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Alta política versus política de alcantarilla

sábado 27 de febrero de 2016, 09:42h

“Los españoles somos capaces de alternar las fórmulas políticas más imaginativas con otra política de la nada, de alcantarilla; lo que ocurre es que no somos conscientes ni de una cosa ni de la otra”. Mi interlocutor es un político socialista, que se aprestaba este sábado a acudir a su agrupación para votar (“afirmativamente”, me confiesa, “aunque con todos los reparos del mundo”) en el referéndum convocado por Pedro Sánchez para conocer la opinión de la militancia del PSOE sobre el pacto con Ciudadanos. Lógicamente, cuando esta crónica se escribe desconozco el resultado de estas votaciones, que comenzaron en Internet el pasado jueves, pero todos temían en Ferraz que iba a ser muy escaso el porcentaje de los casi doscientos mil militantes socialistas que iba a votar en esta consulta interna: por desconfianza, por falta de interés y, sobre todo, confiesa mi interlocutor, “porque ni entienden este proceso ni confían en que Pedro resulte investido la semana que viene, por lo que todo esto seguramente les parece inútil”.

Lo inútil es la representación más acabada de esa política de la nada que denunciaba mi interlocutor. La semana concluía, por ejemplo, con una estúpida refriega, en la que, cómo no, se involucraron algunos constitucionalistas, acerca de si la segunda votación de investidura debería realizarse el viernes por la noche o el sábado por la mañana, para garantizar el cumplimiento de los plazos que marca la Constitución. Acusa el PP a los socialistas, en concreto a quien ellos colocaron en la presidencia del Congreso, Patxi López, de tratar de deformar este importante debate parlamentario, la sesión de investidura, para dar mayor protagonismo a Pedro Sánchez, ahora que la repetición de elecciones parece cada vez más cerca y ya casi estamos, ay, ante una nueva campaña electoral. Bastante absurdo todo: ¿qué importa si Sánchez habla en solitario el lunes o si lo hace seguido por Rajoy y quizá otros líderes parlamentarios? ¿Tiene realmente mucho significado que la segunda votación tenga lugar el 4 por la noche o el 5 por la mañana?

Claro que no. Eso es lo anecdótico, lo coyuntural, que es por lo que nos perecemos. Lo importante es que Sánchez, con todo su acuerdo con Ciudadanos –bastante positivo, aunque muy tímido, en mi opinión- a cuestas no va a poder resultar investido el viernes/sábado. Y entonces, ¿qué? Ya hay quien anda diciendo que, entonces, ya el lunes 7, Mariano Rajoy llamará a Albert Rivera para que se desvincule de los socialistas y se alíe con él ante otra posible sesión de investidura. Que, por supuesto, tampoco saldrá adelante, salvo que alguien –Rivera es el más indicado, quizá el único que puede hacerlo-- ilumine el pensamiento de Pedro Sánchez y este se allane, por fin, a un pacto de gran coalición ‘a tres’, aunque sea solamente para una Legislatura abreviada a un par de años ‘reformistas’. Y con un Partido Popular diferente, desde luego: el PP de la ‘Taula’, de Jaume Matas –menudo espectáculo está siendo el juicio por el ‘caso Nóos’--, de Ignacio González, de las ruedas de prensa tremendistas de Rita Barberá, no puede ser el que encabece el próximo Gobierno de España. Aunque haya ganado las elecciones del pasado 20 de diciembre y probablemente volvería a ganarlas si han de repetirse, porque todo lo demás fracasa, en junio.

No; el PP tiene que afrontar su propia regeneración entre marzo y abril. Incluyendo la figura, hoy bastante triste, de su presidente, un hombre honrado, sin duda, que ha hecho muchas cosas buenas por España. Pero que ha cometido errores y que de alguna manera tiene en su propia imagen un cierto sabor a pasado. Además, no estoy seguro de que Albert Rivera se eche en sus brazos ‘contra’ Pedro Sánchez, como ahora se ha echado en los de Sánchez contra Rajoy (porque Rajoy no dio el paso de presentarse a la investidura antes que nadie, y Sánchez sí lo dio). Más bien, me inclino a pensar que el líder de Ciudadanos, que es el novio a quien todos quieren ahora –tras haberle puesto de vuelta y media en la campaña electoral pasada--, ha asumido que su papel histórico es el de bisagra: intentar que se fragüe ese ‘pacto a tres’ que, no entiendo por qué no, quizá debería estar temporalmente encabezado por él.

O por alguien del PP que no sea Rajoy; quién sabe si Cristina Cifuentes, Soraya Sáenz de Santamaría, Núñez Feijoo, Ana Pastor, Alfonso Alonso, García Margallo, José Manuel Soria… Anda que no hay banquillo en el PP para reemplazar, de manera por supuesto temporal, por esos dos años de Legislatura próxima y regeneracionista, a un Mariano Rajoy a quien deberíamos ya acostumbrarnos –y acostumbrarse él—a estar en las buenas páginas de la Historia, allí quieto y disfrutando de un bien merecido descanso. Su actual empeño en mantenerse en el timón, seguramente porque cree que es su deber, empieza a resultar, cuánto siento, de verdad, decirlo, algo patético.

De lo que nadie está seguro es de que haya tiempo para propiciar toda esta operación. Ni de que Pedro Sánchez, obsesionado –iba a escribir ‘obcecado’— por su ‘no, nunca, jamás’ al PP, y su Comité Federal –bueno, no tan suyo— vuelvan grupas y asuman que esto no tiene otra salida que la ‘gran coalición’, aunque con mimbres , programas y quizá personajes diferentes.

Pero, claro, mientras andemos enfrascados en la baja política, la de alcantarilla, matándonos por si se vota el viernes noche o el sábado matutino, sobre si Sánchez habla el lunes solo o acompañado, no pondremos en marcha la Alta Política, que es la que nos llevaría a evitar la repetición de elecciones. Que seguramente desembocarían, con esta legislación que tenemos, a unos resultados similares y a una parálisis política como la actual cuando las urnas emitiesen su veredicto el 26 de junio. Un día en el que nuestros representantes descubrirían que los votantes, con su ausencia, iban a demostrar una decepción política similar a la que presumiblemente estén mostrando, cuando esto se escribe, en el referéndum incomprensible de los socialistas acerca de un pacto que nunca llegará, es de temer –las matemáticas son lo que son--, a buen puerto.

El blog de Fernando Jáuregui: 'Cenáculos y mentideros'

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