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Irina Kouberskaya (actriz y directora de escena): "El teatro es la manera más digna de arruinarse"

miércoles 07 de febrero de 2018, 07:50h
Irina Kouberskaya (actriz y directora de escena): 'El teatro es la manera más digna de arruinarse'
(Foto: Pablo A. Mendivil )
Mujer de belleza serena, voz suave y persuasiva, mirada inteligente y juicio tan lúcido como libre e indulgente, Irina Kouberskaya (Moscú, 1946) reside en España desde hace más de cuatro décadas. Licenciada en 1968 con diploma de Honor en la Escuela Superior de Teatro, Música y Cinematografía de San Petersburgo (Rusia), actriz y directora de escena, necesita el arte tanto como respirar.

Su dedicación al teatro ha sido siempre en cuerpo y alma y, fruto ubérrimo de esa pasión en su última etapa entre nosotros, es la creación en Madrid (Sancho Dávila, 31), de Teatro Tribueñe hace ya casi tres lustros. No hay un solo montaje de los muchos levantados por la compañía del mismo nombre que no haya encontrado el encendido elogio de crítica y público. Citaremos solo algunos: Federico García Lorca (La casa de Bernarda Alba y Bodas de sangre), Harold Pinter (Regreso al hogar), Vladimir Nabokov (La mirada de Eros), Ramón Mª del Valle-Inclán (La rosa de papel, Ligazón y El embrujado) o Hugo Pérez de la Pica (Alarde de tonadilla y Canela).

Es muy frecuente acercarse a cualquier función en la sala Tribueñe y encontrar allí, primero, sentada en alguna butaca a Irina Kouberskaya y después, al finalizar la función, atendiendo personalmente a todos y cada uno de los espectadores que se le acercan a saludarla o a comentar algún aspecto del montaje que acaba de terminar. Lo mismo da al pie del escenario, en el rellano de la escalera o en el hall de acceso al teatro, porque Irina escucha siempre atenta y responde después con la palabra precisa, la razón de peso o el agradecimiento sincero que, sin duda, es la respuesta más habitual en la devota y numerosa legión de fieles a la sala. Y para todos, esa sonrisa ligera de quién sabe qué nadie es más que nadie sino es por el esfuerzo, o la pasión y la dedicación a una causa -la suya, el teatro- a la que dedica 24 horas al día.

Lo primero que cualquiera se pregunta sobre Irina es ¿qué hace una mujer como ella en un país como este? y, además, desde 1973 -es decir, la tira de años…- . La respuesta no puede ser más sencilla. Nada de exotismo, nada de mitos, nada de extrañas aventuras. La palabra clave es amor. “Vine a España -confiesa Irina-, porque me casé con un español”. El amor a la tierra, claro, vino después: “muy pronto me enamoré también de España, sobre todo porque me encontré cara a cara con todos los genios que había estudiado desde siempre en el campo de la pintura, de la literatura, de la música… Si no hubiera tenido pasión por las mismas expresiones artísticas en Rusia, probablemente no habría conectado aquí tan rápidamente… Después encontré un pueblo que, por aquel entonces, era muy abierto, que me acogió de manera sorprendente para mí. Digamos que se generó una unión entre lo espiritual y lo cotidiano que me hizo sentirme muy bien desde el principio”.

Su primera residencia en España fue en el País Vasco. Tiempos convulsos aquellos con una banda terrorista, ETA, que ya contaba en su haber un buen número de víctimas, mortales incluidas: “llegué allí justamente el día del asesinato de Carrero Blanco. Los guardias civiles te paraban por la carretera frecuentemente, y te ponían los fusiles en la ventanilla del coche cuando te pedían la documentación… Luego, cuando paseaba con la niña por las arenas y veía por allí a la guardia civil, me parecía que estaba viviendo en medio del rodaje de una película. El fantasma de la libertad, que aún no había llegado, estaba por allí rodando por todos sitios”.

“Se ha optado por borrar a los artistas de la faz de la Tierra…”

“Acaricio el alma de mi tierra, acariciando el alma de España. Es la misma alma porque en el alma no hay fronteras…”, afirma Irina. Y es paradójico que alguien que viene desde el Volga tenga que acercarse a nuestro país para animarnos a reconocer, primero, y reivindicar todo lo español, después. La “ñ” de Tribueñe es el sencillo y profundo homenaje de una mujer de origen ruso y alma española y universal. En aquellos principios de siglo, con la irrupción brutal en nuestras vidas de las nuevas tecnologías, la ñ estuvo a punto de ser eliminada del teclado del PC. La corriente -lo recordamos ahora- estuvo secundada incluso por prohombres de las letras hispanas como Gabriel García Márquez. Ese intento, de la mano de Irina Kouberskaya y otros intelectuales amigos suyos, generó, en 2003, el nacimiento de Teatro Tribueñe, como una reacción en favor de mantener el alma, el detalle, la esencia de una cultura como la española, con su ñ incluida, de la que forman parte genios como Lope, Calderón, Cervantes, Velázquez, Goya, Picasso, Falla, Granados, Antonio Machado o García Lorca.

Aquella batalla parece que se ganó. Pero vamos ahora a meternos en harina. Y el teatro, ¿cómo está el teatro en España?, preguntamos a la artista, y ella, algo más circunspecta que de costumbre nos responde que "el tema es gravísimo, no ya en España, sino en el mundo entero porque se ha optado por borrar a los artistas de la faz de la tierra. Y eso es muy fácil hacerlo: simplemente, no dejándoles vivir de su profesión. Quizás en algunos países sea menos visible que en España, pero la tendencia es la misma. Y yo creo que esto obedece a que los políticos han descubierto el escenario en la política y han querido salir a él como lo hacemos los actores. Por eso, me parece a mí, y perdón por los vocablos, que artistean, más que politiquean”.

“A nosotros -continúa reflexionando Irina-, nos ven, evidentemente, como rivales. Pero esto no es más que la actualización en nuestros días de un viejo conflicto entre la espiritualidad y el oro, el dinero. Una vez más gana la economía… Se considera que la nuestra es una profesión que no puede sostenerse a sí misma, y esta es una auténtica tragedia”.

“La única razón por la que los seres humanos nos diferenciamos del resto de los animales es por el arte -continúa diciendo la directora de escena-. Precisamente por eso, quienes menos se olvidan del planeta son los artistas. Ellos son personas con conciencia avanzada, una especie de luciérnagas de lo humano, y dejar de potenciar esta conciencia, profundizar en ella, aprender de ella, nos puede costar muy caro… Si no aprendemos de estas personas avanzadas, ¿de quién vamos a aprender? ¿Qué se enseña en las universidades? Ahora, pisar la universidad no es garantía de alcanzar ningún nivel cultural, ninguno. Ser universitario hoy significa únicamente adquirir la condición de ser un borrego más de entre los cientos de miles, o millones de borregos adiestrados de manera absolutamente inculta”.

“Seguimos intentando vivir coherentemente”

Quizás Tribueñe haya tenido la fuerza y la capacidad de constituirse en una especie de reducto de la cultura, decimos a Irina, y ella con la misma serenidad y lucidez a que nos tiene acostumbrados, nos responde que “no sé si Tribueñe ha conseguido algo de esto, pero sí que seguimos intentando vivir coherentemente con nuestra alma, con nuestras convicciones y con nuestra intuición, y esto crea un cierto parecido con lo que podríamos llamar ‘ideas’ pero, sobre todo, lo que tenemos es un firme deseo de profundizar en todo aquello que ha dejado huella genial sobre la tierra”.

Si lo que podríamos llamar efecto Tribueñe, tiene algún secreto que vaya más allá de lo evidente (trabajo, trabajo y más trabajo), nos gustaría conocerlo. Dicho en otras palabras, ¿cómo se consigue mantener un teatro estable y de repertorio, con una calidad altísima, durante tantos años? Para Irina no hay secreto que valga: “Es cierto que tratamos de que la calidad nos acompañe desde el primer momento de Tribueñe, hace ahora ya casi 15 años. Nunca hemos bajado el listón de la calidad. Quizás la razón más poderosa es todo lo que te he ido diciendo hasta ahora, por conectar de manera más profunda con el público, con las personas que acuden aquí, el drama de los genios, como Lorca o Valle-Inclán, está en que se les destripa, se les vulgariza y, al final, se les quita su magia en muchas representaciones teatrales. Nosotros, por el contrario, tratamos siempre de descubrir sus enseñanzas, y los abordamos siempre con respeto y con paciencia. A veces tardamos varias semanas en sincronizar las almas de todos los artistas con las del dramaturgo, pero ese momento siempre llega. Si se les aborda con ese respeto, todo comienza a manifestarse de manera diferente, todo fluye de forma sorprendente. Yo entonces me limito a constituirme en conducto y, como un simple escriba, anoto rápidamente cuantos hallazgos se van alcanzando entre todos…”. Y, después de reflexionar un momento, Kouberskaya añade que “he descubierto que la música, la pintura, la literatura, y cualquier otra manifestación artística, nunca se muere cuando en todas las esferas de nuestra vida el genio sigue prosperando. Hay un lenguaje sutil que escapa todavía a nuestro conocimiento pero hay que perseguirlo”.

El hecho cierto es que Tribueñe ha conseguido generar en el espectador habitual un respeto tan profundo por el trabajo que va a contemplar que se hace patente cada vez que se le ve bajando las escaleras de aquel viejo almacén de ferretería del barrio madrileño de Ventas reconvertido hoy en Teatro Tribueñe. Irina lo agradece porque -afirma-, “allí hay mucho esfuerzo colectivo reunido. Ninguno de nuestros actores vive exclusivamente del teatro. Incluso aquí las actrices pierden el miedo a tener hijos… (Bromea Irina). Este es un territorio muy fructífero a todos los niveles (sonríe ahora abiertamente). Luego, muy pronto, acercan a sus pequeños al teatro… Yo he rescatado a muchos actores maravillosos que han tenido que dejar de dedicarse a la profesión en exclusiva porque les resultaba materialmente imposible sobrevivir con ella. Ahora, una vez cubiertas sus necesidades con otras ocupaciones, han podido volver a cultivar su pasión, su vocación. Todos ellos -cerca de una docena- forman un núcleo muy importante en Tribueñe. Otros son alumnos míos, que llevan acudiendo a clases desde hace ya tiempo porque se toman el teatro muy en serio...".

La continuidad del proyecto Tribueñe está asegurado con la elección como codirector del Teatro de Hugo Pérez de la Pica. Nos gustaría conocer cómo fue ese proceso de designación del genial escritor, poeta, director, fotógrafo, figurinista, iluminador… “No es fácil encontrar un hombre en nuestros días con tantas cualidades reunidas en una sola persona -apunta sin dudarlo Irina-, y Hugo las tiene. Para mí, es un Lorca vivo. La posibilidad de ayudar a un hombre tan extraordinario como Hugo Pérez de la Pica no es mi obligación, es mi vida. Cuando le conocí, siendo aún muy, muy joven, al ver sus fotos, al ver cómo cantaba y bailaba, le propuse inmediatamente que trasladara su talento a Rusia, para que viera cómo reaccionaba el público ruso, en un teatro grande, ante su arte. Cantó con una orquesta filarmónica, con siete músicos, al tiempo que se montó en el mismo teatro una exposición fotográfica y se leyeron sus poesías… Luego nos fuimos con idéntico propósito a Estados Unidos, y en ambos casos la respuesta del público fue unánime y entusiasta con su arte. Fue después cuando le vino el Parkinson y tuvo que dejar de bailar y cantar, y fue también entonces cuando le propuse dirigir Tribueñe junto a mí, para que, a pesar de su juventud, pudiese tener también la posibilidad de trasmitir su genio y su arte a los demás. Para mí es como un hijo”.

“La vida, a veces rima “

Si la figura de Hugo representa hoy el futuro de Tribueñe, los antecedentes hay que buscarlos en otra figura mítica del teatro en España, William Layton (Osborne, Kansas, 1912- Madrid, 1994). El artista de origen norteamericano y afincado en España desde la década de los 60 del siglo pasado, autor, actor, profesor y director de teatro, fue determinante en la carrera teatral de Irina Kouberskaya: “Sí, lo tengo constantemente conmigo. Él solía decir que ‘la vida, a veces rima’. Siento esa misma sensación cuando, de pronto, hay un estreno emocionante, un lleno con el público en absoluta sintonía con cuanto sucede en escena… ¡Siempre recuerdo esa frase de Layton! Para mí, William fue un gran amigo, un gran maestro, uno de los pocos con que me he encontrado en la vida. Era una persona muy peculiar porque no hablaba nunca de lo cotidiano. Exigía de cada persona que hablaba con él su ser artístico. Hablaba exclusivamente de arte. Escuchaba su opinión atentamente y te miraba con tal confianza, que su inteligencia contagiaba la tuya”.

A Layton, además, debe Irina su primer gran papel en el teatro español: “él se atrevió a darme cabida en su montaje de Tío Vania, para sustituir a Ana Belén en el papel de Elena. Supongo que confiaba tanto en mi talento que me eligió a pesar de que lo pretendían muchas otras actrices españolas de la época”. Fue solo después de su muerte, en 1994, cuando Irina sintió la necesidad de proyectar la creación y apertura del Teatro Tribueñe… “Siempre me comentaba sus proyectos para conocer mi opinión. Pero, tras su muerte, me vi totalmente huérfana. Ya no tenía a William para esconderme tras su figura emblemática, y decidí lanzarme a la creación de mi propio proyecto. Me pareció que ya era hora de que diese la cara…”.

Después de casi quince años, y a juzgar por la altísima calidad de los montajes de Kouberskaya, imaginamos que algún secreto tiene que haber para conseguir el clima de confianza y de compañerismo creado entre el elenco de actores y el resto del equipo artístico y técnico. Irina no tiene ningún inconveniente en darnos la fórmula mágica: “la responsabilidad es de cada uno de ellos, y el funcionamiento es anárquico. No hay ningún tipo de disciplina férrea, ni cosa parecida, como pudiera pensarse a priori. No se obliga a nadie a abrazar al teatro como puedo hacer yo con la voluntad de mantener encendida esta semilla, para poder tener el derecho de contagiar este entusiasmo a los demás… Como suele decirse, uno está aprendiendo media vida, y otra media desaprendiendo lo aprendido, pero con otros ojos, poniendo mucha más atención a la vida. Creo que, si hay algo diferencial en mi forma de entender el teatro, es justamente esto”.

Cree, no obstante, Kouberskaya que “en cada dramaturgo ya se apunta el método de cómo abordar la dirección de sus obras”. Quizás por eso mismo, todas ellas parecen dirigidas por personas diferentes. Con todo, hay siempre un respeto profundo por el autor. Tiene en la cabeza un montón de textos por hacer (“a los que me gustaría enfrentarme”, como diría ella…) pero no se atreve a citar ninguno. “Nunca he tenido fiebre por montar específicamente algo -nos dice, pensando seguramente en el próximo que va a proponer a su elenco habitual-; en realidad, en cada texto nuevo hay siempre un algo que hay que encontrar”. Como, con frecuencia, le ocurre con uno de nuestros autores más iconoclastas, don Ramón María del Valle-Inclán, que tanto gusta a Irina, y del que ha hecho varios montajes: “Encuentro siempre en Valle aspectos que no han podido descubrir los directores españoles. Y lo digo así de claro porque es la verdad. He tenido siempre con Valle una comunión muy específica. Él me enseñó la valentía, poética, de la que también bebo desde García Lorca... Ambos dramaturgos me desbordan y entonces me retiro a la soledad y, desde mi rincón, los entiendo más… En mis clases hablo con frecuencia de la alquimia de Lorca porque creo firmemente que entre dos de sus palabras cabe el universo entero… Pero, además de estos dos maestros españoles, Chèjov también me ha enseñado cómo hacer teatro. Creo que soy la primera directora que, quizás por vivir en España, ha sido capaz de entender a Chèjov de otra manera. La sangre viva de la obra de este autor ruso la vi gracias a Valle y a Lorca y luego, a través de la lectura repetida de los diarios de Chèjov, encontré la fuente que de verdad alimenta sus obras. Para mí, lo más sorprendente es El jardín de los cerezos, y lo más provocador lo encuentro siempre en Valle-Inclán. Pinter fue también una proeza; tuvo un atrevimiento muy fuerte… Cada obra, a su manera, es inolvidable”.

Rusa en España y española en Rusia

Siempre inquieta, Irina Kouberskaya hizo también una seria incursión en el mundo de la dirección cinematográfica a través de la realización de varios cortos, algunos de ellos premiados. El actor Paco Rabal protagonizó el más conocido de ellos. Con esos antecedentes, le preguntamos por qué no dio el salto al largometraje: “Porque es muy difícil abrirse camino en el mundo del cine -contesta evocadora, recordando lo que quizás pudo haber sido y no fue-. En aquel momento -hablo de la época de la transición española, puntualiza- se fomentaban muchas iniciativas, entre otras la de realizar cortos cinematográficos, pero después, para intentar hacer largos, hacía falta un productor que se atreviese a financiar un proyecto, y yo no lo encontré. Los guiones que presenté a alguno de ellos no tuvo una acogida muy ferviente” (sonríe indulgente, Dios sabe pensando en quién…).

Su paso por el camino del celuloide fue efímero pero, siempre atenta, también aprendió mucho de él: “mientras en el cine se produce una fusión muy intensa y en muy poco tiempo, apenas unos meses, entre un equipo artístico que luego se intenta prolongar en el tiempo, en el del teatro, sin embargo, sucede justamente lo contrario. Es decir, que hay que mantener durante mucho tiempo la salud de todo un equipo, y eso resulta muy difícil porque la relación entre sus miembros no es tan eufórica como en el cine”.

Un grupo de actores espera para comenzar un nuevo ensayo y apuramos el tiempo para seguir aprendiendo de la maestra. Inteligencia, sensibilidad, intuición, instinto. ¿Cuál de estas facultades es más importante para un artista?, preguntamos así, a sopetón a la directora, e Irina no duda ni un momento en contestar que “¡la salud!”. Entonces -le respondemos- la del teatro debe de ser la enfermedad más saludable de todas y, de nuevo, Irina nos sorprende negando la mayor y afirmando, sin embargo, que “el teatro es la manera más digna de arruinarse”. Genio y figura, los de esta gran mujer a quien todos quienes le rodean tienen como maestra del teatro y de la vida.

Rusa en España y española en Rusia, Irina Kouberskaya afirma que las emociones al contemplar uno y otro país se adueñan de ella en función de los cambios profundos que se producen en cada uno. “Me acuerdo, por ejemplo, de aquel primer terrorismo en las fronteras de Rusia, de que el miedo me invadía cada vez que me acercaba por mi país de origen. Me preguntaba cada minuto qué pasaría si me quitan el pasaporte, o las niñas… ¡Miedo, un miedo atroz a la ida, y un alivio inmenso cuando ya habíamos embarcado en el avión de regreso a España! Recuerdo también que estuve tentada de quedarme en Rusia en la época de la perestroika. Entonces el país estaba hirviendo por el cambio, el pueblo estaba lleno de esperanza y la tentación me surgió porque España estaba ya quedándose atascada con las ambiciones de los políticos… Había también en Rusia un afán tremendo por mirar hacia Europa, veíamos a San Petersburgo como la prolongación de París… Y ahora vuelvo a ver con tristeza que todo ha vuelto a estancarse tanto allí como aquí”.

“Mi reacción fue crear un espectáculo que llamé Navegando por ideas escondidas, en el que seis actores aparecíamos remando en el aire, defendiendo la idea de Rusia como prolongación de Europa, porque de hecho lo es y de forma natural. Por educación (en el siglo XVII, en Rusia se hablaba alemán; en el XVIII, francés y ahora todo el mundo habla inglés). Siempre nos han alimentado los mejores pintores, poetas, músicos de Europa… Ni siquiera nos separan las montañas. Esa unión es tan necesaria como natural... Pero el verdadero drama ni siquiera es este. Esto, al menos, une a Europa y Rusia: pronto no habrá niños, y ni Europa ni Rusia existirán”.

Son muchos los premios que Irina ha cosechado a lo largo de su carrera tanto en España como en Rusia, pero solo vamos a destacar uno. El recibido en febrero de 2013 junto a Hugo Pérez, el Premio Ojo Crítico 2012 de RNE en la categoría de Teatro por “su compromiso con un modo especial de concebir y de materializar el hecho teatral, al tiempo que investiga nuevos lenguajes escénicos, alternando textos ya consagrados con los de autores por descubrir”. No se puede decir más con menos palabras… Y ahora, cuando redactamos estas líneas, tenemos la última prueba de que nos encontramos ante una gran directora de escena. Irina Kouberskaya ha sido nominada para el premio ADE 2017 (Asociación de directores de escena) a la mejor dirección por su Retablo de la avaricia, la lujuria y la muerte. Su nombre figura junto a los de Mario Gas por Incendios, Josep Maria Mestres por Los Gondra, Sergio Peris-Mencheta por La cocina y Alfredo Sanzol por La ternura… Gane quien gane, habrá ganado el teatro, que es lo que verdaderamente importa siempre.

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