Siempre quise sentir un terremoto. Sentir la adrenalina recorriendo mi cuerpo ante el retumbe de la tierra, sentir el sonido de mil objetivos vibrando al unísono, cayéndose, rompiéndose. Sentir el bamboleo de los edificios, algunas ventanas estallando, ser protagonista de una de esas películas de desastres. Ahora me siento un estúpido. Cientos de personas han muerto, varias ciudades han quedado en ruinas y miles de familias han quedo en el desamparo absoluto. Pero en medio de tanto drama, de tanto dolor y de tanto sufrimiento que ha logrado tocar las fibras más sensibles de cada peruano, no puedo dejar de conmoverme ante la generosa, sentida e inmediata ayuda proveniente de los lugares más recónditos del planeta.
Empezando por nuestros vecinos y hermanos chilenos, quienes dejando de lado nuestras eternas diferencias limítrofes, recrudecidas en los últimos días, fueron de los primeros en enviar ayuda humanitaria para los damnificados de Pisco, Ica y Chincha. Incluso, Michelle Bachelet se comunicó a primera hora con el presidente Alan García para expresarle su solidaridad.
Venezuela y el tantas veces criticado Hugo Chávez, a través de Protección Civil, se hicieron presentes también con ayuda para los damnificados. Actitudes como por ejemplo la del mandatario colombiano Alvaro Uribe, quien vino a nuestro país con ministros y expertos en catástrofes, además de varias toneladas de ayuda, no hacen si no reconfortarnos en medio del dolor.
Países tan lejanos como Marruecos o Rusia, cuyas poblaciones seguramente no podrían encontrar con facilidad a Perú en un mapa, se solidarizaron con nuestro dolor. España ya envió 100 toneladas de ayuda humanitaria y pronto enviará más.
Argentina, Brasil, Uruguay, Francia, la Cruz Roja, las Naciones Unidas, la Comunidad Europea, el Vaticano, y un largísimo etcétera. La ayuda extranjera ha llegado a los 400 millones de dólares.
Pero no tenemos que ver fuera de la ventana para encontrar la verdadera solidaridad. Esa que no busca el reconocimiento, ni las cámaras, sino ayudar sinceramente. Esa que tuvo el alcalde de Magdalena Francis Allison, quien llegó el jueves en la madrugada (horas después del terremoto), sin avisarle a nadie, sin buscar cámaras y sin personal de prensa, para entregar en medio de la penumbra raciones de avena.
El estadio nacional está abarrotado de donaciones que no dejan de llegar desde diferentes puntos de la ciudad. Los canales de televisión –sin excepción- vienen recolectando ayuda. Las radios, los diarios, instituciones públicas y privadas, parroquias, clubes de madres, todos.
En medio del dolor, del sufrimiento y la conmoción que produce ver una parte de tu país destruida, cientos de tus hermanos muertos, miles de familias devastadas, reconforta saber que podemos contar no sólo con nuestros compatriotas, sino también, con los seres humanos en general. Con una ayudita de nuestros amigos, estoy seguro que las heridas podrán cicatrizar.
:: Mauricio Ottiniano (Perú). Periodista político del diario Correo.