La señora Houard, funcionaria de a pie, harta de contemplar las peleas entre políticos, los insultos, la incapacidad para el pacto y para un gobierno sensato, lanzó una soflama desde internet pidiendo a la clase política que dejara atrás las diferencias políticas y lingüísticas y se dedicara a lo que toca, es decir a gobernar. Lo llamativo es que, casi inmediatamente, 140.000 ciudadanos firmaron el manifiesto y luego, otros 35.000 acudieron a una manifestación. Eso ha sucedido en Bélgica donde las diferencias entre flamencos y valones son cada día mayores hasta el punto de que no hay Gobierno desde hace seis meses. “Ir a Flandes”, dice la señora Houard, “es como ir a otro país”. Entre flamencos y valones no hay comunicación, sólo un “diálogo de sordos” porque cada uno busca el interés personal y no el general. Pero, como dice la señora Houard, flamencos y valones no se llevan mal, “son los políticos los que han sembrado la desconfianza entre las dos comunidades, la gente de la calle no comparte esos problemas”.
La señora Houard, que se ha convertido en una celebridad, vive en Lieja, pero podría residir en Barcelona, en Madrid, en Bilbao o en Santiago de Compostela y decir cosas muy parecidas si en lugar de ser una funcionaria belga, fuera una funcionaria, un ama de casa o una trabajadora de la construcción española. La polarización de los sentimientos en bandos no es un fenómeno belga. Nos toca a todos y los políticos son los más responsables de lo que está pasando. La política es una de las actividades más nobles que puede elegir un ciudadano, pero no todos los políticos tienen el interés general como objetivo.
Tal vez por eso, otra noticia importante de estos últimos días ha pasado desapercibida. El informe de Transparencia Internacional 2007 constata que el 62 por ciento de los españoles considera que los partidos políticos son la institución más cercana a la corrupción. Un 49 por ciento de la población encuestada opina, además, que la lucha del Gobierno español contra la corrupción es ineficaz o inexistente.
Detrás de los partidos, en el ranking de los más cercanos a la corrupción, están las empresas privadas y los medios de comunicación y, desde 2004, España no hace sino descender puestos. Mal asunto que los partidos encabecen la lista y que los ciudadanos vean a las empresas y a los medios de comunicación en la lista de los más corruptos. No puede construirse una sociedad sana y democrática sin confianza en los políticos, en los emprendedores y en los medios. Alguna reflexión habría que hacer para cambiar esa mala imagen o para modificar la realidad que perciben los ciudadanos. Ni los políticos ni los medios de comunicación deberían ser instrumentos de división social. Y lo están siendo cada día. Y por eso, hay millones de señoras Houard que pueden provocar una revolución social. Al menos hasta que creen otro partido político.