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Regreso al radioteatro

Regreso al radioteatro

jueves 14 de junio de 2007, 01:11h
A las once de la noche, con un frío que cala los huesos, hacemos fila frente a la boletería del teatro Mori, en el barrio Bellavista, para conseguir una entrada que nos permita asistir a una singular función. En ese teatro –en el que también se representa “Neva”, una obra memorable que evoca a Antón Chejov- se ofrece casi a la medianoche un novedoso espectáculo que revive al radioteatro y las terroríficas historias del doctor Mortis, seguidas por millares de auditores en los años 50-60 del siglo XX.

Advertimos que los espectadores que agotan los boletos no son sólo personas de la tercera edad, sino jóvenes que no conocieron el radioteatro y que son parte de la generación de los videos, de internet y el correo electrónico. Y todos esperaban impacientes el comienzo de la función.

Aparecen en el escenario unos actores armados de los libretos que dramatizarán frente a los micrófonos. Todos ellos son también jóvenes para los cuales el radioteatro les debe ser tan ajeno como las “victrolas” o los tranvías. Y empieza una dramatización del mundo diabólico del doctor Mortis. Hay ruidos de tormentas y rayos, de viejos castillos con escaleras crujientes, pasos en la oscuridad, carcajadas alucinantes. Nos recorren algunos escalofríos y lo curioso es que los actores no se han movido de sus lugares: leen lo escrito y adecuan sus voces a sus truculentos y asustados personajes. Los ruidos que nos sobresaltan son producidos por unas latas, unas telas, unos golpes en el suelo. Casi no advertimos esos primitivos recursos escénicos y sentimos las mismas sensaciones que nos llegaban desde el receptor de radio con ojo verde, que parecía un  mueble y que ya hace tiempo abandonó el living de nuestras casas.

Los milagros del radioteatro ejercen su magia en pleno siglo XXI y se repiten todos los fines de semana, en una sala cuyos empresarios son exitosos actores de la televisión.

Salimos de allí con nostalgia de otros tiempos. Regresamos a los encantos de los “días de radio” que en Chile fueron gloriosos. Todas las emisoras competían en ofrecer melodramas o historias románticas o series de terror o de héroes de la historia nacional o universal. Le arrebataban público a las sátiras de la actualidad política de “La familia chilena” de Gustavo Campaña, o a los incidentes de la vida doméstica criolla de “Hogar Dulce Hogar”, de Eduardo de Calixto.

Recordamos los melodramas interpretados y escritos por los hermanos Gana Edwards, que competían con el cine mexicano en el número de desdichas de sus personajes; o las suaves cursilerías de Eglantina Sour y su compañía o los amores legendarios que animaban Emilio Gaete y Mireya Latorre y a maestros del género como Justo Ugarte, Maruja Cifuentes, María Llopart, a los galanes Fernando Podestá y Gerardo Grez, a los actores de carácter Marta Ubilla y Jorge Quevedo. Los nombres son innumerables y no merecen el pago del olvido. Sus voces les eran familiares a millares de seguidores en todo el territorio nacional. No eran muy conocidos físicamente. Los radioescuchas los imaginaban de acuerdo a las figuras de sus personajes y tal vez a los auditores les desilusionaba confrontarlos con la realidad.

El radioteatro le daba alas a la imaginación y ejercía un sortilegio parecido a la lectura que requiere la acción de las propias sensaciones y obliga a un montaje personal. Los actores del teatro Mori sacaron del desván de los objetos que no se usan un teatro virtual que necesita de la colaboración de su público.

En una época en que los avances tecnológicos aplastan la imaginación, resulta saludable una vuelta a las historias que representábamos en nuestras cabezas sólo con escuchar voces y ruidos. La acogida que advertimos en los espectadores que repletaban el teatro nos pareció entusiasta. Se aterraron o se emocionaron como si asistieran a una función del más reputado elenco escénico, ratificando que el radioteatro no es un género muerto. En cambio, resulta un ejercicio eficaz para revivir las células muertas de la fantasía. El siniestro doctor Mortis es prodigioso.

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Luis Alberto Mansilla
Periodista
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