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Caro Baroja, el intelectual del diálogo
(Foto: Captura TVE)

Caro Baroja, el intelectual del diálogo

martes 17 de noviembre de 2020, 07:00h

Cuando todavía celebraba cumpleaños de un dígito, Julio Caro Baroja (Madrid, 1914- Vera de Bidasoa, Navarra 1995) abrió en la biblioteca familiar una obra de Tíndaro. Tras leer la frase homo sum, humani nihil a me alienum puto -o lo que es lo mismo- soy un hombre, nada humano me es ajeno, exclamó… “va a ser esto lo que me sucede”. Naturalmente, la anécdota no es verídica, pero sí fiel al eruditismo y humanismo carobarojianos.

A los 15, Julito, el “adolescente esmirriado con una capacidad de leer casi patológica” ya apuntaba maneras renacentistas y publicaba sesudos artículos”. Niño curioso que escuchaba las conversaciones de su tíos Ricardo y Pío Baroja con Ortega, Valle-Inclán, D’Ors y Azaña, construyó en sus adentros un cúmulo de intereses heteróclitos. Acabado el Bachiller se dispuso a cursar Historia Antigua, cuando la guerra civil interrumpió su vida estudiantil pero no sus estudios… Problemas de salud lo libraron del frente y lo “encerraron” a los 22 en la casa de Itzea (“madre de todo lo bueno en mi vida”) en Vera de Bidasoa a leer los 13.000 volúmenes de la biblioteca de Don Pío. He ahí la forja de este sabio, producto casual y causal de la alquimia entre historia grande e historia chica. Concluida la contienda, se doctoraría con una tesis sobre religiones antiguas en España, mientras se extendía el infundio de que era un espía británico.

El transcurrir de las décadas multiplicó su sabiduría y su biblioteca. A su muerte, Caro Baroja -Don Julio- había elevado a 30.000 el número de volúmenes y a 700 los trabajos de su factura entre biografías, libros y artículos sobre lingüística, literatura popular, antropología, historia social, historia antigua, minorías étnicas y marginadas, brujología, tecnología, folclore, religiosidad, vascos, judíos, moriscos, saharauis…no le quedó un recodo de nuestro pasado sin transitar. Lo suyo no era virtud, tampoco vicio, sino necesidad… la investigación es para mí una necesidad fisiológica, aseguraba. La satisfizo en soledad, sin ayuda de nadie. Su producción es magnífica en cantidad y calidad y sorprende que un solo hombre pudiera investigar y escribir tanto, cuando otros -para producir lo mismo o menos- precisan el apoyo de equipos universitarios completos. Salvo en contadísimos paréntesis -1943 y 1945 en Madrid, 1957-60 en Coimbra, 1973 en Wisconsin y 1981-83 en el País Vasco- Caro Baroja no estuvo formalmente vinculado a universidad alguna. Tampoco le interesaban los cargos oficiales, sobre todo si eran más nominativos que reales: en los 1950 abandonó la dirección del Museo del Pueblo Español. Y en la democracia renunció a ser asesor del ministro de la Cierva, y más tarde, a permanecer en el consejo de Euskal Telebista.

Aunque en los sesenta ya era un investigador de prestigio internacional y había publicado una veintena de libros y un centenar de trabajos, su obra y figura continuaban ninguneadas en España. Una explicación (además de lo incómodo del apellido materno) era que los temas que abordaba no se consideraban entonces “centrales”. Otra, que la independencia y el rigorismo carobarojianos conllevan un enfoque transgresor: alérgico a los lugares comunes (de hecho, una de sus ideas más fecundas es la de “viejo lugar común”), prescindía en su búsqueda de la verdad de teorías globalizantes, paradigmas establecidos, asideros postulares e imágenes monolíticas. Los hallazgos carobarojianos no son, en ningún campo, aptos para mentalidades doctrinarias -de antaño ni de hoy- que aspiren a obtener rédito político de ellas. Si cuando era joven era un mal español y ahora que soy viejo soy un mal vasco o un mal catalán y esto me ocurre porque no quiero comulgar con ruedas de molino, ¿a qué consulado tengo que ir para renovar mi pasaporte? Entre las obras más destacadas que combaten esos lugares comunes figuran “Los vascos”(1949), “Razas, pueblos y linajes (1957), “El carnaval” (1965), “la ciudad y el campo” (1966), “las brujas y su mundo” (1961), “los judíos en la España moderna y contemporánea (1961), “Vidas mágicas e inquisición” (1967), “El señor inquisidor y otras vidas por oficio” (1968); “La hora navarra del siglo XVII (1969) y el “Ensayo sobre la literatura de cordel” (1969),

Cuanto puede aprenderse en la obra de Caro Baroja no es etiquetable. En su contenido no hay lugar para la simpleza ni la economía cognitiva. Da prolija cuenta de la naturaleza poliédrica de la realidad, donde nada es del todo blanco ni negro, y allana esa dificultad (a veces notoria porque la vastedad de sus conocimientos e informaciones es apabullante) con lenguaje sencillo y sin pedantería, pues la humildad fue en él un rasgo tan distintivo como su sempiterna pajarita al cuello.

En esa complejidad inherente al mundo y su devenir, interesó a Don Julio el relieve y la lente de aumento que supone destacar la “historia chica” frente a la “historia grande”. Consideraba un ejercicio de miopía elitista posar la mirada solo en las decisiones políticas o de Estado y renunciar a investigar la historia chica (la vida de las masas urbanas y en el ámbito rural), su intrahistoria e influencia -aunque solo sea por el número de sujetos- sobre la historia grande. Pensar que hay una historia grande o una historia chica es una actitud orgullosa de gentes que se consideran ellas mismas grandes.

Este domingo se cumplirán 35 años desde que se le otorgara el Premio Nacional de las Letras, el último que recibió. Fue también académico de la Historia y la Lengua. La pregunta es ¿Puede un grandísimo humanista investigar y escribir sin que su esfuerzo nos haga mejores? Desgraciadamente sí. Somos memoria y la palabra escrita es la única posibilidad de diálogo con el pasado y el presente. Un país que menosprecia las Humanidades no puede ser dialogante. Nos han vendido la cultura de la imagen sin letra…El que no lee, no piensa y se embrutece. Así nos va.

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