La política monetaria de Estados Unidos volvió a situarse en el centro de la atención tras la decisión de la Fed de reducir en un cuarto de punto los tipos de interés, que quedaron en el rango del 4,00% al 4,25%, con la expectativa de que se produzcan dos recortes adicionales antes de fin de año. El movimiento refleja una creciente preocupación por la debilidad del mercado laboral y la posibilidad de un aumento del desempleo, mientras que la inflación, aún elevada, se mantiene en el 3%. La medida mostró divisiones internas, ya que un nuevo gobernador defendió un ajuste más agresivo, en línea con la presión ejercida desde la Casa Blanca, mientras que la mayoría respaldó un ritmo gradual. Los mercados reaccionaron con oscilaciones breves en la renta variable, estabilidad en la deuda soberana y una ligera apreciación del dólar, en un contexto en el que se percibe que el riesgo de estanflación se ha reducido.
En paralelo, la política exterior estadounidense se proyectó con fuerza en Europa. El presidente de EE.UU. inició una visita de Estado al Reino Unido, un hecho inusual por producirse de forma reiterada, que combinó pompa ceremonial con un trasfondo económico y geopolítico. El gobierno británico aspira a consolidar la relación bilateral mediante nuevos acuerdos comerciales, inversiones en sectores estratégicos y cooperación en materia de seguridad, aunque enfrenta un entorno político doméstico complicado y tensiones sociales. La coincidencia entre la agenda económica de la Reserva Federal y los gestos diplomáticos en Europa subraya cómo la estrategia estadounidense busca influir de manera simultánea en los mercados financieros y en el tablero internacional.