Lo mismo que en 2020 el covid hizo expertos a todos los españoles en enfermedades virales -contra su voluntad, claro está-, ahora el apagón eléctrico del lunes 28 de abril de 2025 parece que va a terminar por hacernos grandes conocedores en energía eléctrica, aunque apenas seamos capaces de poner un enchufe en casa. Paradojas del destino, señoras y señores.
Hemos recordado así que las fuentes tradicionales de producción de electricidad son la hidráulica, la nuclear, el gas y el carbón. A estas se han añadido durante los últimos lustros dos formas más económicas de producirla: la solar fotovoltaica y la eólica terrestre. En el actual sistema eléctrico, la oferta debe ser igual a la demanda en cada momento, y el problema radica en que las energías baratas (solar y eólica), por las que está apostando exclusivamente el gobierno Sánchez, no son acumulables. Por tanto, la energía que no se consume se pierde. En otras palabras, que por mucho que se empeñe el ejecutivo y sus voceros, estas energías no son constantes y deben complementarse con las energías clásicas, especialmente con la hidráulica y la nuclear. Sin embargo, en este último camino, el gobierno se está empeñando por pura ideología en no producirla, y entonces no hay más remedio que adquirirla fuera de nuestras fronteras, principalmente en Francia, y a un precio muy superior al que sería si saliese de las centrales de Almaraz, Cofrentes o cualquiera de las que el gobierno ha decidido ciegamente cerrar en los próximos años.
No lo olvidemos: en España el sistema eléctrico está regulado por Red Eléctrica, una empresa público-privada en la que el estado tiene un 20% del capital. Por esta razón, ha colocado al frente de ella a Beatriz Corredor, exministra de vivienda con José Luis Rodríguez Zapatero y amiga personal de Pedro Sánchez desde hace casi dos décadas, cuya fidelidad éste ha recompensado con extrema generosidad (casi 550.000 € anuales cobra doña Beatriz por sus desvelos cotidianos). Pues bien, Corredor no dio la cara hasta dos días después del apagón, y solo para afirmar que el sistema español es el mejor del mundo mundial, sin ofrecer explicaciones razonables sobre por qué había ocurrido el apagón generalizado ni señalar qué medidas adicionales a las ya establecidas por Red Eléctrica habrá que implementar para que un episodio como este no vuelva a repetirse a corto y medio plazo.
En años anteriores ya hubo avisos a través de diversos informes técnicos especializados sobre el alto riesgo de un posible apagón en España, aunque Red Eléctrica lo negaba apenas tres semanas antes del 28 de abril. Como, desgraciadamente, la realidad ha dado la razón a esos informes, alguien debería asumir la responsabilidad y las consecuencias de un error que ha devuelto a la incertidumbre, a la zozobra personal e incluso al riesgo vital a muchos españoles cuya existencia depende de una máquina (empezando por los enfermos de ELA, siguiendo por quienes están conectados en casa a una máquina de oxígeno, personas en silla de ruedas que necesitan el ascensor para llegar a sus casas u otros problemas de movilidad, etc.), y eso sin entrar a valorar las millonarias pérdidas económicas de industrias y empresas de todo tipo que vieron paralizada su actividad y, en muchos casos, hasta la pérdida de sus productos.
El "relato" del gobierno
Pedro Sánchez y su gobierno, primeros responsables de esta situación tercermundista de nuestro país, que nos ha colocado a la altura de naciones tan ejemplares en apagones como Cuba o Venezuela en estos momentos, tardaron seis horas en dar la cara para intentar tranquilizar a una ciudadanía que, de pronto, se vio a oscuras y sin un solo teléfono funcionando. Diez horas después, gracias a Dios, un alto porcentaje del territorio español había vuelto a tener energía eléctrica y los móviles empezaban a funcionar. El presidente, no obstante, seguía sin saber nada sobre las causas del apagón 72 horas después de producirse, y su obsesión y la del resto del gobierno se centraban únicamente en alejar las responsabilidades propias y centrarlas en un posible ciberataque o en las compañías eléctricas privadas como posibles causantes del siniestro masivo. Y volvía –cuando no se quiere hacer nada, esta fórmula ya es clásica– a plantear la solución de crear una comisión para investigar en profundidad el hecho. Exactamente lo mismo dijo después del covid, y cinco años después todavía seguimos esperando conclusiones de esa supuesta comisión investigadora que, mucho me temo, era tan falsa como el falso comité de expertos que el Dr. Fernando Simón, desde el ministerio de Sanidad y supuestamente, velaba por la adopción de las decisiones sanitarias más sabias a medida que iban pasando los días, las semanas y los meses de pandemia.
Seguimos, pues, en la senda de construir un “relato” más que en identificar realmente las causas del apagón y en la depuración de responsabilidades, porque eso iría en favor del desprestigio de un gobierno que ha perdido hace tiempo cualquier credibilidad. De ahí que, como ahora no se puede apuntar a la extrema derecha o a la alianza Feijóo-Abascal (en la época franquista los comodines de cualquier asunto incómodo para el gobierno de turno eran la “conspiración judeo-masónica y el comunismo internacional”), haya que volver a apuntar a enemigos externos para intentar diluir las responsabilidades propias.
En otras palabras, que otro apagón es más que probable, dado que ni se han identificado las causas ni parece que haya voluntad real de encontrarlas. Por tanto, no es descabellado ni “fascista” pensar en esa probabilidad y tratar de agenciarse para casa y cuanto antes un hornillo de camping gas, un par de transistores de los años 80 y un puñado de pilas y de velas, amén de alguna linterna potente, para hacer frente a la adversidad.
Es verdaderamente fatigoso andar y andar construyendo “relatos”, es decir, mentiras, para salvar la cara ante la opinión pública y justificar lo injustificable, y así poder seguir presumiendo de que somos un ejemplo mundial con nuestras energías ecológicas, limpias y renovables, pero aún más, y sobre todo, vulnerables.
Moraleja: menos ideología y chulería, y más tecnología y sentido común si no queremos que, de nuevo y más pronto que tarde, España vuelva a fundir en negro.