OPINIÓN/Víctor Gijón
Recuerdos cántabros de un juez progresista
sábado 10 de noviembre de 2007, 19:36h
Claudio Movilla fue un juez progresista. Un hombre de izquierdas. Eso fue algo que quedo claro en la presentación en la noche del viernes en el Ateneo de Santander del libro ‘Claudio Movilla, un juez en la sociedad civil’ del que es autor el magistrado Perfecto Andrés Ibañez, compañero que fue del glosado en Justicia Democrática y Jueces para la Democracia.
Y, sin embargo, más allá de la presencia lógica y esperada del personal de la justicia --jueces, abogados, procuradores y funcionarios-- entre el público asistente eran mayoría los representantes de la derecha, principalmente dirigentes y ex dirigentes del PP.
Pues bien, estuvieran por convicción o por otras cuestiones más prosaicas, los representantes del PP escucharon, como las casi 200 personas asistentes al acto, la glosa de un juez rebelde con causa. Comprometido con la causa de la libertad, de la justicia y del progreso social. Como recordó el magistrado Andrés Ibáñez critico también “con las personas a las que sentía más cercanas” cuando los casos de corrupción y otros asuntos hicieron su aparición, algo que le valió desencuentros con viejos conocidos de la lucha antifranquista instalados en el poder.
Que el libro se presentara en Santander tenia fundados motivos. En lo personal porque en la capital de Cantabria reside su viuda, Elisa Polanco, y sus dos hijos. Y en lo demás porque fue en la capital cántabra donde ejerció primero como fiscal y liego como juez, en su condición de primer presidente del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria. En ambos periplos profesionales, separados por 20 años y un cambio de régimen político, Movilla padeció la intolerancia por cumplir con su trabajo y con lo que creía justo. De su paso por el Tribunal Supremo, breve pero intento, habló el presidente de la Sala Tercera, Ramón Trillo.
En 1968, recordó Manuel Ángel Castañeda, director de El Diario Montañés, uno de los intervinientes en el acto, Movilla fue relevado como fiscal y decretado su traslado forzoso por defender que el Ministerio Publico ejerciera el papel de perseguidor del delito, fuera quien fuera el delincuente y su estatus social. La justicia clasista de la Dictadura no lo soporto y decretó su destierro personal y profesional.
Lo ocurrido dos décadas más tarde daría para una novela negra. Castañeda dijo que Movilla se enfrentó a un “poder tiránico” y el magistrado Andrés Ibáñez ilustró al auditorio sobre los dos tipos de procesos de políticos en función de la actitud del acusado: los de connivencia y los de ruptura. En el segundo el procesado niega la mayor, no admite la autoridad del juez, denuncia con artimañas la limpieza del proceso y provocan situaciones rupturistas. Pues bien, Movilla se enfrentó a un juicio de estas características nada menos que en la personal del presidente de Cantabria, que seguía siéndolo mientras se sentaba en el banquillo de los acusados, e incluso después de ser condenado.
Es difícil imaginarse hoy lo que fue aquel proceso. Las presiones internas y externas, las maledicencias, las injurias y los ataques personales al juez y a su familia. Andrés Ibáñez reconoció que le faltaron apoyos de otros jueces, y no por aplicar actitudes corporativitas, si por justicia. Pero Movilla se quedó solo y solo, bien es cierto que tras una excelente instrucción del sumario por parte del magistrado Cesar Tolosa, ayer presente en el acto, se enfrentó a una decena de consejeros y ex consejeros del Gobierno y a Juan Hormaechea, presidente de Cantabria entre 1989 y 1995, quien finalmente fue condenado, principio del fin, años después, de su carrera política.
Y escribo Hormaechea consciente de no haber oído pronunciar su nombre ni una solo vez en las hora que duró el acto del Ateneo santanderino. Extraño silencio cuando dos de las tres intervenciones se situaron en tono a actuaciones relacionadas con el ex presidente de Cantabria. Quizás no se citó a Hormaechea por deferencia a algunos de los presentes, que hicieron algo mas que ir en las listas con él, cuando Hormaechea era, se justificaban al taparse la nariz, garantía para ganar las elecciones.
La sobra alargada de Hormaechea, que tanto silencio produjo y al parecer produce todavía, planeó de nuevo anoche sobre el Ateneo de Santander. Un hecho que me trae a la memoria la anécdota protagonizada, muy a su pesar, por el director de este diario digital. Fernando Jáuregui debía pronunciar una conferencia en el Ateneo sobre el momento político español y el presidente de la institución le solicitó que procurara no hablar de Hormaechea, a la sazón todavía presidente, por tener pendiente el cobro de subvenciones vitales para la actividad de la institución. Quiero recordar que Jáuregui orilló la sugerencia de manera sutil para ni callarse ni poner en un aprieto a quien le había invitado. Pero ayer en el Ateneo no había razón alguna, tampoco económica por supuesto, para no poner nombre al tirano, en apreciación del periodista Castañeda que comparto ciento por ciento.