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Malasaña

miércoles 09 de mayo de 2007, 14:21h
Por todos es conocido el conflicto del famoso botellón: vecinos
que quieren dormir, jóvenes que quieren beber en la calle. ¿Por qué en la
calle? Principalmente porque es mucho más barato que en un bar, pueden entrar
menores de dieciocho años y no tiene aforo limitado. Los vecinos, por su
parte, se quejan del ruido insoportable y de la suciedad de los barrios a la
mañana siguiente.

Cuando estas reuniones se dan en lugares más o menos apartados, como puede
ser el Parque del Oeste, no suelen causar conflictos. Pero cuando se dan en
zonas céntricas de la ciudad, como Malasaña, y su reciente 2 de mayo
particular, el asunto se vuelve complejo.

Si hay una fiesta concreta, la congregación de adolescentes es aún mayor, y la consumición de alcohol y derivados también. Los vecinos de la zona no pegan ojo y a la mañana siguiente encuentran sus portales llenos de sospechosos líquidos y de cristales. Comprensible. Los adolescentes en cuestión quieren pasárselo bien -como en su día lo pasaron los citados vecinos- aunque tengan menos de
dieciocho años, aunque sean muchos y aunque su paga sea de diez euros a la
semana. Comprensible también.

La solución es complicada –nadie dijo que fuera fácil-, pero estoy segura
de que la aparición de los policías a las 3 de la madrugada en la plaza del
Dos de Mayo no lo era. Si bien es cierto que muchos de los jóvenes que allí
estaban habían bebido o fumado demasiado, eso no justifica la violenta
respuesta de la policía, que dio de todo menos ejemplo.

Tal vez fuera necesaria su presencia allí para controlar el despliegue adolescente, pero aún existe una leve diferencia entre acudir y sacudir, ya que tal batalla
sólo condujo a que, como dijo Eva Hache, algunos acabaran celebrando el Dos de
Mayo en el Doce de Octubre.
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