'A la Gloria de Lavapiés': palabra, ternura, poesía, humor y sociología

Los ecos del centenario de Gloria Fuertes (Madrid, 1918-1998), que comenzaron a celebrarse en julio del año pasado en su barrio de Lavapiés natal, no han dejado de sonar desde entonces en forma de rap, versos, cuentacuentos al aire libre y -como no podía ser de otro modo-, también a través de montajes teatrales que, con mayor o menor fortuna, tratan de recoger en torno a ellos las dos o tres características esenciales de la poeta madrileña: amor, libertad y poesía. Sin duda alguna, ‘A la Gloria de Lavapiés’ es de los primeros, y de forma sobresaliente. Con dramaturgia de Angie Martín y dirección escénica de Fernando Roca, puede verse cada viernes en Nave 73.

El pálpito inicial que suele dar la escenografía (diseñada por Nuria Henríquez), no puede ser mejor: un biombo central repleto de corazones de mil y alegres colores, y un piano electrónico a la derecha, entre penumbras. A la izquierda, una mesa camilla, dos sillas, una de ellas ocupada por un traje y corbata de los que gustaba vestir a la poeta de Lavapiés, y una lámpara evocadoras de algún íntimo rincón de la casa de la poeta. De pronto, la oscuridad casi absoluta se adueña del escenario y comienza a escucharse en off la palabra tierna, entrañable, sencilla y profunda de Gloria Fuertes, rescatada de una de las muchísimas grabaciones discográficas que la poeta realizó en vida. Es su Autobiografía, que marca ya el camino de la emoción del viaje que recorrerá el espectador durante toda la hora y cuarto del delicioso montaje en el que se verá inmerso. Sé que no es muy ortodoxo, pero no me resisto a repetir ese poema: “Gloria Fuertes nació en Madrid / a los dos días de edad, / pues fue muy laborioso el parto de mi madre / que si se descuida muere por vivirme / A los tres años ya sabía leer / y a los seis ya sabía mis labores / Yo era buena y delgada, / alta y algo enferma. / A los nueve años me pilló un carro / y a los catorce me pilló la guerra; / A los quince se murió mi madre, se fue cuando más falta me hacía. / Aprendí a regatear en las tiendas / y a ir a los pueblos por zanahorias. / Por entonces empecé con los amores, / -no digo nombres-, / gracias a eso, pude sobrellevar mi juventud de barrio / Quise ir a la guerra, para pararla, / pero me detuvieron a mitad del camino. / Luego me salió una oficina, / donde trabajo como si fuera tonta, / -pero Dios y el botones saben que no lo soy-. / Escribo por las noches / y voy al campo mucho. / Todos los míos han muerto hace años / y estoy más sola que yo misma. / He publicado versos en todos los calendarios, / escribo en un periódico de niños, / y quiero comprarme a plazos una flor natural / como las que le dan a Pemán”.

El espectáculo que, a partir de aquí, construye La Cantera Teatro es de una tensión poética inolvidable, reconfortante, divertida, balsámica, evocadora y profundamente optimista, lo cual -y por sí solo- es ya motivo más que sobrado para aconsejar a todo el mundo que no se lo pierda. ¡Es sorprendente, magnífico...!

Y, con todo, lo mejor es que en el montaje no se hace solo un recorrido por la vida, por la poesía y por la obra y la personalidad de Gloria Fuertes sino que, además, y de forma paralela, a través de las canciones que se tocan e interpretan en riguroso directo -algunas, incluso, calladamente tarareadas por parte de los espectadores-, se hace un recorrido sociológico por la España de la posguerra. Son canciones que se podían escuchar a través de los programas de radio de las emisoras de la época o -ya de forma más canalla- en los muchos cafés cantantes y tabernas que se esparcieron por las principales ciudades del país para reunir en algún lugar medio decente a los hombres y mujeres de dudosa “reputación” -por llamar de alguna manera a quienes no encajaban en los cánones sociales de seriedad y decencia establecidos por entonces-.

Estupenda la dramaturgia y la dirección escénica de Angie Martín, y Fernando Roca que han compuesto un cuadro poético y sociológico en torno a la figura de Gloria Fuertes, en donde la misma Angie pone voz a los versos de la poeta madrileña, encarnada fundamentalmente por una Gloria Albalate que ha tenido el inmenso acierto de reencarnar a la otra Gloria, la de Lavapiés, huyendo de la imitación que no pasa de algunos gestos y una evocadora indumentaria diseñada por Elena Gómez, a través de sus canciones, su desenfado y su naturalidad excepcionales. Una formidable Albalate-tierna, cabaretera y descarada a la vez, preside ese recorrido emocional de los espectadores con la poeta de niños y mayores, probablemente la escritora que más ha sentido en vida el cariño y la admiración de sus conciudadanos.

Hay una tercera pieza en el montaje que también marca la diferencia con otros que, aunque albergan idénticas intenciones evocadoras de la Fuertes, no lo consiguen, ni mucho menos, a la altura de ‘A la Gloria de Lavapiés’. Me refiero a la música, es decir, a Melina Liapi, que acompaña al piano las canciones que se desgranan en escena con sensibilidad y habilidad al cincuenta por ciento.

Entre humo de cigarrillos, alcohol, amores, corazones, gatos, palabras, canciones, poesía y, sobre todo, alegría de vivir e inmensa humanidad -las que despliegan Gloria Fuertes y La Cantera Producciones- este es uno de esos montajes de apariencia modesta, pero de resultados excepcionales que aseguran a cualquiera que lo atraviese que, a partir de él, verá la vida con otros ojos. Los que la misma Gloria Fuertes se veía a sí misma, como dejó grabado en su propio epitafio:

“Cargada de espaldas
de amores
de años
y de Gloria
ahí queda
La Fuertes”

'A la Gloria de Lavapiés'

Dramaturgia: Angie Martín

Dirección: Fernando Roca Andreu

Poetisa: Angie Martín

Pianista: Melina Liapi

Actriz: Gloria Albalate

Diseño iluminación y escenografía: Nuria Henríquez

Diseño de vestuario: Elena Gómez

Realización de escenografía: Felisa Albalate y Carmelo González

Producción ejecutiva: La Cantera Producciones S.L.

Nave 73, Madrid

Viernes de mayo de 2018