La Reserva Federal encara un momento decisivo en un mercado laboral que muestra señales ambiguas. El crecimiento del empleo en Estados Unidos ha sido limitado en los últimos tres meses, con un promedio de apenas 35.000 nuevos empleos, reflejando una desaceleración poco habitual fuera de episodios recesivos.
Sin embargo, la tasa de desempleo se mantiene estable en 4,2% y los salarios continúan avanzando a un ritmo cercano al 4% anual, suficiente para sostener el poder adquisitivo sin añadir presiones inflacionarias adicionales. Este panorama mantiene divididos a los responsables de la política monetaria, ya que algunos consideran que la contratación más débil es síntoma de un deterioro inminente, mientras que otros argumentan que responde a un nuevo equilibrio derivado de la menor oferta de trabajadores.
La reunión del banco central de septiembre se convierte así en una cita clave para decidir si corresponde iniciar un ciclo de recortes de tasas, en un contexto de presiones políticas desde Washington y de persistentes dudas sobre la evolución de la inflación.
Al otro lado del Atlántico, el aumento de los rendimientos de los bonos británicos a 30 años hasta máximos de más de dos décadas intensifica las presiones fiscales. El encarecimiento del endeudamiento coincide con una inflación persistentemente elevada y un deterioro del mercado laboral, lo que limita los márgenes de maniobra de la política económica.
El repunte de los rendimientos no es exclusivo de la deuda británica, pero destaca por la fragilidad percibida en la credibilidad fiscal y el riesgo de que el Gobierno opte por relajar sus propias reglas de disciplina presupuestaria.