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‘Con los ojos cerrados’
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‘Con los ojos cerrados’

Crítica de la obra de teatro 'Con los ojos cerrados': por el camino del mal

martes 28 de febrero de 2023, 09:00h

Un hombre vigila desde una ventana de casa el alegre y bullicioso juego de unos niños que acaban de salir del colegio. A pesar de su aparente tranquilidad, de su aparente serenidad y hasta de su aparente bonhomía, algo hay en el ambiente que su figura no acaba de dejar tranquilo al atento espectador. Parece que es solo uno de los niños quién más llama su atención. Se ha quedado solo porque el resto de sus compañeros ha ido a comer a casa. Bruno, que así se llama el hombre de mediana edad, aprovecha ese momento para llamar al pequeño desde la ventana para que suba a casa a tomar algo. Conoce a su madre, lo conoce a él, y parece que no es la primera vez que se da la circunstancia… Está claro que el hombre busca el encuentro, lo desea, quizás hasta lo necesite obsesivamente.

Es el comienzo del multipremiado montaje ‘Con los ojos cerrados’, una propuesta que parte de la dramaturgia de Luca Pizzurro, que ha adaptado y dirige Sergio Toyos, e interpreta Marc Parejo, y puede verse hasta finales de marzo en Nave 73.

La música de Naiel Ibarrola, afinadísima, inspirada, inquietante, contribuye decisivamente a la definición de un ambiente opresivo, angustioso, abyecto. Otro tanto puede decirse del diseño de iluminación que firma Juanjo Llorens, y del sonido de Javier Isequilla. Pero es el relato pormenorizado, sereno, tranquilo de Bruno, encarnado por un soberbio Marc Parejo, el que va subiendo el tono del diapasón hasta cruzar incluso el umbral de lo admisible en la vida real. En la función a la que asistí, dos jóvenes (él y ella, por separado, con diferencia de unos minutos…), abandonaron la sala. No es extraño porque la capacidad de transmisión de la ficción narrada es brutal. El espectador que no abandona la butaca se siente cada vez más incómodo, asqueado, atravesado por el desprecio, la rabia, la impotencia, la más drástica animadversión y el rencor absoluto hacia el único personaje visible del montaje.

El niño está ahí, a su lado, en la cama de Bruno, sufriendo el abuso del poderoso, del impío, del adulto amoral. No se le ve, pero se le siente. Y eso que, según confesión propia, Bruno visita frecuentemente la iglesia, ayuda a viejecitas cargadas de bolsas y se las sube a casa, despierta su simpatía hasta el punto de no poder negarse ya a acudir semanalmente a ese rito que acepta sin estar totalmente convencido de que es lo mejor. Al fin y al cabo, y a pesar de que vive en Roma hace algún tiempo, no ha acabado de tener un círculo de amistades, de contactos habituales. No es lo mismo que su Sicilia natal, en donde hasta el cielo es más limpio y más azul, y las gentes más inocentes, más acogedoras, más abiertas.

La lectura a cámara lenta, apasionada, llena de deleite, de Yo, Claudio, de Robert Graves, y los encuentros con el niño del colegio son los únicos momentos de placer de Bruno. Y así discurre su vida durante unos meses hasta que el niño habla y Bruno es descubierto. El espectador solo escucha el punto de vista del acusado, que no entiende la violencia que ha desatado su conducta entre la vecindad, ni la ‘traición’ del pequeño. Y hasta el mismo final del monólogo el espectador no acaba de cerrar el círculo que configura la personalidad de Bruno. Y entonces, el desprecio, las ganas de vomitar se duplican…

La escenografía, cuya autoría no figura explícitamente en la ficha técnica y artística del espectáculo, es sumamente sencilla y evocadora: un triángulo equilátero que brilla en la oscuridad, en cuyos tres ángulos hay sendas sillas, alguna de las cuales tiene una camisa y un traje negros. Solo al final aparece diáfana, clara, concluyente y contundente la simbología de lo que allí está representado.

Una función incómoda, que remueve al espectador, que lo coloca inevitablemente frente a lo que primero intuye, y luego ve con sus propios ojos. Y no por esperado y conocido el dolor y el desprecio son menores. La propuesta, estudiadísima desde todos los puntos de vista, no permite concretar del todo la historia hasta el mismo final. Muy interesante, pero hay que decir también que no es apta para todos los públicos. Y, desde luego, los menores de 16 años debieran abstenerse de acudir. Ni solos, ni acompañados de sus padres.

‘Con los ojos cerrados’

Dramaturgia: Luca Pizzurro

Adaptación y dirección: Sergio Toyos

Reparto: Marc Parejo

Voces en off: Imanol Arias y Daniel Aguilar

Ayudante de dirección: Gabi de Mulder

Música original: Naiel Ibarrola

Diseño de iluminación: Juanjo Llorens

Sonido: Javier Isequilla

Fotografía y vídeo: Nacho Sweet y María García - Sweet Media

Asesor legal: Miguel Ángel Beigveder

Producción: Nicolas Degliantoni - Maniac Producciones

Nave 73, Madrid

Hasta el 31 de marzo de 2023

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