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Uno de los redondos de Paco  de Toros de Cortés.
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Uno de los redondos de Paco de Toros de Cortés. (Foto: Plaza1)

Feria de Otoño: la emoción de la mansedumbre encastada

Castella y Ureña pierden los trofeos con la espada ante una desigual mansada de Victoriano del Río

sábado 07 de octubre de 2023, 08:58h
Tras una primera parte que había seguido el mismo aburrido guión que tantas otras tardes, en el ruedo de Las Ventas apareció el cuarto toro, con sus 626 kilos, hondo como él solo, y el rumbo del festejo cambió de forma radical. El astado, que llevaba el hierro de Toros de Cortés, olisqueó la arena, se mostró reacio a las llamadas de los toreros y, ya frente al capote de Sebastián Castella, regateó, se frenó y puso pies en polvorosa.
Esa sospechosa frialdad se tornó en evidente mansedumbre en el caballo, de dónde salió despavorido cada vez que sintió el hierro sobre el lomo. Aunque alcanzó el peto en numerosas ocasiones, apenas se le castigó, por lo que llegó con la fuerza intacta a banderillas, tercio en el que brillaron, con el capote y los palos, José Chacón y Rafael Viotti.
Por abajo, con igual mando e intensidad, comenzó Castella la faena. Y, como en tantas ocasiones, el manso rompió a embestir y las protestas de los del gintonic se tornaron en inesperado gozo. El toro, noble y alegre, se movió mucho y las tandas de muletazos del francés se sucedieron rápidas y mecánicas.
Hubo limpieza y ligazón, pero no la hondura y profundidad que la ocasión requería. Pero da igual, si llega a meter la espada a la primera, se lo habrían llevado en volandas. Falló en un par de ocasiones y le obligaron después a dar la vuelta al ruedo. Ante el primero, a la postre el mejor de la corrida por su calidad y noble condición, Castella también anduvo por debajo en una faena que se perdió en su falta de reposo y estructura.
Al manso cuarto le siguió un quinto aún peor. Cómo sería que le condenaron a banderillas negras, algo casi inaudito en estos tiempos de moderna tauromaquia. Un auténtico marrajo que puso en serios aprietos, tanto a Paco Ureña, como a su cuadrilla. ¡Qué arreones pegaba!, ¡qué forma de medir y defenderse!
No le importó a Ureña, todo sinceridad y entrega, que se jugó la vida sin trampa ni cartón ante un animal la mar de incierto que le sorprendía y buscaba en cada cite. El final, rompiendo al toro por bajo, con torerísimas trincheras y similares adornos, puso la plaza en pie. Tenía la oreja cortada, pero la estocada, cobrada en la suerte de recibir, no fue suficiente.
Frente al blando y soso segundo, no tuvo opción. Cómo Ginés Marín con su lote, verdaderamente infumable. El impresentable tercero se rajó a la primera de cambio y el último se movió sin clase y echando siempre la cara arriba. Afortunadamente, abrevió.
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