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Derrota de las luces 3. El pasado mítico

Derrota de las luces 3. El pasado mítico

lunes 30 de septiembre de 2013, 13:22h
¿Cómo luchar contra un fantasma? También en su cuna la democracia es atacada por la sinrazón nacionalista de Amanecer Dorado. Son demasiado potentes los terrores pánicos a los cambios y a las impurezas difundidas por inmigrantes metecos y otras pestes extranjeras. El paraíso perdido de una Grecia pura enraizó sin remedio en las mentes más impresionables e infantiles. Hesiodo hablaba también en griego maravillas de una perdida Edad de Oro antes de la condena de Zeus al abismo embrutecido de la Edad de Hierro; la de Amanecer Dorado.

Ovidio prefería los hexámetros latinos para describir su versión de la Edad de Oro en "Las Metamorfosis", puntualizando la perfección del comportamiento humano en ese arquetípico pasado, hasta el punto de no necesitar entonces leyes ni autoridades para regirse. Curiosa similitud con el mito de un país vasco refugio de primitivas libertades y secular independencia; de hidalgos universales y democrático autogobierno; el de su primitivo y original cristianismo: el mito ruralista, de un agro idílico, paraíso de buenas costumbres y de excelentes virtudes morales...

Los nacionalismos asumen su papel religioso mitificando sus propias edades doradas, adornando cada uno su Arcadia perdida con las mismas virtudes soñadas por Hesiodo y Ovidio en sus armónicas ensoñaciones. Como las del romanticismo catalán, con un "pairalisme" conservador apegado al sueño de un ruralismo plácido digno de "Las bucólicas" de Virgilio. Por cierto. En su "Historia de Cataluña" de 1934 Antoni Rovira i Virgili escribe: "Cataluña fue el único territorio de la Península que tuvo una clase rural con arraigo en la gleba, un campesinado rico, libre y culto".

Esa vuelta a la naturaleza idealizada y saludable, contrapuesta a las ciudades mórbidas plagadas de "maketos" y "charnegos" impulsa a principios del siglo XX el "muntanyisme" catalán y a los "mendizales" vascos, buscando los domingos sus raíces más allá de los adoquines. La creación de las dos primeras sociedades scouts de España tiene lugar en 1912 en el País Vasco y Cataluña de modo paralelo a la proliferación de temas folkloristas y regionales en la pintura de Flores Kaperotxipi, Aurelio Arteta, Dionís Baixeras o Joan Llimona. La obsesión ontológica por "el ser" etnicista a través del prisma idílico del historicismo romántico cristiano plasmado en la obra del obispo Torras i Bages "La tradició catalana" de finales del XIX, donde empieza a palparse la nueva obsesión "d'ésser català" como identidad grupal "comme il faut", síntoma de una patología identitaria perceptible también en el lema del Alderdi Eguna: "I am basque".

Olvidemos entonces la cruda realidad de un País Vasco medieval sin patatas ni maíz, abocado al hambre o a la emigración y repoblación al sur de la Cordillera Cantábrica; luego al Nuevo Mundo, olvidemos los enfrentamientos civiles entre Oñacinos y Gamboinos, o en el caso catalán la opresión sufrida por los payeses de remensa con los malos usos, olvidemos el reinado del Conde-Rey Pere I, cuando las Cortes catalanas establecen el llamado "derecho de maltratar"; el señor puede tener preso a su vasallo y apoderarse de sus bienes de forma arbitraria y sin justificación. Ese y otros "malos usos" no serán abolidos hasta la Sentencia Arbitral de Guadalupe, el 21 de abril de 1486 por Fernando el Católico, un rey tradicionalmente maltratado por la historiografía romántica catalana, con Rovira i Virgili a la cabeza, por su linaje de raíz castellana. De no ser por ese prisma sesgado la efemérides a celebrar por toda Cataluña debería ser ese 21 de abril como hito en el camino a una sociedad más justa, y no un 11 de septiembre marcado también por el enfrentamiento civil entre catalanes y no entre catalanes y otros españoles.

Los mismos campesinos ricos, libres y cultos predilectos de Rovira i Virgili se dedican un siglo después de la Sentencia de Guadalupe a una actividad endémica en la idílica Cataluña rural; el bandolerismo, reflejado en las páginas del Quijote, cuando el hidalgo colige la cercanía de Barcelona por la cantidad de salteadores colgados de las ramas en el bosque: "Estos pies y piernas que tientas y no ves", dice don Quijote a Sancho durante la noche, "sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados, que por aquí los suele ahorcar la justicia cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona". Esos campesinos catalanes, desdeñando la imagen bucólica de la versión rosa chicle propia de la historiografía nacionalista se muestran en toda su compleja violencia en la revuelta o Guerra dels Segadors de 1640 con su Corpus de Sangre, cuando es asesinado en una playa de Barcelona el Virrey de Cataluña, Dalmau de Queralt al grito popular de "Visca la fe de Christ! Visca lo rey d'Espanya, nostre Senyor!". Y todo eso antes de la oprobiosa dinastía borbónica.

La melancolía de Sabino Arana por la pérdida de su infancia idealizada ha sido estudiada por Juaristi. Cuando el ensanche bilbaíno de Abando en su crecimiento urbano destruyó el caserío de sus primeros pasos Arana incubó una nostalgia enredada en el dolor por el paraíso perdido, inventándose un pasado y una historia. Melancolía, nostalgia, imaginación. Son otros clavos en el ataúd de la fría y gris racionalidad democrática, incapaz de competir con el autoengaño. Bien dice el hispanista Rusell P. Sebold: .imi

"No hay para el romántico ideal más bello que el perdido".
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