La dolarización y la desdolarización durante el régimen correísta han alcanzado niveles shakesperianos. Es el “ser o no ser” de estos tiempos en que se nos dice que estamos emprendiendo una revolución adjetivada como ciudadana, que nos conducirá victoriosos (no podía ser de otra forma) hacia el socialismo al estilo del siglo en que vivimos. Pero últimamente hay un cambio de matices en el tratamiento que le dan sus más representantes.
Se dice que la dolarización afronta problemas por la crisis mundial y el envío al exterior de 4.000 millones de dólares de las reservas bancarias, y “es política del Gobierno defenderla”. Se pasa la “culpa” de su debilidad al sistema financiero, se le perdona la vida al dólar, y se dice aquí y allá de las ventajas que tendríamos con una moneda regional. Magnánimo, el Gobierno por el momento no desdolarizará.
Este “perdona vidas” añade a los descalabros que se han unido contra el dólar, la caída de los precios del petróleo, de las remesas y de las exportaciones privadas. El Gobierno, con una inocencia adánica, nada ha hecho para que perdamos los beneficios que antaño nos aportó la adopción de esta moneda, con la que no fuimos pocos los que estuvimos de acuerdo.
Hablar de la espiral exorbitante del crecimiento del gasto público, de las sucesivas y dispendiosas “emergencias”, de la desmesura burocrática y los costos de la gestión del régimen, según los funcionarios aliancistas y su jefe, está de más. Dejamos por extemporánea la mentalidad previsora de las hormigas, para asumir la derrochadora de la cigarra.