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'La lista' o la poética tragedia de lo cotidiano

'La lista' o la poética tragedia de lo cotidiano

miércoles 21 de septiembre de 2016, 09:03h

Hay quien piensa que en la novela, en el teatro o en la poesía solo cabe lo épico, lo extraordinario, lo fantástico. Nada más incierto. En ‘La lista’, un drama de la canadiense Jennifer Tremblay es la cotidianeidad, lo ordinario, el día a día, el momento a momento lo que obsesiona a su protagonista y acaba constituyendo el eje central del drama. El resultado del montaje que estos días se ha estrenado en la Sala Cuarta Pared bajo la dirección de Javier G Yagüe, e interpretada por una estupenda y comedida Frantxa Arraiza es una prueba evidente de lo que afirmo. La creación es una verdadera delicia en donde el teatro, la poesía y el permanente asombro no dejan respirar al espectador durante poco más de una hora.

El ser suele entrar en constante e íntimo conflicto con el deber ser (lo que hago y lo que debería de hacer, más aún en personas tan escrupulosas, perfeccionistas y rigurosas como la protagonista de este montaje. Y en medio de esos dos extremos, el real y el ideal, solo media ‘La lista’, ese cuadernillo tan imprescindible como interminable, esa ristra de tareas, necesidades, pensamientos, deseos que -para no perderlos- se intenta atrapar en una relación ordenada, rigurosa, exhaustiva, total. Solo así el personaje protagonista de ‘La lista’ encuentra su razón de ser, su tranquilidad, su lugar en el universo.

Jennifer Tremblay ha sido capaz de poner palabras a todas esas sensaciones de las que -estoy seguro de ello- muchos espectadores han sentido alguna vez en su vida, y las ha hilvanado en la historia que una mujer, esposa y madre de tres hijos, perfeccionista hasta decir basta, intenta hacer frente a la vida compleja, llena de tareas de diversa importancia: “… Mis listas son interminables. Hay tareas innecesarias. Es decir, hay cosas que haría sin tener que anotarlas. También hay en mis listas tareas urgentes. Y, por último, tareas intermitentes… Las más complicadas”.

En escena hay unos cuantos enseres (una mecedora, un piano, muchos libros y cuadernos apilados en el suelo, e innumerables cajas -de plástico, que sirven para almacenar ordenadamente todos los utensilios de la cocina, y de cartón, repletas de juguetes-), entre los que se mueve la protagonista compulsivamente (siempre con el bolígrafo colgado en ristre), ordenando, quitando, revisando, limpiando, recolocando, sin parar de pensar, de prever, de planear táctica y estratégicamente su labor.

El director, Javier G Yagüe, ha recurrido a decenas de recursos dramáticos para dotar de vida a la historia. Los más poéticos son, quizás, ese sonido del Cinexin, al que da vueltas la protagonista, para narrar cómo se lo pasó en el cine, en su día de descanso -el miércoles de cada semana-, en compañía de la vecina y amiga, Caroline, también madre de cuatro hijos. Pero también esos golpes rítmicos, constantes, que la mujer da a un trozo de plástico que recuerdan el latir de un corazón; el pequeño robot aspirador que pone en marcha y que se mueve automáticamente por toda la casa; la mecedora vacía que impulsa también la mujer para dar a entender al espectador que está cuidando a la vecina; la muñeca que acuna suavemente entre sus manos y a quien da besos llenos de cariño; los globos llenos de helio que guarda o libera para seguir hablando de sueños, de niños, de futuro… Y así, los sesenta minutos de función.

La clave, no obstante, se avanza un tanto crípticamente al principio de la obra, pero hasta el final no acabará por descubrir el sentido de esas palabras que, así, de sopetón, lanza al espectador (metateatro): “No le levanté la mano. No le pagué a nadie. Entra en su casa y mátala… Pero como si lo hubiese hecho. Se podría decir que la maté. Soy responsable de su muerte. No trato de decir que si no me hubiera cruzado en su camino ella no estaría muerta. Me crucé en su camino para evitar que muriera… Fallé en mi deber... Me faltó rigor, me faltó disciplina”.

Y es que entre tantas cosas como hay que hacer día a día (“lavar las sábanas, sacar la ropa de invierno, barrer las hojas…”), hay que descubrir instante a instante cuáles deben ser hechas de inmediato, y cuáles pueden dejarse para después. Y, lo que aún es mucho más importante, las que sucederán inexorablemente, al margen de nuestra voluntad, al margen de que hayan otras anotadas, subrayadas y en mayúsculas. La vida, afortunadamente, no cabe en una hoja de papel, aunque haya mucha, mucha vida en ‘La lista’.

El montaje es una delicatesen de la que sabrán gozar los verdaderos, los auténticos aficionados al teatro.

‘La lista’

Autoría: Jennifer Tremblay

Traductor: Humberto Pérez Mortera

Director: Javier G. Yagüe

Intérprete: Frantxa Arraiza

Una producción de Acción Escénica

Sala Cuarta Pared, Madrid (C/Ercilla, 17. Metro Embajadores)

Hasta el 9 de octubre de 2016

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