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Odio en las entrañas

Odio en las entrañas

lunes 01 de diciembre de 2014, 19:44h
La muerte tras recibir una paliza y ser arrojado al río Manzanares de Francisco Javier Romero, hincha radical del Deportivo de la Coruña, es un crimen que avergüenza. Por lo que tiene de expresión de odio sin sentido, de primitivismo ajeno a los usos y costumbres de una sociedad civilizada. Ha sido una muerte absurda, estúpidamente provocada a partir de las reacciones que genera algo en sí mismo tan irrelevante -en comparación con el valor de una vida- como es el fútbol. 

Las varias decenas de descerebrados ultras seguidores de uno y otro equipo que alrededor de las nueve de la mañana del pasado domingo se citaron a orillas del Manzanares (tres horas antes del encuentro entre el Atlético de Madrid y el Depor), para pelearse, solo merecen desprecio. Quienes estuvieron directamente implicados en este homicidio deben ser identificados, apresados, puestos a disposición de la Justicia y castigados con el máximo rigor que permita la ley. Un castigo ejemplar. 

Hablando de vergüenza, también avergüenza la falta de sensibilidad de los responsables de los clubes. Los presidentes del Atlético y del Deportivo que no suspendieron la celebración del encuentro. A la hora en la que empezó el partido ya se conocía la noticia de la muerte de Francisco Romero. A lo largo de la mañana de autos, algún portavoz oficioso esgrimió como pretexto que no se podía suspender el partido porque no había forma de localizar a algún responsable de la Federación Española de Fútbol. Sonaba a excusa. El árbitro está facultado para decretar la suspensión. Y también las autoridades gubernativas ante la perspectiva de que los gravísimos incidentes de la mañana pudieran tener continuidad en las gradas. 

Claro que las autoridades ya se habían columpiado al no detectar que la "quedada" había sido anunciada en las redes sociales. Porque esa es otra, las respectivas bandas de neandertales venían anunciando qué querían hacer y cómo pensaban hacerlo. Estremece pensar que hay personas capaces de salir  temprano de su casa un domingo por la mañana y hacerse a la calle en un Madrid que había amanecido cubierto por la niebla para ir a pegarse con unos desconocidos. Nada justifica tamaña salvajada. ¿De dónde nace tanta violencia? ¿De dónde sale tanto odio? ¿A qué esperan las autoridades deportivas para sancionar a los clubes que permiten que las mutas de ultras tomen asiento en las gradas? ¿Cuándo se atreverán los presidentes de los clubes a prohibir que entren en los estadios? Sí no lo hacen quienes están más concernidos puede que sea llegada la hora de la Fiscalía General del Estado. No sólo la violencia, también  la apología de la violencia es delito.
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