los seres humanos es mucho menor de lo que parece.
Estas son mis
dos propuestas culturales para intentar
acercarnos a un grupo de
ciudadanos que, de forma masiva, hace
ya casi dos décadas conviven con nosotros y de los cuales apenas conocemos que
sus establecimientos permanecen
más horas abiertos que cerrados. Si con
ellas, descubre aspectos nuevos que los acerquen a Vd., me doy
por más que satisfecho.
Columnista y crítico teatral
Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)
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