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El rechazo en América de la serie Carlos de TVE

viernes 16 de octubre de 2015, 20:56h

Acabo de responder un correo colectivo que me envía un amigo historiador del prestigioso Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICANH), acerca del rechazo que está provocando entre sus colegas la serie Carlos Rey Emperador de TVE. Y creo que es importante dar cuenta en España de esa desilusión, entre otras razones, porque mi amigo tenía una opinión mucho más favorable de la serie Isabel, su antecedente inmediato, por lo que guardaba algunas expectativas sobre la historia de su nieto.

Desde luego, las críticas más ácidas se refieren al relato que hace la serie de la conquista de México. Pero yo creo que se quedan cortos. También la narración en Europa tiene lagunas y desvaríos gruesos. Definitivamente, hacer una ficción histórica del imperio de Carlos sin irrespetar demasiado la historia, enfrenta el reto de tratar de abarcar un escenario bastante más amplio y complejo, pero no hay duda de que todo está mucho peor resuelto que en la serie antecesora sobre la reina católica.

Respecto de Europa, el guión está centrado en el tablero de ajedrez de las potencias en el viejo continente, pero deja escapar algo decisivo: la oportunidad de mostrar la revolución de modos de pensar y crear que supuso el Renacimiento. Nadie que vea la serie puede percibir ni de lejos el cambio de época que estaba fraguándose en la primera mitad del XVI, con –ni más ni menos- el nacimiento del humanismo. Resulta difícil entender a cabalidad por qué razón Carlos dice situarse a medio camino entre Lutero y el Vaticano. En la serie todo se refiere a los intereses de poder entre los príncipes alemanes. Falso. Era el profundo cambio cultural que empapaba Europa lo que envolvía a Carlos. Y lo peor es que eso era bastante sencillo mostrarlo a través de interesantes personajes. Sucede que el padre del humanismo, Erasmo de Rotterdam, que en la serie es mencionado por el rey francés, fue consejero de Carlos durante varios años (y el emperador lo tenía en gran estima), así que sólo una falta de criterio y conocimiento ha impedido mostrar el nacimiento del humanismo, e incluso de donde procedía esa posición intermedia entre Lutero y el Vaticano.

Pero, desde luego, la peor puesta en escena se refiere a la conquista de México. Cuando se estrenó la serie, su director dijo que los mayores problemas de locación los habían tenido con la recreación del escenario americano, porque el presupuesto no daba para cruzar el Atlántico y rodar en Veracruz. Pero eso no puede ser excusa para la enorme colección de errores historiográficos y narrativos. Aquí no se salva ni el vestuario, que en la parte europea es rescatable. Casi me muero de la risa al ver a la Malinche en bikini. Es sabido que las vestimentas indígenas variaban con el clima. En las tierras bajas y cálidas, las mujeres iban desnudas de cintura para arriba y, dependiendo de su condición, se cubrían de cintura para abajo con distintos tipos de naguas o bien iban desnudas. Claro, en el altiplano se cubrían por completo, porque el frio puede ser intenso. Pero ese detalle sería el menor. La representación del lugar donde Cortés instala la Villa Rica es prueba de que nadie se dio una vuelta por la Antigua y su enorme río. Las calzadas sobre el lago que conducen a Tenochtitlán fueron creadas en la serie mediante diseño gráfico, pero parece que nadie se molestó en informarse como eran realmente. Porque no eran unas simples sendas de tierra como se muestran, sino bastante más anchas y divididas por la mitad, porque por el centro discurría la acequia que llevaba el agua potable a la ciudad, que carecía de ella. La escenificación de la “noche triste” es más que triste patética: un regreso por el mismo río que se mostró en torno a Veracruz. Y así podría hacerse una lista interminable de errores de puesta en escena. Pero quizás lo que más está molestando en América son los problemas historiográficos gruesos.

El más evidente es que el guión sigue en términos generales las cartas de relación de Cortés, que hoy ya se sabe trataban de enaltecer su figura ocultando ningún otro protagonismo. Uno crucial se refiere al hecho de que Cortés llegó a Tenochtitlán no sólo con unos doscientos españoles, sino con miles de indígenas enemigos del imperio de Moctezuma. Y fue gracias a ellos que pudo conquistar luego la ciudad. Pero incluso dentro del grupo castellano hay primeras figuras borradas por completo. Resulta incomprensible la ausencia de su segundo en el mando, Pedro de Alvarado. Cualquier alumno guatemalteco de primaria sabe que Alvarado fue quien quedó al mando en Tenochtitlán, realizó la matanza del templo y provocó la famosa retirada de la ciudad, que los españoles llamaron la noche triste. Saber por qué no aparece en la serie Pedro de Alvarado resulta un verdadero misterio.

Un argumento justificatorio de este desbarajuste histórico puede consistir en que ya se sabía que tratar la conquista de las Indias Occidentales iba a provocar críticas en América Latina. Pero el problema es que ahora estas críticas tienen una poderosa base de sustentación, tanto entre el público general como entre los especialistas. Un reconocido historiador británico/norteamericano, Matew Restall, autor del trabajo “Los siete mitos de la conquista española”, plantea que se está extendiendo un movimiento en toda América, denominado la Nueva Historia de la Conquista, que, sin hacerse eco de leyendas negras o doradas, quiere reconstruir con algo de rigor esa coyuntura histórica. Tal vez la serie Carlos acabe siendo un ejemplo ilustrativo de cómo no narrar la conquista de México. Qué desperdicio.

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