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Crítica de la obra de teatro 'La lluvia amarilla': ruinas y olvido
(Foto: Jesús Arbues)

Crítica de la obra de teatro 'La lluvia amarilla': ruinas y olvido

martes 09 de noviembre de 2021, 10:48h

Adaptada y dirigida por Jesús Arbués puede verse en la Sala Margarita Xirgu de Teatro Español de Madrid ‘La lluvia amarilla’, una adaptación teatral de la famosa novela de Julio Llamazares con ese mismo título (1988). Nadie, pues, puede sorprenderse de lo que va a encontrar sobre el coqueto escenario de la Margarita Xirgu: un grito de angustia continuo y creciente contra la despoblación rural, la hoy llamada España vaciada, que aquí se hace patente a través de Andrés de Casa, el último habitante de un pueblo olvidado del Pirineo aragonés (Ainielle), que sobrevive a su soledad a través del odio, la soberbia, el orgullo, la sinrazón y la locura contra todo y contra todos.

Protagonizan ‘La lluvia amarilla’ Ricardo Joven y Alicia Montesquiu, Andrés y Sabina, su mujer. Andrés es un personaje tosco, bronco, agresivo, agrio, tajante, gruñón, intratable, montaraz, ceñudo, malhumorado, airado, arisco, desabrido y violento. Mantener esa actitud constante durante hora y media no es tarea fácil sino, por el contrario, extremadamente exigente para cualquier actor que quiera meterse en su piel y Ricardo Joven lo consigue. Está permanentemente al límite y sale más que airoso del reto interpretativo. Al lado de Andrés, siempre como un ángel que acepta su destino inequívoco junto a ese hombre lleno de odio y de soberbia, Sabina es dulce, noble, tolerante, indulgente, bondadosa, casi celestial. Espléndida también la interpretación de Alicia Montesquiu, en especial sus deliciosas canciones a capela.

Andrés ve como la gente del pueblo va desapareciendo poco a poco. Es legítimo que todos quieran buscar horizontes mejores para ellos y sus familias. Pero Andrés, el aragonés de Ainielle, solo ve cobardía, traición, pusilanimidad en todas y cada una de esas deserciones de sus vecinos y familiares. No está dispuesto a perdonar a ninguno. Solo él va a habitar ese pueblo en ruinas y olvidado de todos. Él será el único baluarte de un pueblo que ha sido capaz de enfrentarse a la hostilidad y la incomunicación a las que le somete cada invierno el frío, la nieve y el viento. Mientras él esté allí, defendiendo su casa y su pueblo, Ainielle seguirá en el mapa.

“La lluvia va borrando la luna de mis ojos. En el silencio de la noche escucho el murmullo lejano, vegetal, como de ortigas que se pudren en el rio de mi sangre. Es el murmullo verde de la muerte que se acerca…”. Rebelándose con uñas, dientes y hasta con la escopeta cargada, Andrés hará frente a la soledad, al vacío, a la enfermedad, al silencio, a las sombras del recuerdo (sus padres, su mujer que un día acabó con su vida ahorcándose porque ya no lo soportaba más, a los fantasmas de sus padres y de su pequeña hija que se reúnen cada noche al amor de la lumbre de la cocina, al tiempo perdido que ya no volverá… A todo eso va a hacer frente Andrés hasta que un día, mirando de frente a la muerte, sin que un ápice de nostalgia o de duda le atenace, Andrés cavará su propia tumba y dejará allí mismo la pala para que algún día alguien descubra su cadáver en algún lugar de su casa y ya no tenga más que depositarlo dentro de ese hoyo para que pueda reposar allí por los siglos de los siglos en busca del silencio eterno.

Jesús Arbués, que también conoce ese drama de primera mano, ha sabido reflejar con realismo y dureza extremos esa lenta agonía de la España rural que va constatando día a día que un pueblo sin habitantes no es nada. La maleza se va adueñando de todo y de todos y, pasado el tiempo, ni los recuerdos quedan a salvo. Le pasó a Ainielles, ese pueblo situado a más de 1300 m., en lo más agreste del Pirineo, pero le sucede otro tanto a miles de pequeños pueblos de toda España que van viendo desdibujar del paisaje su perfil y que saben que, con la muerte de los pocos habitantes -normalmente mayores de 80 años-, su nombre desaparecerá del mapa y ya nadie habrá que recuerde momentos, fatigas y alegrías. Sin testigos un pueblo ya no es nada.

Contribuyen decisivamente a la creación de esa atmósfera opresiva y determinante los audiovisuales y el mapping de David Fernández y Óscar Lasaosa, el diseño de escenografía de Jesús Arbués, el diseño de iluminación de Sergio Iguacel, los efectos de sonido de Nacho Moya y el diseño de vestuario de Sara Bonet en donde –no podía ser de otro modo-, domina el negro.

Una hermosa, dura, desgarradora y necesaria propuesta escénica que, probablemente, solo lleguemos a entender en toda su crudeza quienes un día nacimos en uno de esos pueblos olvidados. Imperdible.

‘La lluvia amarilla’

Un espectáculo basado en la novela homónima de Julio Llamazares

Adaptación y dirección: Jesús Arbués

Con Ricardo Joven (Andrés) y Alicia Montesquiu (Sabina)

Diseño de audiovisuales y mapping: David Fernández y Óscar Lasaosa

Diseño de escenografía: Jesús Arbués

Diseño de iluminación: Sergio Iguacel

Efectos de sonido: Nacho Moya

Diseño de vestuario: Sara Bonet

Una producción de Corral de García

Teatro Español, Madrid

Del 4 al 12 de noviembre de 2021

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